"Ver con los ojos cerrados" 25
A principios de septiembre ya estaban todos
allí, de vuelta de sus cortas y respectivas vacaciones, la actividad cotidiana,
estaba instaurada de nuevo en esa cocina, pero aquella mañana les depararía una
gran sorpresa.
Cuando Roberto abrió la puerta, sin saber
por qué, tuvo una sensación muy extraña; un escalofrío pareció recorrerle la
espina dorsal de arriba abajo.
Como todas las mañana ya que la temperatura
era agradable y en la puerta daba el sol aún sin demasiada fuerza “lo cual se
agradecía a esas horas” allí Roberto
esperaba apoyado en la pared a que llegase el resto de malandrines.
Al rato iban apareciendo uno a uno
vociferando desde la esquina.
Tomás.- Roberto, ya estoy aquí, no me pongas falta
Roberto.- a ti, pero si siempre eres el primero
Nerea.- quitarse del medio que no respondo
Tomás.- estás loca
Carolina.- buenos días
Roberto.- hola Carolina, menos mal que hay alguien que
saluda
Gervasio.- que sueño, no os parece que venimos muy pronto
“compañeros inseparables” Julia, como
siempre del brazo de Antonio.
Julia.- ¿falta alguien?
--Ellos ni respiraban para que Julia no los
localizase-
Antonio.- falta el de siempre, pero ya asoma por la esquina
Paco.- vamos holgazanes ir empezando, que no sabéis
hacer nada sin mí
Roberto.- pues ya estamos todos, a preparar, que hoy hay
faena
Tomás.- pues como todos los días
Paco.- estoy harto de pelar patatas. ¿Es
que en esta casa no se sabe cocinar otra cosa?
Gervasio.- las patatas van con todo; anda que no estoy yo
hasta el gorro de ellas, pero hay sacos hasta final de año, parece que no
tienen otra cosa que traer
Nada más abrir la puerta de la cocina,
se quedaron parados, atónitos, ante el dantesco panorama. Aquello parecía una cacharrería, todo
revuelto.
Alguien había entrado a robar, pero allí poco
había que llevarse.
Era más
el destrozo que habían provocado, que el valor de lo que fuesen a buscar.
Lo primero era llamar a la policía para que
dieran constancia de lo sucedido y esperar a que llegasen sin tocar nada. Julia
no podía ver el destrozo pero la ansiedad creada en sus amigos le indicaba la
magnitud de lo acontecido.
Cuando llegó la policía tardaron un rato
en coger huellas y esas cosas.
“Vamos, que no hicieron nada aparte de
hacerles perder el tiempo, y manchar todo con unos polvos que no había quien
los limpiase”
Después, a colocar todo de nuevo en
su sitio y tirar a un gran cubo, lo que había quedado inservible. Por suerte, Gervasio guardaba en el almacén
unas docenas de platos y vasos que los sacarían del apuro. El tiempo se les echaba encima y Roberto había
ido con los policías hasta la comisaría para formalizar la dichosa denuncia.
Julia.- y ahora como lo hacemos
Paco.- Gervasio ¿tú sabías que había de comida hoy?
Gervasio.- más o menos
Tomás.- pues venga, sacando material y preparando para
cuando llegue Roberto
Paco.- yo por si acaso, voy a llamar a mi abuelo y que
venga a cocinar
Carolina.- mejor, porque a qué hora llegará este
Nerea.- ¿y si llamamos también a todas las madres?
