Como creer en el destino. No puedo. Me
niego a pensar que todo está escrito.
Cambiaría mi vida por completo. Pasaría de
creer en un ser bondadoso, impotente ante nuestros actos, lleno de amor, el que
tal vez yo me he fabricado con respecto a mis
miedos, necesidades y expectativas.
Se convertiría en un “dios” abominable, déspota y prepotente que me haría renegar de todo, incluso de mis experiencias y por su puesto de mi conciencia.
Se convertiría en un “dios” abominable, déspota y prepotente que me haría renegar de todo, incluso de mis experiencias y por su puesto de mi conciencia.
No tendría razón de existir la fe, la caridad
ni la esperanza de luchar por algo más justo para todos nosotros y nuestra
descendencia.
Me convertiría en asesino, empresario sin escrúpulos, traficante de seres humanos, incluso en político, cualquier actividad que me reportase unos ingresos altos y una calidad de vida a los míos, sin que nada más importase, ni tan siquiera yo.
Me convertiría en asesino, empresario sin escrúpulos, traficante de seres humanos, incluso en político, cualquier actividad que me reportase unos ingresos altos y una calidad de vida a los míos, sin que nada más importase, ni tan siquiera yo.
Tendría al culpable perfecto frente a
frente en mi reválida. El escriba que todo lo puede y que plasmó esos actos en
el pergamino sagrado de todos los tiempos.
Quizás esto provocaría que en mi próxima
vida (si es que la hay) como morada, como cuerpo, me tocase ser una hermanita
de la caridad “de las buenas”. Pero me
revelaría igualmente. Vez tras vez,
hasta que al supremo no le quedase más opción que mandar mi alma al
confinamiento perpetuo en el reino de Satanás.
Allí, tan solo allí, en mi última estación, descansaría
en paz, sabiendo que mis actos eran solo míos.
Tal vez el destino exista y yo esté
predestinado para coger con pulso firme la pluma y redactar otras vidas.
Solo así, tendría la oportunidad de volcar
el tintero sobre los pergaminos, para que las almas al fin fueran libres de
escoger su camino.
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