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domingo, 2 de junio de 2019

La Hoz y El Martillo






    Toda la noche, despiertos,
el perro aullando, y no cesa.
   Al amanecer se acerca
el doctor en su calesa,
vestido con traje negro
y un maletín, que no pesa.

     Los cuervos lo ven llegar
y en el tejado se posan
con sus graznidos burlescos.
    El gato trepa a ahuyentarlos
dejando en la cal el rastro
de uñas ensangrentadas.
     Emes de muerte, resecas,
por el sol de la mañana.

    Allá por el medio día,
de sotana y alzacuellos
con un hisopo en la mano
entra el cura por la puerta.
    Mientras recorre el pasillo
la estola se va poniendo,
el murmullo disminuye,
el silencio se hace eterno.

    Con aliento entrecortado
un vejestorio en la cama
abre el ojo sin querer.
    Ve al cura con el hisopo
y rasgando su camisa
el pecho le deja ver.
     Una hoz con un martillo
tatuada está en su carne
junto a un nombre de mujer.

    El doctor, toma su pulso.
         La sotana retrocede.
            Los hijos, piden perdón.
   El perro mueve la cola
al ver que los cuervos huyen,
y el gato salta a la cama
para lamerle la mano.

       Una sonrisa en sus labios
y el pecho le resplandece
cuando a esa mujer, él nombra.
      Es el nombre de su madre,
la que un día le dio a luz
y ahora ha venido a buscarlo
tras esa noche de sombras.
















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