Un
destino nunca escrito irrumpió en sus vidas.
Los desconchones del techo descascarillado
de la habitación, caían sobre sus ojos llenos de ira, que fijamente y sin
parpadear, se afirman en los filamentos incandescentes de la bombilla entre
tentáculos de hidra suspendida, la que más que iluminar, cegaba irrefrenablemente
su sensatez.
Se
conformó con oír falacias y desescuchar verdades. El tiempo se fue silenciando con el giro de
las agujas. Mientras, entre los carrizos trenzados de
inconsciencia, escapaba la tarde y la bruma de los miedos a la vergüenza,
sumían en la penumbra toda esperanza.
El
amor se tornó en incertidumbre. La fiereza de la desconfianza fue golpeando
con sus garras afiladas el papel pintado de las paredes de aquel pasillo que
daba color a la entrada. Sus flores cubrían el frío suelo, componiendo formas
con vértices angulados que invitaban a huir, escapar de la sospecha y con un
golpe, el resquicio vano de la oportunidad se cerró tras la retaguardia de ojos
ciegos y oídos sordos, negados a la serena evidencia.
Creyó
sentirse libre como el viento, cuando en verdad era esclavo de zaheridos y
balbuceantes sentimientos. Creyéndose cuerdo de mente pero irrespetuoso con su
corazón, pretendió ponerse disfraz de soberbia, aunque el brillo de sus ojos
palideciese en las horas agónicas donde la cruel oscuridad le hacía fijar sus
pupilas en las líneas abstractas que
conformaban las grietas de su criterio.
El
reconocimiento de su gran error. Tortura
implacable que en noches eternas entre sabanas frías. Repletas de carne aderezada con alcohol. Cuerpos
hallados en la regurgitada y pestilente calle, para ser llevados hasta allí. Quizás,
único remedio a su soledad.
Se arrepintió
de su ignorancia y regresó para pedir disculpas por tanta ofensa vertida. Necios pasos.
Era demasiado tarde. Los tabiques
se habían derrumbado y sus cimientos sumergidos, inmersos en la profundidad del
hueco provocado por el seísmo de tormento de la incomprensión.
Otros,
los que intentaban habitar aquellas, las tan anheladas ruinas, recibieron su parecer
con desagrado, enseñando sus dientes afilados y sus lenguas viperinas, esas que
en tiempo no muy lejano pronunciaron las palabras que le hicieron dudar, escupieron su cara, como pago insólito de agradecimiento a su
idiotez.
El tiempo en que tus oídos, no están
ocupados escuchando las palabras Te Quiero...
....Mejor dedícalo a oír música.
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