Introducción (00)
Pues érase que se era;
una familia humilde tirando a la baja, que vivía en una ciudad repleta de gente deambulando hacia
sus quehaceres diarios; pasos rápidos y tubos de escape enfurecidos entre
anuncios luminosos y escaparates ofertando toda clase de artículos.
Eran las doce de la mañana y mientras Berta (la madre) se las ingeniaba en la cocina para preparar algo
de comer, con lo poco que aún quedaba en el frigorífico; Arturo
(el padre) recorría las calles, entrando en todos los comercios, intentando
conseguir algún trabajillo “ aunque fuera por unas horas” para poder continuar
aportando el sustento al hogar.
Ajena a todo lo que sucedía, una pequeña mocosa de pelo ondulado y
media lengua, jugaba con unos peluches tumbada en una alfombra de lana.
Balbuceaba palabras incomprensibles y gesticulaba con desparpajo, dictando sus
órdenes a los muñecos de colores.
Sara (la niña) lo intentaba una
y otra vez, pero no le hacían caso. Eran unos desobedientes y no le hacían
caso. Así que se levantó enfadada y se fue a la cocina.
- Sara.- ¡mamá! Ve con la aatilla,
que no oecen.
- Berta.- no… no te enfades, es que
son pequeños y aún no saben.
El gesto de conformidad no
era demasiado claro, torcía el morro y funcia el ceño, pensando en cómo
solucionar aquel problema.
La olla empezaba a silbar dejando escapar el olor a berza al tiempo que
el horno hacía sonar su campanita.
-Berta.- mira, ven, que me vas a
ayudar.
Abrió la puerta del horno y de él sacó un bizcocho que acababa de
hacerse. Lo puso sobre la encimera (donde la pequeña no alcanzase) para quitar
el molde aún demasiado caliente y cogió a Sara con sus brazos para elevarla y
que así pudiese acercar la nariz para olerlo con mucho cuidado.
-Sara.- um, ele ben.
-Berta.- pues claro que huele
bien, seguro que estará riquiiiiiísimo.
Con un largo cuchillo, fue
cortándolo horizontalmente, mientras los ojos de la niña esperaban ansiosos ver
acercarse, aunque solo fueran unas migajas para probarlo.
Uno de los círculos había quedado demasiado delgado; lo puso en un
plato y lo dividió en porciones. Eso parecía ser una buena señal, Sara se
apresuró a empujar una silla y ponerla junto a la mesa, escaló como si fuera un
monito y se puso de rodillas sobre la silla esperando el manjar.
Todo parecía transcurrir a cámara lenta, la espera se hacía
interminable y encima Berta se distraía poniendo en un vaso un poquito de
leche. Luego le echaba un par de cucharaditas de azúcar y se ponía a darle
vueltas.
-Sara.- ¡vamos mamá!
-Berta.- tranquila que ya voy; no ves que aún esta
humeando
-Sara.- pos le sopo
-Berta.- menudo sopo estás hecho tú
Poco a poco, fueron dando
buena cuenta de los trocitos de bizcocho entre sorbo y sorbo de leche.
-Sara.- yo si te oezco, porque so
gande
-Berta.- muchoooo.
-Sara.- güeno, me voy a la zombra
-Berta.- ¿Cómo que te vas? Ahora
es cuando me tienes que ayudar
Para ese día tenía guardado a buen recaudo un litro de nata para montar
y unas guindas metidas en un tarro de cristal con agua y azúcar.
-Berta.- ahora monto la nata y tú
te vas a encargar de extenderla poco a poco sobre el bizcocho.
Antes de nada apagó el fuego de
la olla para que terminase de cocer la comida con la presión que quedaba en su
interior; luego montó la nata y puso el bol sobre la mesa. No había terminado
de darse la vuelta para coger una cuchara del cajón y Sara ya tenía sus manitas
dentro de la nata y sin pasar ni un segundo su cara parecía la de un payaso
mientras se rechupeteaba los dedos.
-Berta.- ¡Jodía muchacha! ¡Deja
eso!
