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sábado, 26 de octubre de 2013

Tomás, aquí NO


Santo Tomás, de  aquí NO
   Ese individuo que se autoproclamaba anticlerical y siempre abiertamente en desacuerdo con las acciones que se pudieran realizar en nombre de  de cualquier símbolo o creencia religiosa, tumbado en la cama, miraba atento a esa ventana, la pantalla del televisor.
 
 
      Un joven con alzacuellos, se dirigía a los televidentes con voz serena y los antebrazos apoyados en la mesa, como protegiendo el micrófono.
     Era la reposición de un fragmento del programa que salía a antena hace años, en blanco y negro, todas las noches antes de la carta de ajuste en televisión española. Cuando solo había dos cadenas.
     La segunda se emitía en UHF, solo para familias pudientes que instalaban su nueva, pequeñita y brillante antena en el tejado.
     Ese joven sacerdote, tenía un gran poder de convicción, su normalidad hacía creíble la exposición de su discurso anticuado, aunque en el momento de su grabación pudiera ser un debate de actualidad en la sociedad de aquel entonces, o simplemente fuera una charla adoctrinadora sobre la acción de las misiones evangelizadoras a golpe de cruz, en distintas partes del mundo.
     Sin imágenes, sin cifras, con escuetas palabras el discurso iba calando en la conciencia de Tomás.   No podía dar crédito a lo que estaba sucediendo, estaba convencido de que aquello que oía, era la verdad absoluta, todas las vilezas realizadas en nombre del evangelio le parecían  mostrarse  justificadas, como si estuviese en un trance hipnótico.
      Esta reposición, solo duró unos minutos antes de que el moderador del programa diese continuidad al debate coloquio que él hasta ese momento había seguido con atención. 
     Un puente parecía haberlo unido a aquel sacerdote.  Los contertulios seguían discutiendo posturas distintas de opinión, pero recostado en su almohada no los veía ni escuchaba, en su mente seguía resonando la voz limpia y  templada junto a la imagen clara de la escena anterior.
     Se dejó llevar por Morfeo a un tiempo remoto para soñar que estaba en una pequeña aldea de un lugar lejano. Su misión era paliar el hambre y las enfermedades de aquellos niños, cuyo único pecado cometido en sus vidas era haber nacido en otro continente, con distinto color de piel y sobre todo pobres, pobres e infelices. O tal vez no lo eran hasta que llegaron los seres pálidos, que portaban la cruz como empuñadura de su espada.
       El alba se aproximaba. Se sentía satisfecho con la labor que había estado realizando, pero había un gran problema, tan solo les daba amor, comida y medicinas.
         No les enseñaba a persignarse ni rezar, no les exigía como contraprestación la aceptación de una doctrina y les enseñaba a sumar y restar en su dialecto aunque fuera  con los dedos, pero no a leer las sagradas escrituras. La vida y el futuro de esos niños para él, era más importante que la palabra de dios.
     Le montaron en un barco de regreso a casa, nadie salió a despedirlo, la gente de hábito se había asegurado de  ensuciar su nombre ante todo el poblado, cubriendo su persona de deshonra, culpabilizándolo de hechos solo producto de la naturaleza.  La incultura y la superstición se habían encargado de hacer el resto.
    Y despertó decepcionado pero satisfecho, sabiendo que durante toda la noche se había esforzado, consiguiendo seguir siendo un solidario borreguito blanco, aún estando cerca de aquel rebaño oscuro, formado por carneros bien alimentados con alzacuellos, cuya mentalidad mugrosa seguía ensuciando y corrompiendo todo lo que por desgracia se encontraban a su paso, siguiendo la senda marcada con sangre por los conquistadores.

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