Carolina.- la mía está trabajando
Gervasio.- vamos a llamar, las que puedan que vengan
Carolina.- yo llamo a Verónica a ver si puede
Tomás.- eso, tu llama a la suegra
Paco.- no te metas donde no te llaman
Tomás.- que era broma
Paco.- pues eso
--En media hora estaba allí toda la tropa—
Arturo.- vamos, manos a la obra
Paco.- no hemos empezado hasta
que vinieses y dijeras que necesitas
Arturo.- voy a ver que tenemos en
el almacén
--Allí le indicó a Gervasio todo lo necesario
para esa comida—
Arturo.- empezamos, Prepara dos ollas grandes con agua
Tomás.- ya llevan un rato al
fuego, seguro que ya están casi hirviendo
Arturo.- muy bien, según vayan
sacando Nerea y carolina lo repartís; todas las verduras, bien peladas y
troceadas en dados medianos. Las gambas
al agua a descongelar, luego dejáis las colas bien limpias y las cabezas las
echáis en esta sartén. Ir picando varias
cabezas de ajos y bastante perejil menudito, y
cuando estén descongelados los filetes, junto con un buen chorro de
aceite a untarlos por los dos lados antes de dejarlos reposar; pero nada de
sal, de eso luego me encargo yo.
El tiempo corría a pasos agigantados, no
se podían permitir el parar ni un momento para tener todo a la hora. Cuando llegó Roberto, se sintió aliviado al ver
que la mesa estaba montada con sus platos, vasos, cubiertos y servilletas.
De la cocina salía un olor a comida casera que le
hizo atenuar la taquicardia que le acompañaba en todo el camino.
Roberto.- perdonar pero no he
podido llegar antes
Tomás.- tranquilo, todo
controlado
Roberto.- madre mía, si no llega a
ser por vosotras
Hortensia.- nosotras solo hemos
echado una mano
Roberto.- muchas gracias señor
Arturo por venir, hoy tiene usted el privilegio de servir
Arturo.- a mí déjame de ostias,
que yo ya termine mi trabajo
Verónica.- pero al menos, se quedará a comer con nosotros
Arturo.- me quedo pero con varias condiciones
Hortensia.- a ver con que saltas ahora
Arturo.- nada de halagos en la mesa, que Julia y Antonio
me dediquen una canción, y por último y no por eso menos importante, no pienso
recoger ni un plato
Julia.- por mi parte no hay problema
Antonio.- por la mía tampoco
----en ese momento entraba Manuel por la puerta---
Verónica.- lo siento, te tocó
Manuel.- lo primero buenas tardes, ¿Qué dices?
Verónica.- decidido por unanimidad, te toca hoy recoger la cocina
Manuel.- pero qué he hecho yo ahora
Verónica.- precisamente, eres el único que todavía no has
hecho nada
Roberto.- a mí no me mires, yo en cosas de pareja no me
meto
Manuel.- ummmm, esto huele que alimenta
Arturo.- aparta de ahí la nariz que te arrimo con el cazo
Roberto.- vamos, carros fuera que ya están casi llenas las
mesas
En la cara de los comensales, se podía
adivinar la influencia de la alta cocina en aquel caldo. Hoy llevaba algo más
de experiencia, aparte del cariño presente como siempre en aquellos platos.
Muchos pidieron repetir de primero si era
posible y marcharon de allí diciendo a Roberto que por favor felicitase al enigmático
cocinero.
Roberto.- Señor Arturo, lo reclaman en el comedor
Arturo.- diles que me he ido, conozco a muchos y no quiero
que sepan que los he visto aquí
Hortensia.- mira que eres raro
Arturo.- haz caso, que se de lo que hablo
Verónica.- a ver si te aplicas aprendiz, que ya es hora de
que vayas tomando nota y aprendas algo
Arturo.- dale tiempo al tiempo, dentro de cien años, no
hay quién lo iguale
Verónica.- nos jodió el agua con venir en mayo
Las nubes en el cielo presagiaban la frescura
de una leve tormenta de verano, tarde sin igual, para dar un paseo por el casco
histórico de la ciudad y visitar el bar que tanto les gustaba, por el que hacía
tiempo que no pisaban debido a los calores de las tardes de verano.
Verónica.- ¿quién se anima a dar un paseo?
