"Ver con los ojos cerrados" 19
El comedor estaba colocado en perfecto
estado de revista para una gran celebración, ciertas cosas se tenían que hacer
a lo grande.
Llegaron los mayores, tras un poco de
charla acompañada de unos vinos y se fueron sentando a la mesa.
Arturo y Roberto como cada año eran los
encargados de servir y luego ocupar los dos sitios presidenciales uno frente a
otro. Aunque las creencias no fueran demasiado
arraigadas, a Hortensia (madre de carolina) le gustaba bendecir la mesa como
acto de respeto y dar gracias por otro año más.
Ese año la familia había crecido y
todo eran preguntas para los recién llegados. Lourdes se sentía rara pero cómoda, todavía
estaba alucinando con la destreza, con que se manejaba esa gente y la alegría
que allí se respiraba, nadie pretendía ser más que nadie, las “deficiencias” no
eran impedimento para sentirse iguales, y el aparentar, tan solo un defecto de
las personas que estaban al otro lado de esas puertas ahora cerradas, para
evitar molestias.
Entre risas y anécdotas que cada uno iba
contando para amenizar la velada, llegó el segundo plato. Como no podía ser de otra manera, Nerea ya
empezó a protestar por algo. (Ya ves tú, le habían servido tres filetes en
salsa y ella solo quería que le pusiesen dos).
Fernando.- Nerea, pues lo que no quieras lo dejas
Nerea.- pero si es que le he dicho a Roberto que solo quería
dos
Fernando.- ponlo en mi plato y ya está
--El filete se escurrió del tenedor y fue
a caer sobre sus piernas—
Fernando.- ves si no te llegas a poner la bata, es que eres
muy cabezona
Nerea.- Si es que se lo he dicho y él, ni caso
Roberto.- vamos, que no ha pasado nada
Carolina.- que hoy es Nochevieja y hay que empezar el año
con alegría, por favor
La calma y los chascarrillos, volvieron de
nuevo a la mesa. Tomás ya estaba con los
brazos cruzados esperando a que el resto terminase.
Antonio.- ¿no comes más?
Tomás.- no, ya no quiero más
Antonio.- pues está muy rico
Pedro.- déjalo, si no quiere, no tendrá hambre
Lucía.- ¿Qué no tendrá hambre? Julia dile a Pedro lo que
le pasa a Tomás
Pedro.- si ya me lo imagino
Julia.- Tomas ¿de qué es este año la tarta?
Tomás.- y yo que sé
Julia.- ¿y qué hacías abriendo el frigorífico cuando yo
estaba sacando los vasos del armario?
Tomás.- no sería yo
Beatriz.- si Julia
dice que eras tú, bien segura estoy yo
Lourdes.- ¿y os reconoce a todos? Y cómo
Lucía.- por la forma de andar y la manera de respirar
Tomás.- ya os dije que lo que tiene de guapa, lo tiene de
bruja
Lourdes.-pues entonces sí que es muy bruja
La tarta ya salía en los brazos de Arturo;
en otro carro, sacaba Gervasio un
barreño grande lleno de hielo, donde estaban metidas las botellas de cava y
sidra, y la parte de abajo llena de cuencos con las correspondientes uvas para
cuando llegase la hora.
Como siempre, ya que Julia no era mucho
de dulce, se puso a tocar algún que otro villancico tradicional, de esos que
todos sabían al menos tatarear.
Lourdes dejó a un lado su vergüenza y como
agradecimiento a esa gran cena se puso junto al teclado a cantar; tenía una voz muy agradable y entonaba muy
bien. Aquello era una novedad, una gran
sorpresa incluso para sus padres.
Verónica.- pero que bien canta y yo no sabía nada
Samuel.- es la reina del karaoke los viernes por la tarde
Manuel.- ¿y cómo no nos habías dicho nada?
Samuel.- porque son cosas sin importancia
Cuando empezaron a aplaudirle, ella se
puso colorada y bajó la cabeza.
Julia.- no te de vergüenza, si lo haces muy bien
Lourdes.- si no me da vergüenza
Julia.- estás colorada como un tomate y nerviosa como un
flan ¿Qué te apetece cantar ahora?
Lourdes.- y como sabes tú que estoy nerviosa
Julia.- se te oye el corazón acelerado desde la calle y
el calor que desprendes parece el de una estufa de leña
Lourdes.- muchas gracias Julia
Julia.- ¿Gracias? ¿Por qué?
--Lourdes acercó su boca al oído de Julia –
Lourdes.- tú eres la culpable de que en mi familia nos
esforcemos por ver con los ojos cerrados
Julia.- vamos a cantar otro villancico, que se están
quedando fríos
Al
lado de Julia. Lourdes se sentía ya súper relajada; la admiración que desde ese
momento sentía por ella y el resto de compañeros, no le dejaba sitio en el
cuerpo para sentimientos de menor valor.
La vergüenza, la envidia y todos sus complejos, se habían quedado
escondidos en un rinconcito, del que a partir de ese día, pocas veces volverían
a salir.
