Arturo se vistió y salió por la puerta, no sin antes llenar de besos
las mejillas de la pequeña y decir adiós dando un suave beso en los labios de
Berta.
No había andado ni cien
metros cuando vio un camión de mudanzas, a punto de abrir sus puertas traseras.
-Arturo.- buenos días, ¿no
necesitarán ustedes unos brazos, para ayudar?
--- Un señor se le quedó
mirando ---. Fue hasta la cabina y salió con una lista.
..--- A ver, están a punto de
llegar unos que ya he contratado, pero hoy tenemos dos mudanzas más, por lo que
una mano no nos vendrá mal.
-Arturo.- pues usted dirá
..--- un momento. Pago treinta
euros por mudanza. Cargar, descargar, y subir al piso. Los dueños que lo
coloquen. Vosotros solo debéis dejar cada cosa en la habitación que os manden, ¡ah!
Y hay en sitios que no se permite usar el ascensor. Hay gente muy borde.
-Arturo.- por mí está hecho, solo
que me deje cinco minutos para ir a casa, vivo ahí al lado, para decirle a mi
mujer que no me espere.
..--- por supuesto, vaya, vaya,
que seguro que le da una alegría.
En esa ocasión, perdió la costumbre de llamar al timbre, echo mano al
bolsillo y abrió con su llave.
-Arturo.- tranquilas no os asustéis
que soy yo
-Berta.- ¿Qué pasa?
-Arturo.- nada, nada, que hoy tengo trabajo para rato, voy a ayudar en
tres mudanzas así que no sé a qué hora acabaré, pero vosotras tranquilas que
estaré bien.
--- Ya se iba, cuando de
repente se acordó, entró corriendo a la cocina, cogió a Parchís y le dio un
beso en la cabezota ----
-Arturo.- ay pequeñajo. Gracias
muchas gracias.
No importaba que simplemente
todo fuera tan solo una casualidad, lo importante es que era, y cada cual es
libre de creer en lo que más feliz le haga.
A la hora de comer, Sara
no llegaba a comprender por qué papá no estaba sentado con ellas a la mesa. Miraba
la silla donde normalmente se sentaba, el sitio donde hoy no había plato, esos
gestos que él le hacía para indicarle que se debía de acabar todo.
-Sara.- ¿Y papá?
-Berta.- pero no te acuerdas. Vino
esta mañana para decir que no venía a comer
-Sara.- ¿y poqué?
-Berta.- porque tiene que trabajar
-Sara.- ¿y poqué?
-Berta.- porque esta mañana el
gato le ha meado las zapatillas y eso le ha traído suerte
-Sara.- estonces, si tienes
suete, no comes
---Berta no pudo
aguantarse la risa ----
-Berta.- no hija, tal vez no comes
a la hora, pero en esta casa si papá tiene suerte se come.
-Sara.- ¿queeeee?
-Berta.- nada hija nada, son cosas
mías; y ahora hay que terminarse todo para que papá esté muy contento y ´tu
como vas a portarte muy bien, seguro que también vas a tener suerte.
Tras el postre, mamá se puso a
recoger la mesa, luego a fregar los cacharros y al recoger…. De pronto prestó
algo más de atención. Malo, demasiado
silencio, que estría pasando en el comedor.
Sara inexplicablemente, tenía
todo recogido. Había metido todos los muñecos en un baúl de mimbre, uno a uno,
había colocado los cojines en el sofá y se encontraba sentada en el centro de
la alfombra con los ojos cerrados y con el gato sobre sus piernas.
-Berta.- Sara, ¿te pasa algo?
-sara.- e má tonto
-berta.- pero ¿Qué pasa?
-sara.- nada, que no se mea
-berta.- pero… ¿para qué quieres
que se mee?
-sara.- pos, pos pá tene suete
-Berta.- anda ven con migo a la
cocina, que por tener todo recogido te voy a contar un cuento muy bonito. Ves eso
es tener suerte sin que te mee el gato.
-Sara.- ¡Vale! ¡Bien!
Pachís, hemos tenío suete.
Eres sensacional. ¡Qué bonito Carlos
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