El domingo por la
mañana, amaneció totalmente despejado;
se preveía un día estupendo aunque no demasiado caluroso por la época
del año.
Lo bueno de vivir en una
ciudad pequeña es que el campo siempre está a tiro de piedra y desde su ventana
se podían ver los montes verdes y campos ya floridos.
Cerca de casa (a un kilómetro
más/menos) ya a las afueras, había una fuente con asientos de piedra y justo al
lado un riachuelo, que es esa época debía de estar rebosante de vida.
Prepararon una hortera con
una tortilla de patatas y pimientos fritos (comida típica) y antes de que
picase más el sol, salieron andandito a su jornada campestre.
Sara llevaba al gato sujeto por
una correa, mamá en una mano a Sara y en la otra, la bolsa con la comida y papá cargaba con una mesa plegable, una manta vieja
para tirar en el suelo y un cubo lleno con juguetes de goma y ropa de cambio
para Sara.
No tardaron mucho en llegar;
lo primero fue refrescar sus gargantas con el agua tan limpia y fresca que
manaba directamente de la montaña. Qué rica estaba. Parchís no se acercaba
demasiado, pues al caer el chorro salpicaba y eso no le hacía demasiada gracia;
así que papá cogió agua en sus manos y de allí ya pudo beber relajado.
A pocos metros, a la sombra de unos árboles
una hierba verde invitaba a poner la manta y poderse sentar incluso tumbar en
ella sin perder de vista la orilla del riachuelo que no llevaba más de dos
palmos de agua, pero toda precaución es poca cuando se trata de una niña con
ansias de investigar.
Sara iba poniendo los
muñecos en el agua, Parchís recorría la orilla corriente abajo junto a cada uno
de ellos y Arturo, los esperaba un poco más abajo, para acercarlos a la orilla
con un palo y volverlos a recoger, luego Parchís se encargaba de coger uno a
uno en la boca y volver a llevarlos al sitio donde estaba Sara.
Berta hacía tiempo que no estaba tumbada tan a gusto; la hierba hacía
un mullido placentero, la temperatura era perfecta, el paraje divino y el
murmullo del agua súper relajante; con los ojos cerrados pero sin llegar a
dormirse disfrutaba de cada olor que la brisa suave le regalaba, trayéndole recuerdos
de su niñez y adolescencia en aquel mismo lugar tantas veces visitado.
Parchís no tardó en cansarse
de tanto caminar abajo y arriba, así que se fue a tumbar al lado de Berta. Esta
comenzó a contarle esas preciosas historias, al tiempo que acariciaba su cuerpo de cabeza a rabo
deslizando la mano por el lomo. Parchís miraba embelesado como sus labios se movían
susurrando esas palabras que solo él podía oír y que sonaban a melodía de nana,
por lo que poco a poco, se le fueron cerrando los parpados, ralentizando el
respirar y durmiéndosele el corazón.
Una situación demasiado
idílica como para que durase mucho tiempo; Sara cogió agua en sus manos y ¡zás!
No pudo tener otra idea que dejarla caer sobre ellos. Qué graciosa, que risas. No
se sabe quién tenía perores ideas si ella o su padre, que seguro fue el
inductor. Pero no era cuestión de enfadarse, habían ido a disfrutar de ese día,
así que se pusieron a jugar los cuatro en la manta a las peleas. Mamá y Sara intentarían
ganar a papá al que ayudaría el gato. Al
poco rato y viendo que papá era más fuerte, Sara decidió ir con papá y que
Parchís ayudase a mamá, con lo cual al gato le tocaba algún que otro manotazo. Visto
lo visto, prefirió retirarse a un lado y limitarse a observar tranquilo, junto
al tronco de un árbol.
Llegó la hora de comer y después nada mejor
que una buena siesta. Entre tanto Parchís junto a la orilla, miraba con asombro
los renacuajos que por allí nadaban. Estiraba su pata para intentar cogerlos,
pero antes de que esta llegase al agua, la retiraba hacia atrás, (eso del agua
no iba con él).
Las ideas peregrinas, rondaban por las
mentes perversas.
Arturo se levantó y a gatas,
sigilosamente se acerco a él por detrás y de un empujón el gato cayó al agua. Tardó nada en salir y receloso se alejó a varios
metros de ellos.
-Berta.- ven Parchís, guapo
-Sara.- ven, no pasa nada
Ya, ya, el gato no se fiaba
ni de su sombra
-Berta.- desde luego, es que no
tienes una idea buena
-Arturo.- venga, pero si ha sido
una broma
Aún
era pronto así que estarían allí echados otro ratito antes de recoger y
comenzar el camino de regreso antes de que empezase a refrescar.
Parchís, poco a poco se fue
arrimando de nuevo a la orilla; toda su intención era lograr sacar a uno de
esos animalitos del río y jugar con él en la hierba.
Mientras los padres
reposaban boca arriba y con los ojos cerrados disfrutando del momento, Sara
quiso imitar la acción anterior. Despacio
muy despacio dio una vuelta sobre su propio cuerpo saliéndose de la manta,
luego a gatas, apoyando las rodillas y los codos para no se apenas vista se fue
acercando a Parchís y cuando ya estaba cerca de él, se lanzó a empujarlo.
Esta vez parchís ya tenía la
mosca detrás de la oreja, dio un salto hacia un lado y Sara cayó de cabeza al
agua.
Al oír el ruido, el chapoteo
y las voces; los padres se levantaron y se lanzaron a cogerla.
Ahora era Parchís quien los
miraba riéndose. Se acabó el día de campo.
Cambiaron a la niña para que no
cogiese frio y ellos dos con la ropa
empapada camino de casa a ponerse directamente el pijama.
Parchís andaba todo chulo, viendo el
pelo de Sara empapado y lo seco que él
iba.
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