Junto a la pila de fregar, un pequeño
recipiente con un estropajo de esparto, unos cachos de jabón casero y unos
trozos viejos de camisetas rotas.
Cerca de allí, unos banastos de fruta
vacios, marcados para su fin. Platos,
bandejas, cubiertos, vasos.
Se puso a fregar. El agua salía tan fría que
las articulaciones de las manos se le acorchaban, teniendo que frotárselas
entre sí, cada cierto tiempo para poder desentuméceselas.
Antes
de terminar de aclarar los vasos, sonó el timbre que decretaba el toque de
queda. Se fue hasta la puerta y la cerró con cuidado, para que el ruido, no
perturbase el silencio y así evitar la posible reprimenda.
Termino de fregar y colocar, limpió las
mesas, barrio el comedor. Estaba tan agotada que se sentó en un banco antes de
subir al dormitorio. Se apoyó en la mesa y quedó dormida.
Cuando despertó, el miedo le recorrió en
forma de escalofrió toda la espalda. Menos mal, aún no había amanecido. Subió
con cuidado las escaleras y se acostó vestida. Aquella manta, más propia para
una caballería por su textura áspera, picaba como un demonio al roce con la
piel, por lo que no se quitó ni la cazadora.
Como no podía ser de otra manera, tardo en
dormirse unos segundos. En ese momento el cansancio era más fuerte que sus
preocupaciones.
De nuevo sonó el maldito timbre. Antes
de que a ella le diera tiempo a destaparse, el resto, ya estaba de pie junto a
sus respectivas literas. Inmóviles. Con la mirada clavada en el suelo. Todas
con un camisón hasta media pierna de rayas azules y blancas.
La madre superiora entró con aire
soberbio. Llevaba en su mano un a bolsa de cuero marrón y se dirigió
directamente a los baños.
Tras ella una hermana portaba en sus brazos
unas sabanas, un camisón, ropa interior, una falda, una camisa y un jersey.
Uniforme de la institución y lo depositó sobre su cama.
.-Sor Consuelo, trae a la nueva
Esta la cogió con fuerza del brazo, como
si se fuera a escapar y la condujo junto a la madre superiora, entre las muecas
crueles aquellas que flanqueaban el camino hacia su destino.
.-desnúdate
.-
¿pero?
.- ¿prefieres que te desnude yo?
Se desnudó avergonzada. Las puertas
estaban abiertas y su cuerpo era observado con malicia por miradas ruines y
burlescas.
.-he dicho, desnúdate, las bragas
también
La agarró por los hombros y la sentó
bruscamente en una silla. De la bolsa sacó unas tijeras y le cortó el pelo de
tal manera que más bien parecía que se lo hubiesen cortado a machetazos. Luego cogió un bote de tinte negro y empapó
su cabeza con él.
Tras varios minutos le metió la cabeza
bajo el grifo de agua helada y después de empapársela, puso en sus manos la
camiseta que había llevado puesta.
.-aclárate bien y sécate con este
guiñapo, como es negro, no se notará la diferencia. No sirve ni para trapos.
A patadas llevó hasta un rincón la ropa
y el pelo que había en el suelo.
.-sor consuelo, todo esto para
quemar. Ahora sal y vístete. Lo mejor
para aprender las normas, es que imites lo que hacen las demás.
Todas bajaron a desayunar en fila. Ella
la ultima. Al terminar fregaron su vaso, ella lo fregó. Subieron e hicieron la
cama antes de asearse. Volvieron a bajar y se dirigieron hasta la capilla,
todas parecían rezar, pues ella rezó.
Así, cada cosa que hacia el resto ella lo imitaba, intentando
memorizar las pautas de comportamiento.
Después de comer fueron al aula, todas
hicieron como que atendían y estudiaban, pero ella fue la única que atendió y estudió.
Y así pasaron los días uno tras otro,
copiando movimientos y costumbres. Todos eran iguales. Ningún cambio, ni en
Nochevieja, ni el día de año nuevo, ni en reyes. Era una maquinaria donde sus piezas debían
girar todas en el mismo orden, una cajita de música cuya bailarina siempre daba
vueltas al son de las órdenes de la madre superiora.
A los pocos días la negrita se empezó a
sentar en la mesa de inmigrantes a la hora de las comidas, ella siguió en su
sitio, de espaldas a todas. No parecían
querer tener con ella demasiada buena relación el resto de las internas. La
verdad es que tampoco ella pusiera mucho empeño, su soledad le reconfortaba más
que ninguna conversación.
Todos los días asistían dos horas a
clase. Por sus antecedentes educativos, mientras ella devoraba los libros de:
matemáticas, lengua, historia, biología, física y química, etc.… El resto por su escasa cultura, aprendían a
leer y escribir. Sumar o restar. Las más avanzadas empezaban a corregir
oraciones y a dividir con divisores de dos cifras.
