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miércoles, 10 de diciembre de 2014

02.- El diario nunca escrito


He llegado a casa

      Que a gusto, en los brazos de mi madre y ella sentada en una especie de cama con respaldo, cubierta por una tela suave llena de flores.  

    Mi padre ha ido directo a ponerme música, sabe que me gusta y después se ha sentado a nuestro lado. 

     De sus bocas no sale ni una palabra, solo me miran y me sonríen.

     He debido hacer un gesto de total desagrado.    Papá ha resuelto su primera adivinanza.   Se ha levantado, ha quitado esa música tan suave y le ha puesto ritmo, salsa y volumen al ambiente.       Qué bien, ahora sí; siento de nuevo aquellas vibraciones, las que tanto me relajaban y junto a sus caricias, me he quedado dormida.

         Esta, mi primera noche, me han acostado entre los dos, bien tapadita y he pasado una noche súper feliz.

      Ellos, creo que han dormido poco, porque al mínimo movimiento, notaba como abrían sus ojos vigilantes   y me miraban, se miraban y los volvían a cerrar.

       Se han levantado sin hacer ningún ruido, cuando la luz entraba por la  ventana, me han dejado soñando y sumida en un profundo sueño.       Pero al momento, ya estaban allí de nuevo.    Arrodillados pegados a la cama, abrazados, observándome en silencio, iluminando todo con su felicidad, esperando mi despertar, para volver a hacer monerías y gestos antes de ponerme de nuevo al pecho para alimentarme.

       Mi padre se limita solo a mirar como un pasmarote, mi rostro, haciendo gestos con los labios.  Mientras mi mamá, llena de agua calentita en recipiente rosa.  Él a solas con migo, pone sus dedos en mi frente; siento un ligero cosquilleo mientras se esfuerza por orientar hacia sus yemas toda la energía que contiene  su mente para descargarla en mí.

        Cuando llega mamá para avisar que ya está el baño preparado, aparta sus dedos como si le diera vergüenza y me acaricia las mejillas.

      Mi cuerpo sumergido dentro del agua, temperatura agradable, el contacto de la mano sujetándome la nuca, ésa música a todo volumen, con delicadeza un exquisito  paño de gamuza recorre todo mi cuerpo, me transporto a los momentos en que estaba dentro de ella.  Siento su cariño, pero ahora además la veo como disfruta, parece no cansarse de masajearme.


Qué bien me siento en mi hogar

rodeada de cariño,

viendo gozar como niños

y a mi lado disfrutar

los brazos que me han de dar,

amor en cada momento,

sudor para mi sustento,

envolviéndome en un manto

para así esconder el llanto

que provoca su lamento.


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