-Sara.- tá gúena
No pudo por más que echarse a
reír, al tiempo que le iba explicando cómo hacerlo, para que quedase una bonita
y sabrosa tarta de cumpleaños.
Capa sobre capa, fueron
poniendo el relleno, luego la nata sobrante cubriendo todo el alrededor y parte
superior y una vez terminada y colocadas las guindas en círculo se dispusieron
a clavar las tres velitas.
En ese mismo instante sonaba
el timbre de la puerta; como se había pasado la mañana, seguro que era papá y
los platos sin poner en la mesa.
Cogió a Sara bajo el brazo
como si fuese un muñeco y fueron a abrir a toda velocidad.
-Arturo.- hola, ¿Qué tal mis niñas?
-Sara.- hemos hacido na cosa
-Arturo.- Y qué es
-Berta.- ¡Ah! Sorpresa.
-Arturo.- pues yo también tengo una
sorpresa, sentaros en el comedor y os la cuento.
Ya sentadas la expectación era máxima; ¿Qué habría sido capaz de
conseguir para regalar a Sara e el día de su cumple? (pensaba Berta) mientras
la niña abría los ojos como si fuera a escuchar la historia más maravillosa
jamás contada.
Arturo salió al rellana de la escalera y volvió a entrar con una bolsa
de papel que dejo junto a la puerta del comedor.
-Sara.- ¿Qué eso?
Arturo no contestó, se arrodilló en la alfombra frente a ellas, se rodeó
de todos los muñecos arrimándolos a sus piernas y empezó a contarles lo
sucedido aquella mañana.
Esta mañana, en el centro,
después de dar mil y una patadas buscando de donde sacar algo e dinerillo;
entre a un comercio. Allí me encargaron
entrar al almacén y deshacer unas cajas de cartón para luego llevarlas al
contenedor. Había que doblarlas muy bien porque si no el contenedor se llenaría
con cuatro de las cajas, así que una a una fui quitándoles los precintos y
doblándolas una a una. Eran de cartón muy duro, por lo que de vez en cuando
pisaba el montón para forzar los dobleces.
Una vez todas puestas en condiciones las até con un cordel y así
poderlas llevar cómodamente a su destino.
La señora muy amable me
ha preguntado si tenía hijos y al decirle que sí, que una niña de tres añitos…
-Sara.- Papá, dos
-Berta.- no hija, ya tres.
A lo que íbamos. Me ha
regalado un jersey rosa con flores en el pecho y me ha dado diez euros por el
trabajo ya que hoy era un día especial.
-Berta.- entonces ¿en la bolsa
viene el jersey?
Arturo se echo mano a la
espalda y de la cintura se sacó el jersey todo arrugado.
-Arturo.- tachan… y aquí está el
jersey ¿a que es bonito?
-Sara.- ¡SÍ!
-Arturo.- tranquilas que ahora
viene lo interesante
-- Berta pensó en seguida: ¿en
qué se habrá gastado este los diez euros?—
Pues bien, cuando he llegado al contenedor y tras volver a deshacer el
hatijo, para introducir los cartones, he oído un ruido extraño. Bajo los
cartones algo parecía moverse, he abierto la tapa y sin pensarlo como si algo
me empujase a hacerlo, me he puesto a sacarlos de nuevo hasta que mi vista se
ha quedado eclipsada. Allí estaba, un gatito que no tiene más de un par de
días, se acorrucaba en el rincón muerto de miedo, así que lo he metido en la
bolsa y se lo he traído como regalo de cumpleaños a Sara.
-Sara.- yo quiero ver, yo quiero ver.
El papá lo saco de la bolsa y lo puso sobre el regazo de la pequeña.
Era un gato de muchos colores: blanco, negro, marrón claro, anaranjado,
marrón oscuro.
Con el nuevo miembro de la
familia en sus manos se fueron a comer, luego soplaron las velas, cantaron el
cumpleaños feliz, comieron la tarta hasta no poder más.
Entonces Sara quedó por un
instante paralizada, lo miró pensativa y le dijo:
.- ya tá. Tú, PARCHÍS.
Qué bonito Carlos, me ha encantado la expresión tan amena con la que escribes esta historia tan fraternal.
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