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jueves, 16 de enero de 2014

Angélica-4.- la silla de la vergüenza

        Junto a la pila de fregar, un pequeño recipiente con un estropajo de esparto, unos cachos de jabón casero y unos trozos viejos de camisetas rotas.
   Cerca de allí, unos banastos de fruta vacios, marcados para su fin.  Platos, bandejas, cubiertos, vasos.
   Se puso a fregar. El agua salía tan fría que las articulaciones de las manos se le acorchaban, teniendo que frotárselas entre sí, cada cierto tiempo para poder desentuméceselas.
      Antes de terminar de aclarar los vasos, sonó el timbre que decretaba el toque de queda. Se fue hasta la puerta y la cerró con cuidado, para que el ruido, no perturbase el silencio y así evitar la posible reprimenda.
     Termino de fregar y colocar, limpió las mesas, barrio el comedor. Estaba tan agotada que se sentó en un banco antes de subir al dormitorio. Se apoyó en la mesa y quedó dormida.
      Cuando despertó, el miedo le recorrió en forma de escalofrió toda la espalda. Menos mal, aún no había amanecido. Subió con cuidado las escaleras y se acostó vestida. Aquella manta, más propia para una caballería por su textura áspera, picaba como un demonio al roce con la piel, por lo que no se quitó ni la cazadora.
   Como no podía ser de otra manera, tardo en dormirse unos segundos. En ese momento el cansancio era más fuerte que sus preocupaciones.
       De nuevo sonó el maldito timbre. Antes de que a ella le diera tiempo a destaparse, el resto, ya estaba de pie junto a sus respectivas literas. Inmóviles. Con la mirada clavada en el suelo. Todas con un camisón hasta media pierna de rayas azules y blancas.
     La madre superiora entró con aire soberbio. Llevaba en su mano un a bolsa de cuero marrón y se dirigió directamente a los baños.
   Tras ella una hermana portaba en sus brazos unas sabanas, un camisón, ropa interior, una falda, una camisa y un jersey. Uniforme de la institución y lo depositó sobre su cama.
       .-Sor Consuelo, trae a la nueva
     Esta la cogió con fuerza del brazo, como si se fuera a escapar y la condujo junto a la madre superiora, entre las muecas crueles aquellas que flanqueaban el camino hacia su destino.
         .-desnúdate
.- ¿pero?
          .- ¿prefieres que te desnude yo?
     Se desnudó avergonzada. Las puertas estaban abiertas y su cuerpo era observado con malicia por miradas ruines y burlescas.
         .-he dicho, desnúdate, las bragas también
   La agarró por los hombros y la sentó bruscamente en una silla. De la bolsa sacó unas tijeras y le cortó el pelo de tal manera que más bien parecía que se lo hubiesen cortado a machetazos.   Luego cogió un bote de tinte negro y empapó su cabeza con él.
        Tras varios minutos le metió la cabeza bajo el grifo de agua helada y después de empapársela, puso en sus manos la camiseta que había llevado puesta.
       .-aclárate bien y sécate con este guiñapo, como es negro, no se notará la diferencia. No sirve ni para trapos. 
        A patadas llevó hasta un rincón la ropa y el pelo que había en el suelo.
      .-sor consuelo, todo esto para quemar.  Ahora sal y vístete. Lo mejor para aprender las normas, es que imites lo que hacen las demás.
      Todas bajaron a desayunar en fila. Ella la ultima. Al terminar fregaron su vaso, ella lo fregó. Subieron e hicieron la cama antes de asearse. Volvieron a bajar y se dirigieron hasta la capilla, todas parecían rezar, pues ella rezó.  Así, cada cosa que hacia el resto ella lo imitaba, intentando memorizar  las pautas de comportamiento.
    Después de comer fueron al aula, todas hicieron como que atendían y estudiaban, pero ella fue la única que  atendió y estudió.  
     Y así pasaron los días uno tras otro, copiando movimientos y costumbres. Todos eran iguales. Ningún cambio, ni en Nochevieja, ni el día de año nuevo, ni en reyes.   Era una maquinaria donde sus piezas debían girar todas en el mismo orden, una cajita de música cuya bailarina siempre daba vueltas al son de las órdenes de la madre superiora.
      A los pocos días la negrita se empezó a sentar en la mesa de inmigrantes a la hora de las comidas, ella siguió en su sitio, de espaldas a todas.  No parecían querer tener con ella demasiada buena relación el resto de las internas. La verdad es que tampoco ella pusiera mucho empeño, su soledad le reconfortaba más que ninguna conversación.
      Todos los días asistían dos horas a clase. Por sus antecedentes educativos, mientras ella devoraba los libros de: matemáticas, lengua, historia, biología, física y química, etc.…  El resto por su escasa cultura, aprendían a leer y escribir. Sumar o restar. Las más avanzadas empezaban a corregir oraciones y a dividir con divisores de dos cifras.
