Durante los siguientes días, Sara se empeñaba en poner pruebas a
Parchís que demostrasen su gran inteligencia.
Extendía sobre la alfombra los cubos de letras, números y animales, con
los que el gato se dedicaba a jugar dando manotazos al azar y asustándose cada
vez que alguno se volteaba.
Berta con el frigorífico
abastecido de lo necesario, comenzaba a recordar aquellas recetas que sabía,
eran las preferidas de Arturo, el que cada día al volver a casa se permitía el
pasar por el kiosco a comprar algo para Sara. Poquita cosa y no siempre
golosinas; mejor juguetitos de usar y tirar, algo que no le estropease la
dentadura ni el estomago.
Parchís había crecido mucho en poco tiempo, ya comía algo de pienso y
sobras de la comida de ellos. Ya tenía su puesto en la mesa; siempre sentado en
una silla junto a Sara, que le iba dando cachitos de lo que ella comía y cuando
se despistaba hablando, ya le avisaba él tocándole con la patita en la pierna.
Esa noche Parchís parecía
nervioso; le habían puesto en un rincón de la cocina una cestita de mimbre con
su manta, un cuenco grande con agua y otro más pequeño para el pienso, y al
lado un recipiente cuadrado con arena, para que allí, se fuera acostumbrando
hacer sus necesidades. Olisqueaba todo y
miraba pidiendo explicaciones de por qué aquel cambio.
Como de costumbre cada uno
se fue a su habitación a dormir, pero esa noche a él lo dejaron tapado en su
nueva cama.
Después de tapar a Sara y
antes de darle el beso de buenas noches, les tocó estar un rato explicándole
que cada uno tenía su sitio para dormir y que el gato tenía que hacerlo en la
cocina, porque si no, cuando fuera un poco más grande se subiría a las camas y
las llenaría de pelos.
Cuando ya estaban a punto del
primer sueño, Parchís se puso a maullar, arañando la puerta de la cocina.
Arturo ya desesperado, bajo para dejarle las cosas claras. Tuvo la paciencia de
calentarle un poco de leche y darle el biberón para que se durmiese con la
barriga llena; luego lo tapó y se volvió a la cama sin hacer ruido para no
despertar a Sara.
Cuando entró en la habitación,
también Berta se había quedado “roque” y con mucho cuidado se acostó pensando
en dormir ya tranquilo el resto de la noche.
Entre la oscuridad, el
silencio, el cansancio y cuando las alas de los sueños se empezaban a
desplegar, un grito, seguido del llanto de Sara, los volvió a sobresaltar.
Los dos saltaron de la cama
como centellas y se dirigieron a ver qué pasaba.
La niña había oído un ruido
extraño en su habitación y estaba aterrorizada. Allí no había nada, pero ella
insistía en que sí que había oído un ruido.
Mamá la cogió en sus brazos y se la llevo a su cama (esa noche dormirían
los tres juntos). Papá estuvo mirando a ver si se hubiese movido algo o caído alguna
cosa de la estantería, pero nada estaba diferente a lo habitual.
Bueno iría a beber un poco de agua y a ver si de esta vez ya quedaba la noche
tranquila.
Según se dirigía a su
habitación, iba apagando luces y al llegar a la habitación de Sara, allí estaba
Parchís, quieto en medio de la habitación.
Según fue a cogerlo para
llevarlo de nuevo a la cocina, este le maulló con genio enseñándole los
dientecillos. Luego se metió debajo de la cama y de allí saco un pequeño
juguete; uno de esos a los que se le da cuerda para que mueva sus ruedecitas. Por
cualidades de la vida, seguro que eso había provocado el ruido que asusto a
Sara. Una vez a la vista, le propinó un manotazo, lo que hizo que de nuevo se
pusiera en funcionamiento por unos segundos. Parchís se quedó mirando a Arturo
y antes de que este llegase a acariciarlo, se fue andando con aire chulesco
hasta la cocina, donde se acostó en su cama.
Arturo, llegó a la
habitación y les contó lo sucedido.
“ese gato era listo, pero listo de verdad”
Por fin los tres, bueno mejor
dicho los cuatro, pudieron dormir tranquilos.
Sigue la historia del enternecedor gatillo.
ResponderEliminarQue siga la historia
ResponderEliminar¡Uhhhhhh!! Gato, gato.
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