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jueves, 15 de junio de 2017

Ausencia "02"



Las campanas dejaban de sonar,  la plaza se llamaba de cabezas cubiertas por pañuelos negros esperando al autobús que hacía la ruta diaria hasta la capital. Los hombres ya estaban recorriendo el litoral, esperando encontrar los cuerpos aún desaparecidos.     Solo tres faltaban. Identidades indefinidas que alimentaban la esperanza.  Pescadores  nacidos y criados para luchar contra las adversidades.  Curtidos por las tormentas y conocedores de las corrientes. Tal vez, alguno, podría haber salvado la vida.

 En la puerta del anatómico-forense, bajo la balconada, se agolpaban las toquillas de lana, esperando  la hora.
        Al mínimo movimiento  de aquel amasijo de hierro acristalado de opacidad,  todas las espaldas encogidas por el frio, parecieron levantar como una sola.
Pidiendo tranquilidad, el médico rural que había sido llamado para reconocer los cadáveres y así no tener que vilipendiar  a los familiares haciéndolos desfilar por aquel calvario, se atravesó en la entrada, con una lista en la mano.
  Fue nombrado uno a uno a los fallecidos hasta llegar al número nueve. Aquellas tres madres que quedaban a merced de la lluvia, se abrazaron intentando detener el tiempo y que las noticias a su regreso, no incrementasen aquella lista.
           Dentro  las enlutadas, madres, esposas e hijas, abrazaban por última vez unas bolsas frías, que por una pequeña abertura, apenas dejaban sobresalir la afilada nariz del rostro de los hombres. Los fuertes dedos, se aferraban a la mesa de metal, como percebe a la roca, para que nada ni nadie, pudiera separarlas de su ser querido.

      El teléfono sonó. El forense montaba de nuevo en su vehículo.    Malas noticias de llamar allí.    Otro cuerpo había aparecido.      Las tres madres que quedaron en la puerta, alzaron la mirada, deseando egoístamente que la noticia fuera para cualquiera de las otras dos.

              Entre, los peñascos puntiagudos, en fondo del acantilado donde residía el faro, un cuerpo roto en dos mitades yacía solitario.     Cuando llegó el forense a la zona indicada,  la patrulla  acababa de izar la camilla de rescate. Los golpes en su cuerpo, producidos por el fuerte oleaje, lo habían dejado irreconocible,  pero su hermano allí presente, enseguida se abalanzó sobre él.  Un escudo tatuado en el antebrazo, de cuando estuvo sirviendo a la patria  en la legión, no dejaba dudas.
   En medio del reconocimiento del cadáver, una véngala de humo rompió en el aire.      A pocos kilómetros de la costa se hallaba otro cuerpo flotando en el mar.     Hasta allí se dirigieron los guardacostas para su recuperación y posterior traslado a tierra. 
       Al caer la noche, los once féretros eran velados en el salón de plenos del ayuntamiento.    Samuel  permanecía en brazos de las sirenas, al igual que su padre y abuelo.  Sería cosa de familia.

    Las gastadas cuentas del rosario, seguirían rodando en las manos de Asunción una noche más junto a la abierta ventana, como siempre esperando el amanecer, para ver llegar los pescadores  a puerto.     Más que nada por no perder la costumbre.


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