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lunes, 13 de abril de 2020

PARCHÍS (08)




Durante los siguientes días, Sara se empeñaba en poner pruebas a Parchís que demostrasen su gran inteligencia.  Extendía sobre la alfombra los cubos de letras, números y animales, con los que el gato se dedicaba a jugar dando manotazos al azar y asustándose cada vez que alguno se volteaba.
        Berta con el frigorífico abastecido de lo necesario, comenzaba a recordar aquellas recetas que sabía, eran las preferidas de Arturo, el que cada día al volver a casa se permitía el pasar por el kiosco a comprar algo para Sara. Poquita cosa y no siempre golosinas; mejor juguetitos de usar y tirar, algo que no le estropease la dentadura ni el estomago.
Parchís había crecido mucho en poco tiempo, ya comía algo de pienso y sobras de la comida de ellos. Ya tenía su puesto en la mesa; siempre sentado en una silla junto a Sara, que le iba dando cachitos de lo que ella comía y cuando se despistaba hablando, ya le avisaba él tocándole con la patita en la pierna.
  
     Esa noche Parchís parecía nervioso; le habían puesto en un rincón de la cocina una cestita de mimbre con su manta, un cuenco grande con agua y otro más pequeño para el pienso, y al lado un recipiente cuadrado con arena, para que allí, se fuera acostumbrando hacer sus necesidades.  Olisqueaba todo y miraba pidiendo explicaciones de por qué aquel cambio.
      Como de costumbre cada uno se fue a su habitación a dormir, pero esa noche a él lo dejaron tapado en su nueva cama.  
     Después de tapar a Sara y antes de darle el beso de buenas noches, les tocó estar un rato explicándole que cada uno tenía su sitio para dormir y que el gato tenía que hacerlo en la cocina, porque si no, cuando fuera un poco más grande se subiría a las camas y las llenaría de pelos.  

   Cuando ya estaban a punto del primer sueño, Parchís se puso a maullar, arañando la puerta de la cocina. Arturo ya desesperado, bajo para dejarle las cosas claras. Tuvo la paciencia de calentarle un poco de leche y darle el biberón para que se durmiese con la barriga llena; luego lo tapó y se volvió a la cama sin hacer ruido para no despertar a Sara.
  Cuando entró en la habitación, también Berta se había quedado “roque” y con mucho cuidado se acostó pensando en dormir ya tranquilo el resto de la noche.
     Entre la oscuridad, el silencio, el cansancio y cuando las alas de los sueños se empezaban a desplegar, un grito, seguido del llanto de Sara, los volvió a sobresaltar.
   Los dos saltaron de la cama como centellas y se dirigieron a ver qué pasaba.
    La niña había oído un ruido extraño en su habitación y estaba aterrorizada. Allí no había nada, pero ella insistía en que sí que había oído un ruido.
Mamá la cogió en sus brazos y se la llevo a su cama (esa noche dormirían los tres juntos). Papá estuvo mirando a ver si se hubiese movido algo o caído alguna cosa de la estantería, pero nada estaba diferente a lo habitual.
   Bueno iría a beber un poco de agua y a ver si de esta vez ya quedaba la noche tranquila.
    Según se dirigía a su habitación, iba apagando luces y al llegar a la habitación de Sara, allí estaba Parchís, quieto en medio de la habitación.
   Según fue a cogerlo para llevarlo de nuevo a la cocina, este le maulló con genio enseñándole los dientecillos. Luego se metió debajo de la cama y de allí saco un pequeño juguete; uno de esos a los que se le da cuerda para que mueva sus ruedecitas. Por cualidades de la vida, seguro que eso había provocado el ruido que asusto a Sara. Una vez a la vista, le propinó un manotazo, lo que hizo que de nuevo se pusiera en funcionamiento por unos segundos. Parchís se quedó mirando a Arturo y antes de que este llegase a acariciarlo, se fue andando con aire chulesco hasta la cocina, donde se acostó en su cama.
        Arturo, llegó a la habitación y les contó lo sucedido.
              “ese gato era listo, pero listo de verdad”
   Por fin los tres, bueno mejor dicho los cuatro, pudieron dormir tranquilos.





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