Roberto.- vamos que hoy hace bueno
Arturo.- pues mira, no está mal la idea, pero a paso
tranquilo
Manuel.- sí, sí, un paseo, no una carrera
Los cuatro encaminaron la calle
adelante hasta llegar a las callejuelas estrechas que tantas historias
guardaban de su juventud, cada piedra de las paredes, cada esquina, cada
guijarro desgastado, hacían de su silencio en el paseo, un sonar de campanillas
en su mente.
Arturo.- ahí, en
ese solar derruido tuve yo mi primer contacto con los pucheros cuando todavía
era un imberbe, mucho antes de que me decidiera a emigrar y recorrer esos
mundos de Dios. Ahí había una fonda
con cuadra en la parte de atrás para las caballerizas y unos cuantos cuartos en
la parte de arriba con unos grandes sacos de paja como colchones, para todos
aquellos que se dedicaban a recorrer los pueblos por esos caminos, para comprar
y vender de todo tipo de cosas.
Se llamaba “La Andaluza” porque la mujer del dueño, que era una señora
alta y recia, de carácter y hablar simpático para los clientes, aunque negada para la cocina y como una mula
parda para los trabajadores, decían que
había nacido en Andalucía y sí, aún conservaba el acento en su hablar.
Claro vosotros ni siquiera os acordareis
hace ya muchos años.
Ahí empecé pelando patatas y sobre todo
fregando platos y jarras de barro (entonces el cristal era cosa de casas pudientes)
y todas las noches al cerrar los portones, zafarrancho a las mesas, banquetas,
y el suelo con bien de agua, lejía y estropajo de esparto. Que época más dura me tocó vivir.
Manuel.- entonces usted, donde aprendió a cocinar
Arturo.- cómo que dónde, pues en esa fonda
Manuel.- pero….
Arturo.- qué pero ni pera, ahora con buenos ingredientes, buen
condimento y estos fogones modernos cocina cualquiera.
Entonces aquí contrataron a una cocinera que con agua
caliente, patatas, unas hojas de col, cebolla o ajo de vez en cuando y sebo de
cordero, o algunos días de fiesta manteca de cerdo era capaz de dejar satisfechas
las barrigas de esos clientes; esos que recorrían muchos sitios y siempre
estaban deseando llegar aquí. Por la noche, ya se sabía, una sí y otra
también, sopas de ajo con que entonar el cuerpo para después dormir a pierna
suelta hasta que el gallo cantaba.
Siempre recordaré aquellos tarros en los
que guardaba varías hierbas y como los miraba antes de poner una pizca de
alguna de ellas en el guiso.
Nunca se me olvidará, como con el pan
duro hacía unos cuadraditos y tras tostarlos y pasarlos un poco por la grasa,
los ponía encima del guiso, para que se encontrasen algún tropezón entre tanto
caldo.
Aquellas sí eran cocineras de verdad, las
que aprendieron de sus madres y abuelas
a hacer virtud de la necesidad.
Esa tarde tomaron unos vinos, unas tapas
y despacito para casa, al final nada, cuatro gotas.
--Al
pasar por al lado del banco:
Verónica.- nosotros nos quedamos aquí un rato; nos gusta
sentarnos a ver el anochecer
Arturo.- pero desde aquí, no se ve bien la puesta de sol,
si fuera mirando al revés
Roberto.- déjelos que están como cencerros, se sientan a
ver con los ojos cerrados
Manuel.- menudo cencerro estás hecho tú
Arturo.- a eso me apunto, hacerme un sitio
Roberto.- pues nada, hasta mañana
Verónica.- no sabes lo que te pierdes
Arturo.- con Dios, seguro que hay alguien esperándolo,
menudo truhán
Allí quedaron los tres, con los ojos
cerrados y sus manos cogidas, escuchando el revolotear de los gorriones en las
ramas de los arboles.
Qué importante "ver con los ojos cerrados", amaneceres, atardeceres, la mirada de mi Curro...ahora que se me ha ido siempre la veré con los ojos cerrados.
ResponderEliminarlo siento mucho.
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