        Una tarde, en un arrebato de atrevimiento, propuso a Sor Beatriz (la profesora) el ayudarla con el resto de internas.  A lo que esta, por motivos que en ese momento no llegaba a comprender, se negó rotundamente.
     Poco a poco, fue ganándose la simpatía y aprecio de la profe, al tiempo que se iba fomentando in crescendo la envidia y animadversión hacia ella, tanto del resto de internas como de las hermanas.
     Día a día los castigos se iban incrementando. Todo lo que ocurría tras esos muros, parecía ser obra suya. Cualquier cosa rota. Una luz sin apagar. Si alguna cosa desaparecía, solo había que buscar bajo su colchón o entre sus sabanas.
    Los callos de sus rodillas y manos de tanto fregar los suelos, se habían convertido en algo tan habitual como indispensable  en su vida diaria. El estar sola, realizando las más vejatorias tareas, era lo único valioso que le quedaba.
      Una tarde de tormenta, en clase, su comportamiento era inusual. Sobre el pupitre los libros cerrados y su mirada fija en la ventana que daba al patio.
       Sor Beatriz se acercó:
         .- ¿Qué haces Angélica?
.-nada, estoy intentando contar las gotas de lluvia
       .- ¿contar las gotas? Eso es imposible
.-ya lo sé. No puedo más. Todo está en mi contra. Haré lo que pretende la madre superiora. Dejaré de estudiar y me comportaré como todas las demás
       .-no. Tú estudia. Te presentaré a los exámenes de junio y vas a aprobar.  Luego en verano te prepararé y en septiembre te volverás a presentar y sacaremos dos cursos en uno. Yo se que puedes
.-lo siento no aguanto más
      .-tienes que llevar con resignación tu cruz. Como Cristo la llevó y al final hallarás la recompensa en esta vida
.-pero yo no soy tan fuerte y esa cruz pesa demasiado
       .-carga tu cruz y mira al frente. Piensa en lo que quieres conseguir y olvídate, olvídate de su peso. Yo te ayudarte a llevarla con palabras de aliento
.-no sé, nunca tuve fe y perdone, pero no estoy segura de creer en ningún dios
        .-aunque te parezca extraño por mis hábitos, no te estoy pidiendo que creas en él, tan solo empieza a creer en ti misma y ahora a estudiar
      Las religiosas, albergaban la esperanza de que con la llegada del buen tiempo, mejorase la directora del coro y organista en los oficios que se celebraban los domingos y días de fiesta. Al llegar la primavera, tras una leve mejoría de su grave enfermedad, falleció contando tan solo treinta y un años de edad.
      La comunidad estaba consternada por dicha perdida. Pasadas unas semanas, a Sor Beatriz, se le ocurrió que Angélica, podía hacerse cargo de esa labor.   Tenía estudios de música, coral y piano. Pese a su juventud, la veía capacitada para tal fin.
     Parecía que de su boca hubiese salido la mayor blasfemia, por la cara con que todas las hermanas la miraban.
     La madre superiora se puso en pie, apoyó sus puños enérgicamente sobre la mesa y mantuvo un estrepitoso silencio por no ofender al altísimo.
      Sor Beatriz, osó a interrumpir el silencio.
     .- ¿qué pasa, la ira no os deja ver la luz?
         .-estás loca, si por lo menos fuera novicia
            .-es una incorregible y terca criatura, imposible de reeducar
       La superiora lanzó un par de palmadas al aire.
            .-silencio. Aunque esté totalmente en contra, le daremos la oportunidad de encomendarse a dios en nuestras plegarias. Pero si causa algún problema, aunque sea intrascendente, usted y solo usted, Sor Beatriz será la responsable y sobre usted recaerá la sanción
      .-acepto con gusto esa responsabilidad.  Desde este mismo momento pongo  mis votos de obediencia a su entera disposición
           .-usted dirigirá el coro ya que también cursó estudios de canto cuando ingresó en la orden y ella se limitará a acompañar con el harmonio. 
      Por supuesto, no podía permitir que una mocosa hiciese la menor observación y mucho menos sugiriese correcciones de entonación a las hermanas.  Ya que sor Beatriz, tampoco es que hubiese sido nunca santo de su devoción, eso le brindaría la oportunidad de matar dos pájaros de un tiro.
       Aquella hora de ensayo los sábados por la tarde frente a aquel viejo órgano con fuelles en los pies, apoyando sus dedos sobre aquellas teclas con el marfil desgastado por el uso, le proporcionaban toda la fuerza necesaria para enfrentar con ánimo el resto de la semana. 

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