Escondida tras raíces, perdida entre la hojarasca,
dormitaba bella
ninfa.
La despertaron los pasos, de un poeta caminante,
que entonaba
una canción.
Esa dulce melodía, de entrecortadas palabras,
parecía tropezar.
Volvía a empezar de cero, repitiendo algunas frases,
buscando la inspiración.
Bostezó y abrió los ojos, batió sus alas la ninfa
saliendo de su
letargo.
Con suavidad se posó en el hombro del poeta
y a su oído susurró.
Él se sentó en una piedra, sacó su papel y lápiz,
para plasmar un
dibujo.
Una corona de flores, sobre una melena rubia,
que lucía una
princesa.
Zapatitos de avellana, vestida con hojas verdes
y un junco por
cinturón.
Las palabras no tropiezan, ya no hace falta pensar,
tan solo
cantarle a ella.
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