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sábado, 21 de diciembre de 2024

El resurgir - Cap.- 25

 

 

"Ver con los ojos cerrados" 25

 

 

       A principios de septiembre ya estaban todos allí, de vuelta de sus cortas y respectivas vacaciones, la actividad cotidiana, estaba instaurada de nuevo en esa cocina, pero aquella mañana les depararía una gran sorpresa.

      Cuando Roberto abrió la puerta, sin saber por qué, tuvo una sensación muy extraña; un escalofrío pareció recorrerle la espina dorsal de arriba abajo.

     Como todas las mañana ya que la temperatura era agradable y en la puerta daba el sol aún sin demasiada fuerza “lo cual se agradecía a esas horas”   allí Roberto esperaba apoyado en la pared a que llegase el resto de malandrines.

      Al rato iban apareciendo uno a uno vociferando desde la esquina.

Tomás.- Roberto, ya estoy aquí, no me pongas falta

Roberto.- a ti, pero si siempre eres el primero

Nerea.- quitarse del medio que no respondo

Tomás.- estás loca

Carolina.- buenos días

Roberto.- hola Carolina, menos mal que hay alguien que saluda

Gervasio.- que sueño, no os parece que venimos muy pronto

   “compañeros inseparables” Julia, como siempre del brazo de Antonio.

Julia.- ¿falta alguien?

--Ellos ni respiraban para que Julia no los localizase-

Antonio.- falta el de siempre, pero ya asoma por la esquina

Paco.- vamos holgazanes ir empezando, que no sabéis hacer nada sin mí

Roberto.- pues ya estamos todos, a preparar, que hoy hay faena

Tomás.- pues como todos los días

Paco.- estoy harto de pelar patatas.   ¿Es que en esta casa no se sabe cocinar otra cosa?

Gervasio.- las patatas van con todo; anda que no estoy yo hasta el gorro de ellas, pero hay sacos hasta final de año, parece que no tienen otra cosa que traer

         Nada más abrir la puerta de la cocina, se quedaron parados, atónitos, ante el dantesco panorama.  Aquello parecía una cacharrería, todo revuelto.

    Alguien había entrado a robar, pero allí poco había que llevarse.

   Era más el destrozo que habían provocado, que el valor de lo que fuesen a buscar.

     Lo primero era llamar a la policía para que dieran constancia de lo sucedido y esperar a que llegasen sin tocar nada.   Julia no podía ver el destrozo pero la ansiedad creada en sus amigos le indicaba la magnitud de lo acontecido.

       Cuando llegó la policía tardaron un rato en coger huellas y esas cosas.

  “Vamos, que no hicieron nada aparte de hacerles perder el tiempo, y manchar todo con unos polvos que no había quien los limpiase”

          Después, a colocar todo de nuevo en su sitio y tirar a un gran cubo, lo que había quedado inservible.  Por suerte, Gervasio guardaba en el almacén unas docenas de platos y vasos que los sacarían del apuro.    El tiempo se les echaba encima y Roberto había ido con los policías hasta la comisaría para formalizar la dichosa denuncia.

Julia.- y ahora como lo hacemos

Paco.- Gervasio ¿tú sabías que había de comida hoy?

Gervasio.- más o menos

Tomás.- pues venga, sacando material y preparando para cuando llegue Roberto

Paco.- yo por si acaso, voy a llamar a mi abuelo y que venga a cocinar

Carolina.- mejor, porque a qué hora llegará este

Nerea.- ¿y si llamamos también a todas las madres?

