Aquellos hombres pasaban los días
perreando. Su principal ocupación era
la botella y los juegos de naipes. Cada uno tenía cogida su medida y en un
momento dado ponía la botella bajo la mesa y no volvía a cogerla. Sobre el tapete de fieltro verde, simplemente
garbanzos, que al final de la partida volvían al tarro de la cocina. Que gente tan extraña, por sus pintas,
cualquiera pensaría que el Bahamas era un nido de serpientes donde el brillo de
los cuchillos imperaría sobre todas las cosas. Todo lo contrario cada uno hacía
lo que quería, pero siempre por el beneficio común.
Samuel se veía con fuerzas para empezar a
ayudar en cualquier tarea que no requiriese mucho esfuerzo.
.- ¿a qué puedo ayudar?
.- ¿Qué te apetece hacer?
.- no sé
.- pues cuando sepas lo que quieres hacer,
hazlo
.- ¿así de sencillo?
.- claro mira, a mi ahora me apetece estar
sentado, y sin embargo Guzmán ha
decidido ponerse a limpiar los camarotes. No tiene por qué esperar a que a mí
me apetezca, ni se va a preocupar de quien ocupa ese camastro, solo echa un
vistazo, si está sucio lo limpia y si está limpio, pasa al siguiente, hasta que
decida que le apetece parar y para.
.- entonces ¿nadie
organiza el trabajo?
.- cada uno sabe en qué sitio y labor es
más necesario y ya somos lo suficiente mayorcitos como para dejarnos
mandar. Piensa cuáles son tus
cualidades y ponlas al servicio de todos, en caso de que necesites ayuda o
tengas alguna sugerencia, dilo abiertamente, nunca faltará quien esté
dispuesto.
Al atardecer como siempre, los motores
dejaban de sonar. Abbud y Tayyeb, siempre metidos en la sala de
maquinas, se ponían en la proa y se echaban uno al otro agua por encima con un
cubo de cinc. Ellos dos nunca bajaban a
los camarotes, en un rincón, dentro de un macuto tenían guardadas unas telas que sujetaban a unos postes a modo de hamaca y allí pasaban la noche bajo
las estrellas. Tenían una particularidad curiosa, dormían con los ojos
semi-abiertos, incluso si les podía ver sus pupilas moviéndose, observando todo
lo que se movía a su alrededor.
Esa noche, en sueños a Samuel
volvieron a asaltarlo las gaviotas. Se despertó temblando, su cuerpo empapado
en un sudor frío. El terror a cerrar de nuevo los ojos, le hizo salir a tomar
el aire. Apoyado en la barandilla clavó su mirada en el agua, disfrutando de
sus reflejos. Formas ondulantes le hacían imaginar que escuchaba melodías
suaves, sonar de caracolas acompañadas de cantos de sirenas y el romper de las
gotas de lluvia sobre la mar.
Pero no estaba
lloviendo. Ese murmullo era producido por cantidad de peces que se acercaban
para alimentarse de las especies de plantas que habitaban pegadas en el casco
de Bahamas.
Embelesado con aquel espectáculo, sus
parpados fueron cayendo y de rodillas, apoyado en sus antebrazos, olvidó el
miedo a las gaviotas y fue atrapado por el sueño hasta la salida del sol.
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