Miro a mi alrededor.
Veo las miradas envidiosas,
las bocas que repiten sin cesar:
Es muy afortunada.
Qué más puede pedir.
No lo sé. Pero….
Cuando
llega la noche
y en la casa todos duermen
incluso el que tengo al lado,
no puedo cerrar los ojos
por miedo a la oscuridad
que viene a robarme el tiempo
parado en mi soledad,
la que apaga mis pupilas
sedientas de libertad.
Y cuando por las mañanas
veo a mis hijos correr,
siento miedo de que caigan
pues ya no están en mi falda.
Se trasladaron de nido
y el amor de sus amores
ha sido sustituida
por la que llaman su amada.
En el trabajo: Señora.
En la puerta: Pase usted.
En la reunión: Se siente.
Si le digo algo a un chiquillo:
Que pesada, cállese.
Me he hecho mayor y estoy sola
dentro de la multitud,
la cocina es agridulce,
manjar de pan y cebolla
cuando se pone la mesa.
Vaso de agua las palabras
y el ruido de la cuchara
la conversación espesa.
Tengo de todo, que envidia
y no necesito nada.
Me abrazo a la soledad
y cada noche en la cama
tengo envidia de lo negro
que disfruta en libertad
cuando las luces se apagan.
Impresionante manera de plasmar una verdad como un templo.
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