Dejemos en paz a
los que ya no están aunque siempre los recordemos y contemos un capítulo de una
historia que me contó hace años alguien que aún debe seguir por aquí dando guerra.
Las circunstancias de la vía, hicieron que el
coche se saliese de la calzada. Llovía
torrencialmente, se aproximaba una curva justo en un cambio de rasante. El que
la puerta se abriera al impactar y la ausencia del uso del cinturón, hizo que
el ocupante saliese catapultado del habitáculo, rodando por el firme hasta la
verde cuneta, donde una valla de alambrera metálica lo esperaba para detener su
carrera hacia el abismo.
La lluvia
cayendo sobre su piel desnuda le hacía quedar inmóvil, asustado sabiendo que su
ropa estaba destrozada por el roce contra el asfalto. Una cascada de imágenes impactantes vino a su
mente llenándolo de terror, mientras su voz agrietada intentaba
gritar.-auxilio. Los parpados se fueron
cerrando en su empapado rostro y la consciencia se diluyó en el aire.
Le pareció notar
que alguien lo cubría con una manta, una sensación tan tenue que habría pasado
inadvertida de no ser su último recuerdo.
El teléfono sonó
en casa de sus padres. La suerte estaba
echada. Las posibilidades eran ninguna y en cualquier caso si el resultado era
positivo, sería peor que el propio problema.
La obligación era
intentarlo. Que incongruencia, reconstruir lo dañado y coserlo con el único fin
de enterrarlo de una pieza.
Ajeno a lo que
ocurría, sumido en un coma profundo e irreversible, se dedicaba a pasear por la
UVI de aquel hospital. Había distintas
siluetas, no siempre las mismas, excepto una, que siempre en la oscuridad
esperaba paciente a que a alguien le llegase la hora de acompañarlo. Aquel que
lo acompañaba, jamás regresaba. Otros
con más suerte, regresaban a su cuerpo y dejaban de deambular por aquel largo
pasillo.
Su cuerpo dormido,
rodeado de cables, tubos, sueros y aparatos, se iba debilitando día a día,
haciendo que la esperanza se fuese difuminando en los suyos.
A cierta hora, de
la jornada veintiuno, aquella sombra se volvió luminosa.-Ven. Él no sentía temor en acercarse, era como
si estuviese esperando su llamada. La luz se convirtió en él mismo y le pidió
que lo acompañase cogiéndole la mano.
En una fracción
de segundo, le dio tiempo a pensar en su familia y su sufrimiento, en su novia
a la que tanto quería, en su profesión, por la que lo había dado y dejado todo.
Nada de eso importaba, su relajación era extrema, su sensación de paz era tal
que nada podía ser tan importante como para perderla.
En la ladera de
un cerro pedregoso con el suelo lleno de aliagas rebosantes de flores
amarillas, caminaban juntos hacia su cima sin mediar palabra.
Algo que parecía
insignificante comparándolo con el resto, le hizo detener su caminar. Tenía algo que resolver, algo que pondría en
cuestión la palabra de su padre, alteraría el modo en que él quería ser
recordado y los objetos que querría que su familia conservase de él.
Podía acuñar la
palabra fin o seguir escribiendo su historia.
Podía sugerir un epitafio o comenzar un nuevo capítulo que modificase el
desenlace.
Ese día, abrió un
instante los ojos e hizo fuerza par que en sus pulmones entrase de nuevo una
bocanada de aire fresco.
A partir de
entonces, se dedicó a succionar toda la energía posible a todos aquellos que se
acercaban para cuidarlo o de visita, intentando coger sus manos para tener
contacto físico.
Tras varias
recaídas, poco a poco se fue sintiendo más aferrado a la vida. Pasados los
cuarenta días, miró al lado de su cama, por fin la sombra había
desaparecido. Había pasado todo ese
tiempo sin dolor, sin una percepción fiel de la realidad que le rodeaba. Las
cicatrices del cuerpo estaban curadas, las mentales estaban a punto de empezar
a iniciarse y las del alma, creaban un envoltorio de tranquilidad que le
aseguraba el despegue hacia un nuevo y fructífero viaje.
Pensaba: A partir
de ahora, cambiaré esto y lo otro, seré así o asá. Pero nada cambió, siguió siendo él, el mismo
ser lleno de defectos y escaso en virtudes, rebosante de sueños y falto de
realidades, siguió dando su apoyo a todos sin esperar nada a cambio,
prestándole importancia a nada para estar a gusto con todo.
Junto a su
cabecera, su padre. Cuantas cosas que
contar y cuantas que callar, cuantas interioridades que ambos con el tiempo
conocerían a través de terceras personas.
Los dos sin saberlo con sus decisiones, habían conseguido burlarse del
destino.
Me imagino que hoy
en día, en sus sueños aún sigue viendo como esa fuliginosa silueta se aleja de
su lado, para buscar en otro lugar quien quiera acompañarle.
La próxima vez que
le invite a acompañarlo, ¿cuál será su reacción?, nadie lo sabe. Seguro que
prefiere pensar que aceptará su invitación sin miedo, sin nada pendiente y esta
vez se irá hablando con él, caminando cerro arriba, dándole las gracias por
ciertas cosas y reprochándole otras, que estos nuevos capítulos le han
brindado.
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