Se aproximaban las doce; Roberto puso sobre
la mesa un pequeño transistor en el que estaba sintonizada Radio Nacional. La
mesa quedó limpia en un momento, sobre ella, solo las copas llenas de champán,
los cuencos con doce uvas y unas bandejas en el centro donde se mezclaban
turrones, polvorones, bombones y mazapanes.
Un año lleno de ilusiones estaba a punto
de comenzar y así dejar atrás esos trescientos sesenta y cinco días de los que
recordar todo lo bueno que habían dejado y olvidar los sinsabores, que era
mejor dejar escapar de entre la punta de sus dedos. No merecía la pena guardar calamidades.
Sonaron los cuartos, las doce campanadas
fueron acompañadas en silencio por las doce uvas, que fueron tragadas por cada
uno como pudo, y al finalizar todos en pie (Nerea y Carolina, sujetas por los
que estaban a su lado), con la copa en la mano, brindando por la felicidad
duradera de esa gran familia creada bajo el techo de ese edificio gastado y
ruinoso por fuera, pero siempre resplandeciente en su interior. Tal vez, lo más parecido a ellos mismos.
Roberto.- me gustaría que brindásemos por estos nuevos
amigos; por suerte entre ellos no hay ningún lesionado, pero eso, no los hace
menos especiales.
Tras chocar sus copas, las chicas se fueron
hasta el perchero, de allí cogieron sus vestidos y pasaron a cambiarse a la
cocina. Carolina se quedó sentada sin mover su silla
del sitio. A los ojos de Samuel, ni le
hacía falta cambiarse, pues estaba espectacular y radiante con aquel chal nuevo
sobre sus hombros.
Bien lo conocía él. La
tarde que compró su madre los regalos, estuvieron los dos en la cocina
envolviéndolos uno a uno y poniéndoles la tarjeta con nombre.
Aquella
tarde, ni se podía imaginar para quién eran esos regalos, pero el chal, por
supuesto que estaba muy bien escogido y le quedaba como anillo al dedo a
aquella preciosidad.
Samuel.- ¿tú ya estás arreglada? Bueno, la verdad es que
estás muy guapa
Carolina.- (sonrojada) no, a mí esta noche no me apetece
salir, me quedo aquí con mi madre y la gente que quiero
Fueron saliendo una a una cada cual más
preciosa. Un desfile de princesas que hacían brotar las lagrimas de emoción en
cada uno de sus familiares.
Después les tocaba cambiarse a los chicos,
pero Samuel no se levantó.
Verónica.- cámbiate Samuel, que ya llegó vuestro turno
Samuel.- si veo que tal, ya me cambiaré más tarde
Verónica.- ¿pero no vas a salir?
Samuel.- seguro que sí, pero allá a las dos o las tres
Ya arreglados salieron por la puerta a
celebrar, esa última noche del año, con los amigos y amigas, que seguro les
esperaban en diferentes cotillones, en los bares de moda.
Roberto.- señoritos y señoritas, cuidado con la hora de
regreso y el alcohol, que mañana os quiero ver aquí despejados.
Nerea.- cuidado tú, que te gusta mucho el champán y el
año pasado te quedó la comida salada
Roberto.- Serás mentirosa
Nerea.- ¡ah! ¿Qué es mentira? Me voy a callar…
Fernando.- vamos, que nos están esperando
Los mayores alrededor de la mesa, quedaron
cantando villancicos y rellenando sus copas hasta que las botellas llegaron a
su fin.
Samuel y Carolina sentados junto a la
puerta observaban la gente pasar dirección a algún lugar festivo, donde
celebrar el nuevo año.
Carolina.- ¿no has quedado con nadie?
Samuel.- sí, con los amigos de siempre
Carolina.- ¿y por qué no vas?
Samuel.- luego, ahora estoy aquí muy a gusto
Carolina.- por mí no lo hagas, es que yo no salgo en
Nochevieja, prefiero quedarme con mi madre
Samuel.- la noche es larga y este rato es maravilloso
Carolina.- gracias por quedarte aquí conmigo un poco
Samuel se había sacado una caja de
fruta de la cocina, para estar a la altura de Carolina y apoyarse con ella,
hombro con hombro.
Sin ninguna intención, como por inercia, sus
dedos se fueron imantando hasta quedar sus manos entrelazadas y sus ojos
mirando en silencio aquella luna en cuarto creciente que de vez en cuando
asomaba entre las nubes.
Samuel.- la luna hoy parece una cuna
Carolina.- y allí, siempre hay alguien sentado, mirándonos.
Samuel.- qué grande es el universo, que poquita cosa somos
Carolina.- pero este momento es grande, no lo olvidaré nunca
Se acabó el champán, enmudecieron los
villancicos, las anécdotas ya estaban contadas y era hora de recoger, organizar
la cocina y dar paso a un nuevo ciclo de vida que a alguien, tiempo atrás, se
le ocurrió llamarlo año.
Muy evocador. Espero que tengamos todos un buen año. Tú, tu familia y nosotros también. Deseo que en dicha noche todos podamos ver con los ojos cerrados. Besos para los cuatro.
ResponderEliminarBesiños Dulcinea y fámily
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