"Ver con los ojos cerrados" 24
Se aproximaban los exámenes finales y
tras ellos las vacaciones de verano.
Las madres que no trabajaban sustituirían esas
manos que debían de faltar para dedicar más tiempo a sus estudios y preparar
bien el final de curso.
Lo mismo que se hacía en verano para que
cada uno pudiera marchar unos días junco con la familia a hacer algún viaje
donde descansar de la rutina.
Por desgracia aquellos a los que prestaban su
ayuda día a día en el comedor, estaban de vacaciones todo el año por obligación
y el hambre no entiende de esas cosas, por lo que cerrar quince días o un mes,
no les parecía conveniente, aparte de la
posible no coincidencia con las vacaciones de sus padres.
Unos iban y oros venían. Cada poco había
muchas cosas que contar de lo vivido en sus días de descanso y muchas cosas que
soñar de lo que sucedería en el viaje de los que estaban a punto de marchar.
Gracias al buen tiempo y el turismo, el
número de parados e indigentes que acudían al comedor había disminuido
sustancialmente. El sector servicios había aumentado sus puestos de trabajo,
tanto en la ciudad como fuera de ella y en
muchas casas entraba un pequeño sueldo después de tantos meses.
La rutina seguía sin incidentes
reseñables. El señor Arturo (abuelo de
Paco) se acercaba algunos días, además de ayudar, preparaba a Manuel en el arte
culinario y le indicaba trucos sencillos para sacar el mayor partido de lo más
simple. Así, para cuando Roberto se
fuera a ver a su familia a la otra punta del país, durante esos días, nadie
tendría por qué pasar hambre o perder del todo el apetito.
Las señoras que allí estaban, intentaban
poner el oído a todas las palabras de Arturo, pero sus frases y consejos eran
como un jeroglífico que solo parecía entender Manuel.
Hortensia.- pero puedes hablar claro, que no me entero de
nada coño
Arturo.- son cosas que solo deben de estar al alcance de
los grandes chef
Josefa.- oye, que yo soy tú hija
Arturo.- ya, pero Manuel tiene madera y sabe mimar las
cazuelas y las sartenes
Josefa.- pues mándalo a planchar a casa que hay un cesto
lleno, a ver qué tal te deja la raya de los pantalones, que para eso también
eres muy exquisito
Manuel.- a mí, ni me metáis en cosas de familia
Hortensia.- di que sí Josefa, que vayan aprendiendo a
planchar
Arturo.- mira que eres rencorosa
Paco.- y tú eres un presumido y un comodón
Josefa.- anda calla, que sois los dos iguales
Paco.- encima que salgo a tu favor
Manuel.- vuelve a por uvas que no está el perro, termina
de una vez con las zanahorias que hoy estás dormido
Josefa.- ¡oye! A mi hijo ni media, ¡eh chef!
Manuel.- te das cuenta, si es que madre no hay más que una
--Entre risas, siguió la mañana---
A la una y media, Arturo recogió
escrupulosamente su juego de cuchillos y tras atar su funda con una lazada los
metió bajo el brazo.
Hortensia.- ¿pero ya se va usted? Que aún no hemos terminado
Josefa.- ay maja, este, los sábados no perdona la hora del
vermut con los amigos, luego comen de raciones y después unas partidas al tute
jugándose el café y las copas
Manuel.- hace bien que la vida son dos días
Hortensia.- ¿Y a mí no me invita?
Arturo.- dejar de marear, que me habéis dado una mañana,
ni que hubierais desayunado lengua
Carolina.- no les gusta nada hablar
Josefa.- si lo hacemos porque no estéis aburridos
En ese momento entraba Verónica por la
puerta, que venía a echar una mano a la hora de servir.
Arturo.- la que faltaba para el canto del duro
Verónica.- oiga, que yo acabo de entrar
Arturo.- ahí os dejo, que os sea leve
Samuel.- ¿Y Lourdes no viene?
Verónica.- no; dice
que iba a comer hoy con las amigas
Samuel.- esta, por no echar una mano, que poco le gusta
Julia.- pues bien maja que es
Samuel.- muchooooo
Roberto.- vamos, preparando los carros y poniendo la mesa.
