Engañabobos
En la tele, ha salido un señor hablando de
la curación por la energía emitida por sus manos. Mi madre; ilusa por obligación, ha copiado el número de
teléfono.
Están preparando todo para el viaje,
nada tienen que perder, la esperanza y
el escepticismo se mezclan en sus mentes, pero un gasto de diez mil pesetas, no
nos va a sacar de pobres y en estas situaciones donde solo la desolación
depresiva cobra sentido, el maldito dinero pierde su valor.
Llevan tiempo viviendo con intensidad cada
segundo que están a mi lado. Alguien
les ha comentado, o han oído en algún sitio, que debido al deterioro progresivo
de ciertos órganos, la esperanza de vida en las personas como yo, no debe de
ser demasiado larga.
Nos dirigimos hasta la gran ciudad, sin
que casi nadie lo sepa. No quieren que
les digan lo que ellos ya saben, intentando convencerlos para que no realicen
un gasto innecesario. Solo una oportunidad
de que una estrella brille en la noche, aunque nunca llegue a amanecer.
Igual que en todos los sitios, la sala de
espera está llena de caras desahuciadas por la medicina. De
gente que se aferra a cualquier cosa y entre ellos algunos que aunque sea por
sugestión, creen apreciar una mejoría y siguen yendo como única salida a su
cruel destino.
Nos toca entrar a nosotros. El
señor me mira como intentando adivinar lo que está claramente a la vista.
Se concentra y pone sus manos sobre mi
cabeza. Mis padres solo observan si en
mi rostro, se ocasiona algún gesto que
les indique que estoy sintiendo algo. Sí. Es
verdad, he notado como esas manos desprendían calor; pero
mucho menos que el que desprende el cuerpo de mi madre cuando me abraza.
Mi padre ha salido de la habitación a por
algo y he confirmado que este tipo es imbécil.
Tal vez mi madre nunca desvele lo que
allí en ese momento ha ocurrido:
solo se le ocurre decirle, que todo lo que me pasa es en parte culpa de
mi padre, sin más explicaciones. Mi
madre ha torcido el gesto, lo ha mirado, me ha mirado a mí y solo se ha
sonreído.
En el viaje de vuelta se les veía
satisfechos de lo que habían hecho. No
habían conseguido nada. Bueno si, engordar la cuenta de aquel farsante con unos
billetes, (que no es que nos sobreasen).
Pero disfrutaban de la sensación de haberlo intentado.
Presbítero del engaño,
embaucar, tu profesión,
aprovechador de haciendas
y de desesperación.
Desvalijas a creyentes
que solo en ti ven la opción,
de que sus seres queridos
encuentren la curación.
Y te llenas los bolsillos
quitándoles el sustento,
haciéndoles comer pan
como único alimento.
Darían hasta su vida
porque esto fuese verdad.
no te servirán los bienes
cuando te hayan de llamar,
que en el más allá te pudras
por toda la eternidad.
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