"Ver con los ojos cerrados" 22
En la familia de Manuel, ciertas
costumbres iban cambiando día a día.
Los fines de semana Samuel los dedicaba por
la mañana al comedor y por las tardes se
llegaba hasta ese garaje a aprender a manejar el lapicero intentando hacer
algunos trazos que se parecieran a algo, asesorado por Carolina, que se reía de
lo inepto que era.
Por su parte Lourdes, los viernes por la
tarde, ya no iba con sus amigas al karaoke; habían alquilado un pequeño local y montado un
pequeño grupo con compañeras de Julia del conservatorio, en esa formación, ella
era la vocalista y Lucía componía las letras de las canciones; estaban
ensayando hasta bien caída la tarde, porque hacían poco ruido al ser una formación
acústica, sin batería ni amplificadores.
A partir de aquella discusión Verónica
dejo de ir a jugar al parchís. Cerca
de casa hay un aula poética y junto a su amiga Angustias pasa muchas tardes en
los talleres que allí se realizan para adquirir conocimientos literarios,
aparte de asistir a eventos donde recitan sus poemas en público.
Manuel sigue más o menos igual, acudiendo
unas tardes por semana junto con su mujer al bar tranquilo de la zona antigua a
degustar unos vinos y unas raciones, y al regresar a casa sentarse en el banco
de pensar y ver con los ojos cerrados.
Las cenas siguen siendo un coloquio de
anécdotas diarias; las cosas más intrascendentes son compartidas
con ilusión, pareciendo estas, un regalo caído del cielo.
En el comedor todos están pendientes de cada
vez que Carolina lleva un nuevo “dibujo” de Samuel para enseñárselo orgullosa,
o Julia les tararea la letra de una nueva canción, y sobre todo expectantes a
que Manuel les diga por fin la fecha en que sale de la imprenta la antología
poética en la que participa Verónica junto a sus compañeras, y así comprarlo y
leerlo nada más salir.
Se aproxima la Semana Santa; Lourdes ha
convocado a todos los familiares que se juntaron en Nochevieja para ver la
procesión que pasa justo por la puerta del comedor la noche de Martes Santo
para verla desde los balcones, aunque sabe que a la planta superior no se sube
casi nunca.
Ese día pasarán allí la tarde. Es el
dieciocho cumpleaños de la mocosa y llevará pasteles y refrescos para todos. Les tiene guardadas varias sorpresas que
no explica en la invitación, por lo que recomienda que nadie se lo pierda.
La citada tarde, allí acudieron todos;
no faltó ninguno.
La
primera sorpresa fue ver que la familia parecía haber aumentado, cuatro chicas
que no conocían, esperaban con los
brazos cruzados en la puerta de la cocina sin decir ni palabra.
Tras felicitar a Lourdes y entregarle
diversos regalos se fueron sentando en la mesa con la incógnita en sus
mentes. Julia se sentó en el teclado,
Lourdes se puso a su lado y las cuatro chicas entraron en la cocina de donde
salieron con sus instrumentos: un
violín, una viola, un chelo y un oboe.
Juntas interpretaron una canción que
como es normal, nunca nadie había oído hasta ese momento. --Al terminar el comedor se llenó de
aplausos--
Lourdes.- Gracias, este es un nuevo grupo que por no tener
no tiene aún ni nombre, esta es la primera vez que actuamos en público y lo que
acaban de escuchar, la última canción que hemos ensayado; pero aunque está
sentada y no en este ficticio escenario, esto no sería posible sin la inspiración
de Lucía, que es la que escribe nuestras letras y le dice a Julia que quiere
trasmitir, para que ella luego haga los arreglos musicales.
--De nuevo sonaron los aplausos cortando su
discurso--
Lourdes.- tranquilos que no he acabado. Gracias, a estas amigas y magníficas instrumentistas,
que cada día se esfuerzan por enseñarme un poquito de su arte y como hacer que
mi voz, no suene a gorrión acatarrado.
--De vuelta los aplausos cortándola---
Lourdes.- pues en vista de que no me dejáis hablar, un
gracias global también a vosotros por venir y que no quede ni un pastel en la
mesa.
---Los aplausos esta vez fueron carcajadas—
Carolina.- ¿pero no vais a tocar más?
Julia.- sí, tranquila queda mucha tarde
Pasado un rato, las cuatro se fueron de
nuevo hasta donde estaban sus instrumentos y se pusieron a controlar su
afinación.
Lucía.- señoras y señores, estas grandes artistas han
preparado una alfombra musical con que acompañar a nuestra nueva escritora,
cuyos poemas se han publicado una preciosa antología. ¡Verónica! que a continuación nos leerá uno de
sus poemas
Verónica.- estáis locos, que no me acuerdo de ninguno, vaya
vergüenza.