Carolina.- la mía está trabajando

Gervasio.- vamos a llamar, las que puedan que vengan

Carolina.- yo llamo a Verónica a ver si puede

Tomás.- eso, tu llama a la suegra

Paco.- no te metas donde no te llaman

Tomás.- que era broma

Paco.- pues eso

   --En media hora estaba allí toda la tropa—

Arturo.- vamos, manos a la obra

Paco.- no hemos empezado hasta que vinieses y dijeras que necesitas

Arturo.- voy a ver que tenemos en el almacén

     --Allí le indicó a Gervasio todo lo necesario para esa comida—

Arturo.-  empezamos, Prepara dos ollas grandes con agua

Tomás.- ya llevan un rato al fuego, seguro que ya están casi hirviendo

Arturo.- muy bien, según vayan sacando Nerea y carolina lo repartís; todas las verduras, bien peladas y troceadas en dados medianos.   Las gambas al agua a descongelar, luego dejáis las colas bien limpias y las cabezas las echáis en esta sartén.  Ir picando varias cabezas de ajos y bastante perejil menudito, y  cuando estén descongelados los filetes, junto con un buen chorro de aceite a untarlos por los dos lados antes de dejarlos reposar; pero nada de sal, de eso luego me encargo yo. 

       

         El tiempo corría a pasos agigantados, no se podían permitir el parar ni un momento para tener todo a la hora.   Cuando llegó Roberto, se sintió aliviado al ver que la mesa estaba montada con sus platos, vasos, cubiertos y servilletas.

De la cocina salía un olor a comida casera que le hizo atenuar la taquicardia que le acompañaba en todo el camino.

 

Roberto.- perdonar pero no he podido llegar antes

Tomás.- tranquilo, todo controlado

Roberto.- madre mía, si no llega a ser por vosotras

Hortensia.- nosotras solo hemos echado una mano

Roberto.- muchas gracias señor Arturo por venir, hoy tiene usted el privilegio de servir 

Arturo.- a mí déjame de ostias, que yo ya termine mi trabajo

Verónica.- pero al menos, se quedará a comer con nosotros

Arturo.- me quedo pero con varias condiciones

Hortensia.- a ver con que saltas ahora

Arturo.- nada de halagos en la mesa, que Julia y Antonio me dediquen una canción, y por último y no por eso menos importante, no pienso recoger ni un plato

Julia.- por mi parte no hay problema

Antonio.- por la mía tampoco

     ----en ese momento entraba Manuel por la puerta---

Verónica.- lo siento, te tocó

Manuel.- lo primero buenas tardes, ¿Qué dices?

Verónica.- decidido por unanimidad, te toca hoy recoger la cocina

Manuel.- pero qué he hecho yo ahora

Verónica.- precisamente, eres el único que todavía no has hecho nada

Roberto.- a mí no me mires, yo en cosas de pareja no me meto

Manuel.- ummmm, esto huele que alimenta

Arturo.- aparta de ahí la nariz que te arrimo con el cazo

Roberto.- vamos, carros fuera que ya están casi llenas las mesas

      En la cara de los comensales, se podía adivinar la influencia de la alta cocina en aquel caldo. Hoy llevaba algo más de experiencia, aparte del cariño presente como siempre en aquellos platos.

  Muchos pidieron repetir de primero si era posible y marcharon de allí diciendo a Roberto que por favor felicitase al enigmático cocinero.

Roberto.- Señor Arturo, lo reclaman en el comedor

Arturo.- diles que me he ido, conozco a muchos y no quiero que sepan que los he visto aquí

Hortensia.- mira que eres raro

Arturo.- haz caso, que se de lo que hablo

Verónica.- a ver si te aplicas aprendiz, que ya es hora de que vayas tomando nota y aprendas algo

Arturo.- dale tiempo al tiempo, dentro de cien años, no hay quién lo iguale

Verónica.- nos jodió el agua con venir en mayo

 

  Las nubes en el cielo presagiaban la frescura de una leve tormenta de verano, tarde sin igual, para dar un paseo por el casco histórico de la ciudad y visitar el bar que tanto les gustaba, por el que hacía tiempo que no pisaban debido a los calores de las tardes de verano.

Verónica.- ¿quién se anima a dar un paseo?