Una tarde, en un arrebato de
atrevimiento, propuso a Sor Beatriz (la profesora) el ayudarla con el resto de
internas. A lo que esta, por motivos que
en ese momento no llegaba a comprender, se negó rotundamente.
Poco a poco, fue ganándose la simpatía y
aprecio de la profe, al tiempo que se iba fomentando in crescendo la envidia y
animadversión hacia ella, tanto del resto de internas como de las hermanas.
Día a día los castigos se iban
incrementando. Todo lo que ocurría tras esos muros, parecía ser obra suya.
Cualquier cosa rota. Una luz sin apagar. Si alguna cosa desaparecía, solo había
que buscar bajo su colchón o entre sus sabanas.
Los callos de sus rodillas y manos de tanto
fregar los suelos, se habían convertido en algo tan habitual como
indispensable en su vida diaria. El
estar sola, realizando las más vejatorias tareas, era lo único valioso que le
quedaba.
Una tarde de tormenta, en clase, su
comportamiento era inusual. Sobre el pupitre los libros cerrados y su mirada
fija en la ventana que daba al patio.
Sor Beatriz se acercó:
.- ¿Qué haces Angélica?
.-nada,
estoy intentando contar las gotas de lluvia
.- ¿contar las gotas? Eso es imposible
.-ya
lo sé. No puedo más. Todo está en mi contra. Haré lo que pretende la madre
superiora. Dejaré de estudiar y me comportaré como todas las demás
.-no. Tú estudia. Te presentaré a los
exámenes de junio y vas a aprobar. Luego
en verano te prepararé y en septiembre te volverás a presentar y sacaremos dos
cursos en uno. Yo se que puedes
.-lo
siento no aguanto más
.-tienes que llevar con resignación tu
cruz. Como Cristo la llevó y al final hallarás la recompensa en esta vida
.-pero
yo no soy tan fuerte y esa cruz pesa demasiado
.-carga tu cruz y mira al frente. Piensa
en lo que quieres conseguir y olvídate, olvídate de su peso. Yo te ayudarte a
llevarla con palabras de aliento
.-no
sé, nunca tuve fe y perdone, pero no estoy segura de creer en ningún dios
.-aunque te parezca extraño por mis
hábitos, no te estoy pidiendo que creas en él, tan solo empieza a creer en ti
misma y ahora a estudiar
Las religiosas, albergaban la esperanza
de que con la llegada del buen tiempo, mejorase la directora del coro y
organista en los oficios que se celebraban los domingos y días de fiesta. Al
llegar la primavera, tras una leve mejoría de su grave enfermedad, falleció
contando tan solo treinta y un años de edad.
La comunidad estaba consternada por dicha
perdida. Pasadas unas semanas, a Sor Beatriz, se le ocurrió que Angélica, podía
hacerse cargo de esa labor. Tenía
estudios de música, coral y piano. Pese a su juventud, la veía capacitada para
tal fin.
Parecía que de su boca hubiese salido la
mayor blasfemia, por la cara con que todas las hermanas la miraban.
La madre superiora se puso en pie, apoyó
sus puños enérgicamente sobre la mesa y mantuvo un estrepitoso silencio por no
ofender al altísimo.
Sor Beatriz, osó a interrumpir el
silencio.
.- ¿qué pasa, la ira no os deja ver la
luz?
.-estás loca, si por lo menos fuera
novicia
.-es una incorregible y terca
criatura, imposible de reeducar
La superiora lanzó un par de palmadas al
aire.
.-silencio. Aunque esté totalmente
en contra, le daremos la oportunidad de encomendarse a dios en nuestras
plegarias. Pero si causa algún problema, aunque sea intrascendente, usted y
solo usted, Sor Beatriz será la responsable y sobre usted recaerá la sanción
.-acepto con gusto esa responsabilidad. Desde este mismo momento pongo mis votos de
obediencia a su entera disposición
.-usted dirigirá el coro ya que
también cursó estudios de canto cuando ingresó en la orden y ella se limitará a
acompañar con el harmonio.
Por supuesto, no podía permitir que una
mocosa hiciese la menor observación y mucho menos sugiriese correcciones de
entonación a las hermanas. Ya que sor
Beatriz, tampoco es que hubiese sido nunca santo de su devoción, eso le
brindaría la oportunidad de matar dos pájaros de un tiro.
Aquella hora de ensayo los sábados por
la tarde frente a aquel viejo órgano con fuelles en los pies, apoyando sus
dedos sobre aquellas teclas con el marfil desgastado por el uso, le
proporcionaban toda la fuerza necesaria para enfrentar con ánimo el resto de la
semana.
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