Lourdes.- tranquila
mamá que he traído el libro en el bolso
Verónica.- yo te mato, podías haber avisado
---Las voces sonaban al unísono---
.-.-.- que recite, que recite.
Verónica.- pero perdonar si meto la pata que estoy muy
nerviosa
Lourdes.- Mamá, el
de la paloma y el olvido “porfi”
Verónica.- esperar que lo busque
Lucía.- en la página cincuenta y ocho
Verónica.- calla, que ya lo sé, pero darme tiempo
El poema escogido era perfecto para alabar
el compromiso de los que en ese lugar estaban cada día. La dulce alfombra musical parecía estar hecha
a su medida, incluso en los matices que adornaban los silencios entre estrofa y
estrofa, con un arpegio que daba paso a unos nuevos versos.
Aquellas pinceladas artísticas sabían a
poco. Menos mal que quedaba mucha tarde
y más canciones y algún que otro poema hasta la hora de la procesión.
Carolina, sentía el no haber llevado
alguno de los dibujos que hacía Samuel, para enseñarlos y completar a la vista
de los presentes la nueva faceta artística de esa familia; si lo hubiera sabido… Pero Lourdes y Julia lo habían guardado todo
en secreto hasta el último momento.
Nadie,
ni los padres podían imaginarlo.
Se aproximaba la hora. Unas campanas
sonaban graves anunciando la salida del desfile de penitencia. La iglesia de donde salía estaba cerca de
allí, por lo que no tardaría mucho en empezar a pasar bajo los balcones el
estandarte de la cofradía flanqueado por los primeros faroles seguidos por las
largas filas de hermanos iluminando la calle.
Roberto.- vamos al balcón, que ya están saliendo
Tomás.- ¿y con estas dos que hacemos?
Fernando.- coge de ese lado y yo de este otro, que la
subimos en volandas
Nerea.- cómo me caigáis
Fernando.- ¿no te fías de nosotros?
Nerea.- con cuidado que las escaleras son muy empinadas
Tomás.- tranquila, que de caerte, lo hacemos cuando ya
estemos casi arriba
Roberto.- Manuel,
vamos arriba con Carolina
Carolina.- que yo la veo desde aquí, que esta silla pesa
mucho
--Samuel se acercó y la cogió en brazos
como si fuera una pluma—
Samuel.- coger la silla que de esta me encargo yo
Hortensia.- cuidado no me la desgracies
Manuel.- tranquila que está en buenas manos
Hortensia.- si ya lo sé, están muchos ratos juntos
Verónica.- tú, si ves que te da mucha guerra, lo mandas para
la calle
Hortensia.- guerra ninguna, no sé ni cuándo llega, ni cuándo
se va
Se fueron repartiendo en los tres
balcones. Todo estaba en silencio, tan
solo el sonido de una pequeña campana que portaba un nazareno atada a su
muñeca, anunciando la inminente llegada del desfile procesional.
-- Lourdes se puso entre Julia y Lucía
fundiéndolas a ella en un abrazo—
Lourdes.- qué tal os
parece si vemos las tres la procesión con los ojos cerrados oyendo los pasos de
los nazarenos, acompañados por el olor a cera de sus antorchas
--Al oír esas palabras, todos sin excepción,
sin mediar palabra, como por arte de magia cerraron sus ojos—
Vieron la procesión como jamás la habían
visto. El olor que desprendía la llama de las
antorchas de cera iluminado la noche, se entrelazaba con el dolor de los
eslabones de una cadena, que unida por grilletes a los tobillos de un
penitente, gemían sobre la dureza del suelo de la calle. En las pausas de la
brisa nocturna, se podía intuir el aroma a naftalina que abrazaba las túnicas
de paño que colgadas en el armario todo el año, esperaban ese momento tan
ansiado, para lucir todo su esplendor en el transitar lento de la hermandad.
Pasado un tiempo; el Cristo debía de estar cerca, pues el sonido
del tambor destemplado que marcaba el paso pausado a los cargadores se
aproximaba, empezando a retumbar en el gran comedor con sus ventanales abiertos.
Pudieron sentir como las suelas de las sandalias
que soportaban el peso de las andas, se arrastraban por los adoquines
desgastados y poco a poco, tras sentirlos tan cerca, que hasta podrían llegar a
tocar el travesaño de la cruz con sus dedos, se iban alejando lentamente hasta
doblar la esquina.
--Fue entonces cuando volvieron a abrir los
ojos encharcados por la emoción—
Bajaron de nuevo la escalera y en aquella
mesa larga, sentados en aquellos bancos de madera, con la emoción contenida,
cada uno fue contando al resto su dulce experiencia; vivencia narrada con tal devoción, que daba
fe, que hasta el más incrédulo se había visto reflejado en esa cruz, en ese
Cristo, en las ramas con espinas que formaban la corona que portaba sobre su
cabeza, en cada uno de los clavos insertados en la madera atravesando sus manos
y pies.
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