Como todas las mañanas, la pequeña Lidia
jugaba en la puerta aprovechando el solecito, mientras su madre adecentaba todo
dentro de las posibilidades existentes la zona en el que habitaban, sin
descuidad el resto para evitar compartir su vida con algún tipo de bicho.
Matías, desde primera hora, estaba sentado
en los escalones de la iglesia con la mano extendida para que todo el que
pasase por allí, tuviera la oportunidad de prestarle un poco de ayuda. Saludaba
a todos ellos con amabilidad, aunque ni se acercasen por su lado.
Las horas de aquella mañana habían sido
fructíferas, aquello por lo menos le elevó un poco la moral al saber que no
regresaría a casa con las manos vacías.
Antes de llegar al pequeño bosque por donde
le gustaba atravesar oyendo a cada pisada el crujir de las hojas y ramas secas
que había en el suelo, pasó a una pequeña tienda de ultramarinos; nada más
cruzar la puerta, tras el mostrador, una señora lo saludó con cara de cierta
desconfianza, pero muy amablemente, como corresponde a todo aquel que está al
frente de un negocio cara al público.
.-buenos días, ¿qué quería?
.-una barra de pan y
algo de embutido, el más barato que tenga
.-lo más barato es la mortadela, ¿cuánta
quiere?
.-no sé, espere que
cuento, lo siento pero tengo que pagarle en monedas, es lo que he sacado esta
mañana
.- ¿le preparo un buen bocadillo para
usted?
.-no, es para mi
mujer y mi hija, que hoy se van a poner más contentas
.-pues mientras usted cuenta las monedas, voy un
momento a la trastienda. Cuídeme el negocio mientras vuelvo
.-no se preocupe que
está seguro
.-ya ha contado
.-tengo siete con
cincuenta y tres, aparte del pan, lo demás en mortadela
.-pero eso es mucho
.- y el hambre
también
.-tenga, mientras se la preparo en lonchas
de buen grosor, tómese esta cerveza fresca, lo invito yo
.-no quisiera que se
lo tome como un desprecio por mi parte, pero si me la pudiese cambiar por un
refresco de naranja para ellas, sería fenomenal
.- ¿y su niña qué edad tiene?
.-ayer cumplió dos
años
.-
¿estarán como locos con ella?
.- es una maravilla
de pequeñaja, más buena, ha salido a su madre, son igual de guapas y mi mujer
trabajadora como nadie, tiene siempre todo limpio y mira que se cría polvo en
ese sitio, pero se puede comer en el suelo y el pelo de las dos, siempre
brillante, aun estando escasos de agua y tenerla que quitar el frio en el fuego
La señora, mientras escuchaba las alabanzas
hacia su niña y su mujer, iba partiendo y envolviendo en un papel una gran
cantidad de lonchas de mortadela con aceitunas.
.- ¿tanto señora?
.-ya se lo dije
.-como nos vamos a
poner
.-espere aquí un momento, que ahora salgo
Entró de nuevo en la trastienda, cuando
salió al rato, portaba en su mano derecha una bolsa llena de fruta, había
estado escogiendo las piezas que había creído convenientes.
.-tenga esta fruta para ustedes, está un
poco de mal ver, pero la calidad es buena y seguro que su hija y su mujer, así
se alegran un poco más
.- ¿y cómo le pago
yo esto?
.-por favor, si al final iban a ir a la
basura
.-muchas gracias,
que alegría se van a llevar cuando se lo cuente, no se lo van a creer ni
viéndolo, seguro que mi mujer se piensa que he vuelto a hacer alguna trastada
.-espere
Cogió papel y bolígrafo e introdujo
en la bolsa una nota en la que decía que era un regalo para ellas.
.-esa nota me salva
de una bronca segura
.-mucho miedo le tiene, con lo buena que
dice que es
.-miedo a mi mujer,
ninguno, pero es que tiene razones para desconfiar
.-mañana y todos los días, al medio día,
pase por aquí, aunque no traiga dinero, siempre habrá algo que no tenga buena
presencia o esté a punto de pasarse de fecha
.-solo con una
condición, que me diga cómo pagarlo
.-está bien, hagamos un trato. Yo abro a
las nueve. Lo espero aquí todas las mañanas hacia las ocho para ayudarme a
descargar y colocar. Claro, si no le importa madrugar y trabajar un poquito
.- ¿trabajar a mí?
por eso no se preocupe y si algún día no hay nada que tirar, no se preocupe,
otro día habrá más
.-pues para casa a comer y ya sabe, mañana
a las ocho lo espero
.-no se preocupe,
aquí estaré
Iba tan contento camino a casa, que no
sentía ni los pies pisando las ramitas. Aquel día solo pensaba en llegar a la
puerta y entrar para dar la campanada tan deseada durante tanto tiempo.
En aquella mesa, que juntos habían
fabricado con las tablas y puntas oxidadas de unos palés que encontraron
tirados en la parte de atrás de la nave entre escombros, pusieron la bolsa y
empezaron a sacar la fruta. Todo un lujo para su dieta habitual.
Los ojos de Lidia, parecían salirse de sus
orbitas cuando vio salir de la bolsa, un paquete de galletas con vainilla, que
la señora había metido en la parte de abajo.
Con el hambre que tenían y les costaba
comer. Se les cerraba la garganta cada vez que miraban a su niña con aquel
paquete entre sus manos, como si fuera una joya. Comía cachitos de pan y mortadela, pero las
galletas solo las miraba. Tal vez su mente tan pequeña sabía que en cuanto las
abriera, durarían un plis-plas, no sería capaz de contenerse y quería que le
durasen mucho, mucho tiempo.
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