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jueves, 19 de diciembre de 2024

El resurgir - Cap.- 24

 

"Ver con los ojos cerrados" 24

 

 

      Se aproximaban los exámenes finales y tras ellos las vacaciones de verano.

 Las madres que no trabajaban sustituirían esas manos que debían de faltar para dedicar más tiempo a sus estudios y preparar bien el final de curso.

     Lo mismo que se hacía en verano para que cada uno pudiera marchar unos días junco con la familia a hacer algún viaje donde descansar de la rutina.

  Por desgracia aquellos a los que prestaban su ayuda día a día en el comedor, estaban de vacaciones todo el año por obligación y el hambre no entiende de esas cosas, por lo que cerrar quince días o un mes, no les parecía conveniente, aparte  de la posible no coincidencia con las vacaciones de sus padres.

       Unos iban y oros venían. Cada poco había muchas cosas que contar de lo vivido en sus días de descanso y muchas cosas que soñar de lo que sucedería en el viaje de los que estaban a punto de marchar.

          Gracias al buen tiempo y el turismo, el número de parados e indigentes que acudían al comedor había disminuido sustancialmente. El sector servicios había aumentado sus puestos de trabajo, tanto en la ciudad como fuera de ella y en  muchas casas entraba un pequeño sueldo después de tantos meses.

    La rutina seguía sin incidentes reseñables.   El señor Arturo (abuelo de Paco) se acercaba algunos días, además de ayudar, preparaba a Manuel en el arte culinario y le indicaba trucos sencillos para sacar el mayor partido de lo más simple.   Así, para cuando Roberto se fuera a ver a su familia a la otra punta del país, durante esos días, nadie tendría por qué pasar hambre o perder del todo el apetito.

     Las señoras que allí estaban, intentaban poner el oído a todas las palabras de Arturo, pero sus frases y consejos eran como un jeroglífico que solo parecía entender Manuel.

Hortensia.- pero puedes hablar claro, que no me entero de nada coño

Arturo.- son cosas que solo deben de estar al alcance de los grandes chef

Josefa.- oye, que yo soy tú hija

Arturo.- ya, pero Manuel tiene madera y sabe mimar las cazuelas y las sartenes

Josefa.- pues mándalo a planchar a casa que hay un cesto lleno, a ver qué tal te deja la raya de los pantalones, que para eso también eres muy exquisito

Manuel.- a mí, ni me metáis en cosas de familia

Hortensia.- di que sí Josefa, que vayan aprendiendo a planchar

Arturo.- mira que eres rencorosa

Paco.- y tú eres un presumido y un comodón

Josefa.- anda calla, que sois los dos iguales

Paco.- encima que salgo a tu favor

Manuel.- vuelve a por uvas que no está el perro, termina de una vez con las zanahorias que hoy estás dormido

Josefa.- ¡oye! A mi hijo ni media, ¡eh chef!

Manuel.- te das cuenta, si es que madre no hay más que una

       --Entre risas, siguió la mañana---

        A la una y media, Arturo recogió escrupulosamente su juego de cuchillos y tras atar su funda con una lazada los metió bajo el brazo.

Hortensia.- ¿pero ya se va usted? Que aún no hemos terminado

Josefa.- ay maja, este, los sábados no perdona la hora del vermut con los amigos, luego comen de raciones y después unas partidas al tute jugándose el café y las copas

Manuel.- hace bien que la vida son dos días

Hortensia.- ¿Y a mí no me invita?

Arturo.- dejar de marear, que me habéis dado una mañana, ni que hubierais desayunado lengua

Carolina.- no les gusta nada hablar

Josefa.- si lo hacemos porque no estéis aburridos

   En ese momento entraba Verónica por la puerta, que venía a echar una mano a la hora de servir.

Arturo.- la que faltaba para el canto del duro

Verónica.- oiga, que yo acabo de entrar

Arturo.- ahí os dejo, que os sea leve

Samuel.- ¿Y Lourdes no viene?

