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sábado, 6 de noviembre de 2021

Nubes en clave de Sol.


           Unas veces las circunstancias familiares, otras por trabajo, las más por dejadez y las menos por yo que sé.

               Y como siempre se dijo: unos por otros, la casa sin barrer.

 

        Tras años de ausencia y lejanía, coincidieron en su ciudad natal, era el día de los santos;       Andrés con el maletero abierto, encorvado sacaba unas flores.

      Miguel se le quedó mirando con asombro.    Sí, era él, nunca olvidaría esas manos, nudillos saltones en el teclado del acordeón.

         Como ha pasado el tiempo, ¿Qué sería del resto de componentes de aquella orquestina de verbena?

          Ninguno imaginaba que nada más cruzar la puerta del cementerio, se encontrarían con Román, también con unas flores, depositándolas sobre una lápida negra maltrecha por los años.  

         No podía ser, los tres juntos de nuevo.

   Qué habría sido de Marcos; aquella pequeña cosa que tocaba el fliscorno y se ponía colorado de tanto soplar.

     Porqué no intentarlo.   Sus padres estaban enterados en las hornacinas a la izquierda, con un poco de suerte, lo mismo, algún familiar…    Allí sentado en una piedra mientras sus hijos arrimaban la escalera para acceder al nicho, estaba él, tan poquita cosa como siempre, con lo único que de aquellos tiempos en sus manos quedaba;  la boquilla de fliscorno.   La había transformado en una especie de llavero con que entretener algunos minutos muertos.

    Seguía haciendo ejercicios de doble picado.

          Que jodío, seguía siendo un perfeccionista.

         Los años pasaban demasiado rápido y la distancia cada vez se hacía más pesada,  a la hora de emprender viaje.
       Esa sería probablemente la última oportunidad para volver a reunir toda su mundología.    Por eso quedaron esa tarde, en aquel bar donde revisaban sus partituras, que por suerte, aún permanecía abierto.

        Ahora lo llevaba el hijo del dueño, aquel mocoso al que le hacían picardías a diario y al que le encantaba ir hasta el cutre local de al lado, escuchando atentamente mientras ensayaban aquellas enrevesadas melodías.

 

                   Después de comer, se dispusieron a cumplir lo convenido. 

             Por un momento pareció detenerse el tiempo.

      Sentado, tras la barra un mocetón, todo un hombre, igualito a su padre:  alto y recio, colorado de cara y con aparente buen comer, de ponerse hasta las trancas.

          Qué pena, el bar estaba vacío; mira que entonces había que pedir vez, para jugar una partida a la hora del café.

              En fin, para todos cambian los tiempos.

 

          --Román se adelantó unos pasos, la puerta estaba abierta y el camarero distraído viendo la tele--.

       ---su voz pareció retumbar tanto que hasta el mozo se sobresaltó---

 

 Román.-  ¡Qué tal pirracas! ¿No saludas a los amigos?

 Fidel.- me cago en ros, pero como usted por aquí

Román.- y no vengo yo solo, estamos aquí toda la recua, bueno solo falta tu padre.

Miguel.- buena pinta tienes, eso no es de no comer

Fidel.- se hace lo que se puede

Andrés.- ¡vamos chorra!, enciende la estufa, que tienes esto helado

Fidel.- usted siempre mandando, si es que no cambia

Marcos.- pues ya estamos todos, cierro la puerta para que no se vaya el gato.

Fidel.- que alegría, esto, sí que no me lo esperaba;
       Pónganse en la mesa del rincón y miren a ver que quieren tomar.

 

       Allí se sentaron los cuatro, junto a la estufa de gas; Fidel se fue al mostrador y de un cajón de al lado de la cafetera sacó un sobre lleno de fotos de la época.

      Los sirvió y se sentó a unos metros de distancia.

     “no quería entrometerse en aquel bello rencuentro”

         Tantas cosas que contar de otros tiempos, buenas y malas;    aventuras y desventuras por esos mundos de Dios.

 

      Entonces, tras separarse al final de verano, cada uno cogió distancia y partió a un lugar distinto con la ilusión puesta en un futuro mejor, vamos, como antes se hacía.

  La música les hizo experimentar vivencias inolvidables, recorrer caminos insospechados y pisar escenarios por medio mundo, hasta que…  la experiencia dejó de tener valor.

          Se demandaba sangre nueva, gente ágil que diera “luz y color” al espectáculo.

        Las noches bajo los focos, se tornaron en mañanas detrás de un mostrador, el sonido dejó de rebotar en la pared de enfrente, lo analógico se empaquetó en digital y su maleta llena de ilusiones quedó arrinconada, lacia, en una estantería del trastero.

       Las baquetas, ahora cuelgan en forma de aspa en la pared del salón (la batería ocupaba demasiado sitio en casa). El acordeón fue regalado a un nieto, para ver si se animaba a aprender y allí quedó, bajo la cama del chaval (un cacharro más olvidado).  Del saxofón, no se sabe qué pasó con él, quiere acordarse  que lo vendió su señora para dar la entrada de una lavadora nueva que compraron a plazos y el fiscorno, ese sí,  está en casa, metido en su estuche gris forrado en su interior por suave fieltro verde, dormido, esperando impaciente a que llegue un momento que ya no llegará.

             Los cubatas de aquellos años, se han convertido en unas míseras tazas de manzanilla con sacarina, cruel artrosis va engarrotando esas notas de un pentagrama sin clave, escrito a tiempo de bolero y de los dedos de sus manos desentrenadas, ya solo salen anquilosados recuerdos, sin los suficientes bemoles para acariciar a su vieja amiga.

                 Juventud divino tesoro.

      Con algo de suerte se volverán a encontrar algún día de cierto año; uno a uno, irán llegando, hasta volverse a juntar quien sabe cuando…

 Allá, donde la música es algo que solo hay que pensarla para que suene.

 

      Bienvenidos todos… Pero sin prisas.


 

 


 

Carlos Torrijos

C.a.r.l. (España) 2021

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