A la hora de comer, sentado a la mesa
hablaba con sus imaginarios compañeros, mientras miraba con preocupación
aquella cosa azul que desde hace un tiempo le ponían junto a la cuchara. Solo
ella podía ser la culpable de lo que estaba ocurriendo, pero Bella, Grifo y
Perro, no querían tomársela por él, para ver si causaba algún efecto en alguno
de ellos.
Arturo
se acercó con una sonrisa en sus labios:
.- Qué pasa Rafael ¿no comes?
.- hola pequeño, estaba pensando…
.- vamos que pensar a la hora de comer. Solo se te ocurre a ti
.- esta pastilla ¿para qué es?
.-
esa pastilla es un secreto. Nadie excepto nosotros sabe que la tomas
.- bueno, pero ¿para qué es?
.- ¿la verdad?
.- sí, dilo en voz alta para que se entere
Bella, si no dentro de un rato yo ya no me acordaré
.-
pues es para eso precisamente, para que así, dentro de poco empieces a recordar
estos momentos que ahora compartimos
.- ¿y los otros?
.-
lo siento, pero… los otros también
Rafael puso la pastilla al suelo y piso con fuerza retorciendo el talón
de su zapatilla, se levantó de la silla y sin más, sin ni siquiera haber
probado bocado se volvió al sillón a cerrar los ojos y hacerse el dormido para
que así nadie lo molestase. Arturo
se sentó a su lado y ya que él no le hacía caso, se puso a hablar con Perro, le acarició la cabeza y Rafael
pudo sentir como Perro movía el rabo. Luego
entabló una conversación sobre seres mitológicos con Grifo.
Este conocía a muchos de ellos, algunos de los
que Rafael jamás había oído hablar y le parecían extraordinarios por sus formas
y poderes. Pasado un rato se arrodilló
junto a Bella y le cogió las manos, sin pronunciar palabras la “miró a los ojos”
Esa incertidumbre de no saber lo que pasaba y un poquito de celos (todo hay que
decirlo) hizo que de repente despertase de su fingido letargo.
.- oye pequeño ¿Qué le has dicho a Bella?
.-
algo que solo su mirada y la mía saben. Algo que tú, aunque lo supieras, mañana
o dentro de un rato, ya no recordarías.
Rafael se quedó pensativo y en vez de mostrar
enojo por sus palabras se levantó del sillón, fue hacia la mesa aprisa y ante
la atónita mirada de todos se arrodilló en el suelo y lo lamió hasta no dejar
resto de la pastilla triturada.
.-
Rafael. Pero qué haces
.- perdóname pequeño, lo siento
Arturo, lo levantó del suelo y tras un abrazo
se marchó para que nadie lo viera llorar desconsoladamente. Sus
actos, sus palabras le habían parecido de una gran crueldad hacia Rafael. Ese anciano no se lo merecía, tan solo
quería seguir viviendo feliz en su sueño y quién. Quién era él para
arrebatárselo.
Volvió al gimnasio, cogió la locomotora y la
escondió en su taquilla, en una caja en el que él, también custodiaba algunos
de sus recuerdos de infancia.
En
las siguientes mañanas, Rafael, Andrea y Laura se juntaban a la hora convenida
pero Arturo siempre encontraba alguna excusa para no aparecer y cada vez que
Andrea le intentaba preguntar el porqué, le entraban las prisas y nunca
respondía.
El domingo por la mañana, a las doce, un cura se acercaba hasta la
residencia y en una pequeña capilla celebraba misa para todos los inquilinos de
aquel lugar. En la soledad y silencio
más absoluto, allí sentado en el banco del patio estaba Arturo contemplando
como crecía la hierba. De pronto Rafael
se acercó por detrás.
.- a mi no me engañas
.-
no tengo por qué engañarte (sin levantar la mirada del suelo)
.- ¿tú tienes mi tren?
.-
ahora es mío. Ese tren te hace daño y
yo no quiero que nada te haga daño
.- ese
tren, ese tren me da dolor de cabeza pero no sé porqué
.- pues no quiero que tengas dolor de cabeza
.- pero quiero saber porqué y Bella no me lo
quiere decir
.- me pides algo que no quiero hacer
.- pero ahora soy yo quien quiere que lo hagas
con todas las consecuencias
.- perdona Rafael, solo te puedo decir que lo pensaré
--- Rafael le puso su mano en el hombro ----
.- no tengo prisa, para mí todos los días
parten de cero y el tiempo es lo único que me sobra.
Arturo se quedó allí sentado contando una a una las hormigas que pasaban
junto a sus pies llevando cachitos de
hoja seca hacia su hormiguero pensando que a él de mayor le gustaría ser
como era Rafael. Que envidia, poder tener un perro al que
acariciar, un grifo con el que jugar a las cartas y compartir sus historias y una
Bella fiel a su lado. Una prolongación de su mente a la que solo él pudiera
acceder sin temor a que nadie se la arrebatara.
Sigue encantándome la historia apreciable Maestro. la terquedad de Rafael y su congruencia discutida y apreciada me lleva a la idea quijotesca.
ResponderEliminarGracias por leer Profe.
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