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miércoles, 1 de abril de 2020

PARCHÍS (00)



Introducción (00)


        Pues érase que se era; una familia humilde tirando a la baja, que vivía en  una ciudad repleta de gente deambulando hacia sus quehaceres diarios; pasos rápidos y tubos de escape enfurecidos entre anuncios luminosos y escaparates ofertando toda clase de artículos.

Eran las doce de la mañana y mientras Berta (la madre) se las ingeniaba en la cocina para preparar algo de comer, con lo poco que aún quedaba en el frigorífico;  Arturo (el padre) recorría las calles, entrando en todos los comercios, intentando conseguir algún trabajillo “ aunque fuera por unas horas” para poder continuar aportando el sustento al hogar.

Ajena a todo lo que sucedía, una pequeña mocosa de pelo ondulado y media lengua, jugaba con unos peluches tumbada en una alfombra de lana. Balbuceaba palabras incomprensibles y gesticulaba con desparpajo, dictando sus órdenes a los muñecos de colores.

Sara (la niña) lo intentaba una y otra vez, pero no le hacían caso. Eran unos desobedientes y no le hacían caso. Así que se levantó enfadada y se fue a la cocina.

- Sara.- ¡mamá! Ve con la aatilla, que no oecen.
- Berta.- no… no te enfades, es que son pequeños y aún no saben.

    El gesto de conformidad no era demasiado claro, torcía el morro y funcia el ceño, pensando en cómo solucionar aquel problema.
La olla empezaba a silbar dejando escapar el olor a berza al tiempo que el horno hacía sonar su campanita.

-Berta.- mira, ven, que me vas a ayudar.

Abrió la puerta del horno y de él sacó un bizcocho que acababa de hacerse. Lo puso sobre la encimera (donde la pequeña no alcanzase) para quitar el molde aún demasiado caliente y cogió a Sara con sus brazos para elevarla y que así pudiese acercar la nariz para olerlo con mucho cuidado.

-Sara.- um, ele ben.
-Berta.- pues claro que huele bien, seguro que estará riquiiiiiísimo.

   Con un largo cuchillo, fue cortándolo horizontalmente, mientras los ojos de la niña esperaban ansiosos ver acercarse, aunque solo fueran unas migajas para probarlo.
Uno de los círculos había quedado demasiado delgado; lo puso en un plato y lo dividió en porciones. Eso parecía ser una buena señal, Sara se apresuró a empujar una silla y ponerla junto a la mesa, escaló como si fuera un monito y se puso de rodillas sobre la silla esperando el manjar.
Todo parecía transcurrir a cámara lenta, la espera se hacía interminable y encima Berta se distraía poniendo en un vaso un poquito de leche. Luego le echaba un par de cucharaditas de azúcar y se ponía a darle vueltas.

-Sara.- ¡vamos mamá!
-Berta.-  tranquila que ya voy; no ves que aún esta humeando
-Sara.-  pos le sopo
-Berta.-  menudo sopo estás hecho tú

     Poco a poco, fueron dando buena cuenta de los trocitos de bizcocho entre sorbo y sorbo de leche.

-Sara.- yo si te oezco, porque so gande
-Berta.- muchoooo.
-Sara.- güeno, me voy a la zombra
-Berta.- ¿Cómo que te vas? Ahora es cuando me tienes que ayudar

Para ese día tenía guardado a buen recaudo un litro de nata para montar y unas guindas metidas en un tarro de cristal con agua y azúcar. 

-Berta.- ahora monto la nata y tú te vas a encargar de extenderla poco a poco sobre el bizcocho.

  Antes de nada apagó el fuego de la olla para que terminase de cocer la comida con la presión que quedaba en su interior; luego montó la nata y puso el bol sobre la mesa. No había terminado de darse la vuelta para coger una cuchara del cajón y Sara ya tenía sus manitas dentro de la nata y sin pasar ni un segundo su cara parecía la de un payaso mientras se rechupeteaba los dedos.

-Berta.- ¡Jodía muchacha! ¡Deja eso!
-Sara.-  tá gúena

   No pudo por más que echarse a reír, al tiempo que le iba explicando cómo hacerlo, para que quedase una bonita y sabrosa tarta de cumpleaños.