Verónica.- no;  dice que iba a comer hoy con las amigas

Samuel.- esta, por no echar una mano, que poco le gusta

Julia.- pues bien maja que es

Samuel.- muchooooo

Roberto.- vamos, preparando los carros y poniendo la mesa.

         

       A las tres, una vez el comedor vacio de nuevo, se sentaban ellos a comer.   Como cosa extraña Roberto estaba sentado y a Manuel le tocaba servir.

Verónica.- ¿y este cambio?

Roberto.- yo estoy de invitado, hoy ha hecho el la comida él, así, que la sirva

Verónica.- bueno, que comeremos

Samuel.- pues huele que alimenta

Manuel.- hoy os vais a chupar los dedos (todo orgulloso)

Josefa.- no te pongas tantas medallas que tú, has hecho poco

Verónica.- ummm que rico, se nota que tienes mano para la cocina

Samuel.- mamá, no seas guasona

Manuel.- la mayoría lo ha cocinado Arturo, lo reconozco, pero yo he hecho lo más importante, el toque final que lo hace una delicatesen

   --Las carcajadas podían oírse desde la calle—

Manuel.- pues hoy, todos castigados sin postre

Roberto.- anda déjate de bobadas y saca el segundo

Manuel.- el pescado lo sacas y lo sirves tú, que eres quien lo ha frito

Carolina.- te ha salido rebelde el aprendiz

Roberto.-  a este lo espero yo

             Terminaron, recogieron todo y allí a la sombra alargaron la tertulia de sobremesa.     Esa tarde hacía un sol de justicia y no andaba ni un alma por la calle.     No tenían prisa ninguna.   Raúl si quería algo sabía dónde encontrarlos y Arturo llevaba llaves de casa.

       ¡UH! Entró asustando al personal

Samuel.- mira, apareció

Lourdes.- que tal “coleguis”. Pero si hoy no están en el nidito

Verónica.- pero qué dices

          Se puso a cantar y bailar   ♬♫.-bésame, bésame mucho…

Samuel.- esta ha vuelto a beber

Lourdes.- un poco, nos ha puesto después de la comida una botella de licor de lagarto en la mesa, y no era cuestión de despreciarla

Manuel.- vamos para casa y te acuestas

Lourdes.- que estoy bien, pero me hace gracia; os cuento

Julia.- yo creo que deberías estar mejor callada

Verónica.- pero qué pasa

Lourdes.- pues que a la parejita la han visto, mua, mua, mua,

Carolina.- y qué, pasa algo

Lourdes.- ah, que lo reconoces

 --Se puso a cantar de nuevo- ♫♬.- como si fuera esta noche la última vez…♬♫

Samuel.- se está rifando un tortazo y llevas todas las papeletas

Verónica.- pero no te enfades.   Cuenta, cuenta, mi niño

Samuel.- me voy a dar una vuelta, que me tenéis harto

Hortensia.- que callado lo tenías Carolina, cuéntaselo tú a mamá

Carolina.- Espera Samuel, que voy contigo

Manuel.- mira que eres boca chancla, un día, te va a atizar en el morro; no te dará vergüenza venir borracha

Julia.- venga, enchufa el teclado y cantas algo para la audiencia, por lo menos así no dices tonterías

  Roberto entró a la cocina y preparó unas brochetas de fruta con que amenizar el resto de la tarde acompañadas con unas botellas de sidra, que llevaban en el almacén desde las anteriores navidades.

      Cantaba canciones de la época de sus madres, incluso anteriores, canciones de las que Lourdes apenas se sabía la letra y Julia las armonizaba de cualquier manera con cuatro acordes básicos.

      Pasado un rato y ya con unas copitas de sidra, Hortensia y Verónica, se decidieron a cantar “a voz en grito”.

      Lo que faltaba de “calidad” en ese concierto, era suplido con creces con las ganas de diversión y complicidad del momento.

    Carolina y Samuel, sentados en el parque, se reían y sentían vergüenza ajena de las voces que salían por la puerta abierta. Madres y sidra, nunca fue una buena combinación.

 

 


 

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