Cuando me casé hace ya
bastantes años, cada vez que mi mujer me
preguntaba: ¿Cuánto me quieres? Mi respuesta siempre era: como un carro cargado
de paja, bromeábamos con esa frase.
Al nacer Raquel, el carro siguió estando,
pero la paja, NO. A nuestra niña siempre le decía lo mismo cuando la miraba.
Pasaron los años y cuando la
empezamos a llevar al aula infantil de educación especial del colegio Miguel de
Cervantes en Zamora.
Las primeras navidades, la profesora y
cuidadoras (una gente maravillosa) hicieron unas laminas como regalo de los
alumnos a los padres, todas distintas. Por azar a Raquel le dieron una
especial, nadie excepto Ana y yo sabía nada de nuestra frase familiar.
Cuando la vimos, por
supuesto nos emocionamos y a los pocos días la pusimos con un marco sobre la
cabecera de su cama.
La habitación ha ido
cambiando, distinta cama, muebles, más y más peluches y muñecos, pero el cuadro
sigue y seguirá en el mismo sitio. Aunque con el tiempo y sin ningún motivo, ya
no sea una frase tan habitual:
Te quiero más, que un carro de flores.
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