Alejada
de la costa, en aguas internacionales, una chatarra con bandera simulada, parece no tener prisa para llegar a puerto. Entre trago y trago, y jugando una partida de cartas, esperan
pacientes la caída del sol. Esa noche
entregarán la mercancía y de vuelta a casa.
De pronto uno de sus tripulantes da la voz de
alarma, algo extraño flota en el agua.
Samuel está abrazado
a una boya que es movida al libre albedrio de
las corrientes.
.- hay un hombre
en el agua
.- estará muerto
.- ¿y si
estuviese aún vivo?
.- no haría más que complicarnos la vida
Dos de ellos se
lazaron al agua desde la cubierta. Otro se apresuró a colocar la trócola con la
que luego subir de nuevo a bordo a esos valientes.
El primero en
llegar a él, intenta soltar sus brazos, es imposible. El otro no tarda en llegar
. – respira, aún respira (grita este, entre la desesperación
y la alegría)
Algunos están
atando unas cuerdas a un somier, para poder subirlo. Bajan la camilla
improvisada y una vez tumbado en ella, la vieja trócola empieza a castañear sus
dientes.
Lo primero,
ponerlo a la sombra y darle agua potable. Intentan quitar la boya de entre sus
brazos, es imposible, están engarrotados, gracias a ello ha conseguido tras tres días seguir manteniéndose a flote. Está tan débil que ni reacciona a la frescura
de un paño mojado sobre sus labios. Todo quedaba en manos de la fortuna y de
que alguna lancha de las que esperaban se brindase a llevarlo a tierra y que alguno,
en la playa, simulase un encuentro fortuito, para que pueda ser tratado en un
centro hospitalario.
Esperando el ruido de los motores, entrada
la noche, los fardos se suben a cubierta. Uno a uno, eran tirados al agua y recogidos
por los gancheros. Las
lanchas cargadas se alejaron, sin que ninguno de sus dueños quisiese hacerse
cargo de una carga no contratada.
Se arrancaban
motores y el barco, (con Samuel a bordo) emprendía camino a algún puerto
inconcreto, donde la legalidad internacional no fuera un impedimento para ser
atracado.
En un camarote entre tinieblas, un deslucido joven que no era
capaz ni de abrir los ojos, era alimentado tan solo por unas cucharadas de caldo,
que Weza con paciencia se encargaba de hacerle engullir durante varias veces al
día.
Su mente atormentada, repetía una y otra vez la misma
secuencia. – numerosas gaviotas se lanzaban sobre él, intentando arrebatarle su ser. Él con sus brazos intentaba apartarlas
sin conseguirlo y una vez que lo elevaban a cierta altura lo dejaban caer,
volviendo otra vez al principio.
Pasaron dos
días. Cuando Weza entró para darle
caldo, Samuel, él solo había cambiado de postura.
El que siempre había
permanecido boca arriba con los brazos cruzados en posición mortuoria, se
encontraba tumbado de lado, hecho un cuatro y al oírlo entrar abrió los ojos. Por primera vez inhalo aire a sus pulmones
profundamente ante aquella visión. – Era
un hombre de raza negra, dos metros de altura y más de cien kilos de peso. Su cabeza
afeitada, un aro metálico en cada lóbulo de sus pequeñas orejas y en su rostro
unos ojos y dientes que parecían resplandecer.
Lo más parecido a un genio de los cuentos de las mil y una noches –
De su boca intentó
salir un grito ahogado por el terror y
haciendo un gran esfuerzo corrió su cuerpo contra la pared.
Acompañado de un gesto, sin pasar del umbral de la puerta le
dijo.- Tranquilo. ¿Tú entender mi?
-Samuel asintió con la cabeza –
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