    Capa sobre capa, fueron poniendo el relleno, luego la nata sobrante cubriendo todo el alrededor y parte superior y una vez terminada y colocadas las guindas en círculo se dispusieron a clavar las tres velitas.

    En ese mismo instante sonaba el timbre de la puerta; como se había pasado la mañana, seguro que era papá y los platos sin poner en la mesa.
    Cogió a Sara bajo el brazo como si fuese un muñeco y fueron a abrir a toda velocidad.

-Arturo.- hola, ¿Qué tal mis niñas?
-Sara.- hemos hacido na cosa
-Arturo.- Y qué es
-Berta.- ¡Ah! Sorpresa.
-Arturo.- pues yo también tengo una sorpresa, sentaros en el comedor y os la cuento.

Ya sentadas la expectación era máxima; ¿Qué habría sido capaz de conseguir para regalar a Sara e el día de su cumple? (pensaba Berta) mientras la niña abría los ojos como si fuera a escuchar la historia más maravillosa jamás contada.

Arturo salió al rellana de la escalera y volvió a entrar con una bolsa de papel que dejo junto a la puerta del comedor.

-Sara.- ¿Qué eso?
Arturo no contestó, se arrodilló en la alfombra frente a ellas, se rodeó de todos los muñecos arrimándolos a sus piernas y empezó a contarles lo sucedido aquella mañana.

    Esta mañana, en el centro, después de dar mil y una patadas buscando de donde sacar algo e dinerillo; entre a un comercio.  Allí me encargaron entrar al almacén y deshacer unas cajas de cartón para luego llevarlas al contenedor. Había que doblarlas muy bien porque si no el contenedor se llenaría con cuatro de las cajas, así que una a una fui quitándoles los precintos y doblándolas una a una. Eran de cartón muy duro, por lo que de vez en cuando pisaba el montón para forzar los dobleces.  Una vez todas puestas en condiciones las até con un cordel y así poderlas llevar cómodamente a su destino.
        La señora muy amable me ha preguntado si tenía hijos y al decirle que sí, que una niña de tres añitos…

-Sara.- Papá, dos
-Berta.- no hija, ya tres.

         A lo que íbamos. Me ha regalado un jersey rosa con flores en el pecho y me ha dado diez euros por el trabajo ya que hoy era un día especial.

-Berta.- entonces ¿en la bolsa viene el jersey?

   Arturo se echo mano a la espalda y de la cintura se sacó el jersey todo arrugado.

-Arturo.- tachan… y aquí está el jersey ¿a que es bonito?
-Sara.- ¡SÍ!
-Arturo.- tranquilas que ahora viene lo interesante

 -- Berta pensó en seguida: ¿en qué se habrá gastado este los diez euros?—

Pues bien, cuando he llegado al contenedor y tras volver a deshacer el hatijo, para introducir los cartones, he oído un ruido extraño. Bajo los cartones algo parecía moverse, he abierto la tapa y sin pensarlo como si algo me empujase a hacerlo, me he puesto a sacarlos de nuevo hasta que mi vista se ha quedado eclipsada. Allí estaba, un gatito que no tiene más de un par de días, se acorrucaba en el rincón muerto de miedo, así que lo he metido en la bolsa y se lo he traído como regalo de cumpleaños a Sara.

-Sara.-  yo quiero ver, yo quiero ver.

El papá lo saco de la bolsa y lo puso sobre el regazo de la pequeña.
Era un gato de muchos colores: blanco, negro, marrón claro, anaranjado, marrón oscuro.

 Con el nuevo miembro de la familia en sus manos se fueron a comer, luego soplaron las velas, cantaron el cumpleaños feliz, comieron la tarta hasta no poder más.

 Entonces Sara quedó por un instante paralizada, lo miró pensativa y le dijo:

.- ya tá. Tú, PARCHÍS.
        





1 comentario:

  1. Qué bonito Carlos, me ha encantado la expresión tan amena con la que escribes esta historia tan fraternal.

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