Un chorizo, un jamón y una morcilla,
los pecados
de un marrano
que en
pocilga pasó un año
purgaban
en la guardilla.
Allá
por el mes de enero,
oreados por
el frío
de aquella
cuerda colgados,
esperaban
ser manjar,
dignos de
estar bien curados.
Descolgaron la
morcilla
hecha
de sangre y cebolla
para agregarla
al potaje
que impetuoso
cocía
sobre
el fuego en una olla.
El
chorizo al poco tiempo
en rodajas convirtieron,
prepararon
bocadillos
en el día
del patrón
para
todo un pueblo entero.
Esperando la ocasión
el jamón
quedó colgado
solo a
una cuarta del suelo.
La ventana quedó abierta
y no
es bueno darle alas
a quien
quiere alzar el vuelo,
en los despistes de algunos
otros encuentran consuelo.
El gato lo fue probando
no fuera echarse a perder
el manjar de su señor.
Hasta que
fue sorprendido
con las
manos en la masa
y pasó a
vida mejor.
A
falta de aquel jamón,
en la
fiesta no podía
faltar un
buen estofado,
carne
blanquita y sabrosa
sin las
patas y sin rabo,
un animal sin orejas,
de conejo
disfrazado.
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