Roberto.- vamos que hoy hace bueno

Arturo.- pues mira, no está mal la idea, pero a paso tranquilo

Manuel.- sí, sí, un paseo, no una carrera

        Los cuatro encaminaron la calle adelante hasta llegar a las callejuelas estrechas que tantas historias guardaban de su juventud, cada piedra de las paredes, cada esquina, cada guijarro desgastado, hacían de su silencio en el paseo, un sonar de campanillas en su mente.

Arturo.-  ahí, en ese solar derruido tuve yo mi primer contacto con los pucheros cuando todavía era un imberbe, mucho antes de que me decidiera a emigrar y recorrer esos mundos de Dios.    Ahí había una fonda con cuadra en la parte de atrás para las caballerizas y unos cuantos cuartos en la parte de arriba con unos grandes sacos de paja como colchones, para todos aquellos que se dedicaban a recorrer los pueblos por esos caminos, para comprar y vender de todo tipo de cosas.

        Se llamaba “La Andaluza” porque la mujer del dueño, que era una señora alta y recia, de carácter y hablar simpático para los clientes,  aunque negada para la cocina y como una mula parda para los trabajadores,  decían que había nacido en Andalucía y sí, aún conservaba el acento en su hablar.

    Claro vosotros ni siquiera os acordareis hace ya muchos años.

        Ahí empecé pelando patatas y sobre todo fregando platos y jarras de barro (entonces el cristal era cosa de casas pudientes) y todas las noches al cerrar los portones, zafarrancho a las mesas, banquetas, y el suelo con bien de agua, lejía y estropajo de esparto.      Que época más dura me tocó vivir.

Manuel.- entonces usted, donde aprendió a cocinar

Arturo.- cómo que dónde, pues en esa fonda

Manuel.- pero….

Arturo.- qué pero ni pera, ahora con buenos ingredientes, buen condimento y estos fogones modernos cocina cualquiera.  

       Entonces  aquí contrataron a una cocinera que con agua caliente, patatas, unas hojas de col, cebolla o ajo de vez en cuando y sebo de cordero, o algunos días de fiesta manteca de cerdo era capaz de dejar satisfechas las barrigas de esos clientes;   esos que recorrían muchos sitios y siempre estaban deseando llegar aquí.   Por la noche, ya se sabía, una sí y otra también, sopas de ajo con que entonar el cuerpo para después dormir a pierna suelta hasta que el gallo cantaba.

       Siempre recordaré aquellos tarros en los que guardaba varías hierbas y como los miraba antes de poner una pizca de alguna de ellas en el guiso.

      Nunca se me olvidará, como con el pan duro hacía unos cuadraditos y tras tostarlos y pasarlos un poco por la grasa, los ponía encima del guiso, para que se encontrasen algún tropezón entre tanto caldo.

      Aquellas sí eran cocineras de verdad, las que aprendieron de sus madres y  abuelas a hacer virtud de la necesidad.

 

       Esa tarde tomaron unos vinos, unas tapas y despacito para casa, al final nada, cuatro gotas. 

     --Al pasar por al lado del banco:     

Verónica.- nosotros nos quedamos aquí un rato; nos gusta sentarnos a ver el anochecer

Arturo.- pero desde aquí, no se ve bien la puesta de sol, si fuera mirando al revés

Roberto.- déjelos que están como cencerros, se sientan a ver con los ojos cerrados

Manuel.- menudo cencerro estás hecho tú

Arturo.- a eso me apunto, hacerme un sitio

Roberto.- pues nada, hasta mañana

Verónica.- no sabes lo que te pierdes

Arturo.- con Dios, seguro que hay alguien esperándolo, menudo truhán

 

    Allí quedaron los tres, con los ojos cerrados y sus manos cogidas, escuchando el revolotear de los gorriones en las ramas de los arboles.

 

2 comentarios:

  1. Qué importante "ver con los ojos cerrados", amaneceres, atardeceres, la mirada de mi Curro...ahora que se me ha ido siempre la veré con los ojos cerrados.

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