A las tres, una vez el comedor vacio de
nuevo, se sentaban ellos a comer. Como
cosa extraña Roberto estaba sentado y a Manuel le tocaba servir.
Verónica.- ¿y este cambio?
Roberto.- yo estoy de invitado, hoy ha hecho el la comida
él, así, que la sirva
Verónica.- bueno, que comeremos
Samuel.- pues huele que alimenta
Manuel.- hoy os vais a chupar los dedos (todo orgulloso)
Josefa.- no te pongas tantas medallas que tú, has hecho
poco
Verónica.- ummm que rico, se nota que tienes mano para la
cocina
Samuel.- mamá, no seas guasona
Manuel.- la mayoría lo ha cocinado Arturo, lo reconozco,
pero yo he hecho lo más importante, el toque final que lo hace una delicatesen
--Las carcajadas podían oírse desde la
calle—
Manuel.- pues hoy, todos
castigados sin postre
Roberto.- anda déjate de bobadas y
saca el segundo
Manuel.- el pescado lo sacas y lo
sirves tú, que eres quien lo ha frito
Carolina.- te ha salido rebelde el
aprendiz
Roberto.- a este lo espero yo
Terminaron, recogieron todo y allí a la sombra alargaron la tertulia de
sobremesa. Esa tarde hacía un sol de justicia y no andaba
ni un alma por la calle. No tenían
prisa ninguna. Raúl si quería algo sabía dónde encontrarlos y
Arturo llevaba llaves de casa.
¡UH! Entró asustando al personal
Samuel.- mira, apareció
Lourdes.- que tal “coleguis”. Pero
si hoy no están en el nidito
Verónica.- pero qué dices
Se
puso a cantar y bailar ♬♫.-bésame, bésame mucho…♫♬
Samuel.- esta ha vuelto a beber
Lourdes.- un poco, nos ha puesto
después de la comida una botella de licor de lagarto en la mesa, y no era
cuestión de despreciarla
Manuel.- vamos para casa y te
acuestas
Lourdes.- que estoy bien, pero me
hace gracia; os cuento
Julia.- yo creo que deberías
estar mejor callada
Verónica.- pero qué pasa
Lourdes.- pues que a la parejita la
han visto, mua, mua, mua,
Carolina.- y qué, pasa algo
Lourdes.- ah, que lo reconoces
--Se puso a
cantar de nuevo- ♫♬.-
como si fuera esta noche la última vez…♬♫
Samuel.- se está rifando un
tortazo y llevas todas las papeletas
Verónica.- pero no te enfades. Cuenta, cuenta, mi niño
Samuel.- me voy a dar una vuelta,
que me tenéis harto
Hortensia.- que callado lo tenías
Carolina, cuéntaselo tú a mamá
Carolina.- Espera Samuel, que voy
contigo
Manuel.- mira que eres boca chancla, un día, te va a atizar
en el morro; no te dará vergüenza venir borracha
Julia.- venga, enchufa el teclado y cantas algo para la
audiencia, por lo menos así no dices tonterías
Roberto entró a la cocina y preparó unas
brochetas de fruta con que amenizar el resto de la tarde acompañadas con unas
botellas de sidra, que llevaban en el almacén desde las anteriores navidades.
Cantaba canciones de la época de sus
madres, incluso anteriores, canciones de las que Lourdes apenas se sabía la
letra y Julia las armonizaba de cualquier manera con cuatro acordes básicos.
Pasado un rato y ya con unas copitas de
sidra, Hortensia y Verónica, se decidieron a cantar “a voz en grito”.
Lo que faltaba de “calidad” en ese
concierto, era suplido con creces con las ganas de diversión y complicidad del
momento.
Carolina y Samuel, sentados en el parque,
se reían y sentían vergüenza ajena de las voces que salían por la puerta
abierta. Madres y sidra, nunca fue una buena combinación.
Una combinación perfecta para el humor la sidra
ResponderEliminarYa te digo
Eliminar"Madres y sidra" qué peligro tiene eso jejejeje
ResponderEliminarEl principio de la polvora. ja, ja, ja,
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