Miro la tierra reseca
con el
arado en mis manos,
con que
llegar a su entraña
haciendo surcos
que sirvan
para sembrar
mis palabras.
Espero caiga la lluvia
que de vida
a la simiente.
Que reverdezca sus hojas
y haga
crecer esos tallos
que sustentaran
el fruto.
Resquebrajado barbecho
que en el
ayer fue trigal
envuelto con
amapolas.
Que me dio felicidad
vestido con
diadema verde
con sus
piedrecitas rojas.
Y no se me ocurre nada.
En mis manos no hay semillas
para ofrecer
a la tierra.
Para qué quiero el arado.
Para qué sirven los surcos
que nunca
serán regados.
El sembrador deja caer la semilla para que el agua de un invierno no importando su intensidad haga un día germinar la semilla. No toda siembra es estéril siempre hay una tierra donde esta da frutos.
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