De cuando en cuando, pero solo de cuando en cuando, se monta en el columpio
volador que sube y baja, da vueltas y vueltas, hasta llegar a marearse
para después tumbarse en la hierba boca arriba, sentir el sudor frío de su piel
palidecida, entreabriendo sus parpados mojados esperando que las copas de los
verdes árboles, dejasen de moverse en círculos sobre su cabeza.
Su respiración agitada, se entrecorta por ataques de risa sin
fundamentos. Se quita los zapatos,
abre sus piernas, pone los brazos en cruz para percibir el máximo frescor al
tiempo que gira a cámara lenta su cuello a un lado y otro aireando su nuca.
En el parque inexistente, el columpio ficticio
es como un rotor que impulsa sus ilusionantes alas hacia un nuevo día. Un día
distinto a los demás. Solo uno cada
cierto tiempo.
Sí, cada cierto tiempo, es
necesario poner en punto de positividad el cúmulo de desmanes que rodean su
existencia. Olvidarse de la
verticalidad de los edificios y la horizontalidad de las calles, para resbalarse por los oblicuos toboganes de
lo absurdo. Unos instantes en que el corazón pueda latir
de forma distinta, exento de preocupaciones materiales, donde las arritmias
oscilen a su libre albedrío, entre carcajada y carcajada.
En soledad, abrazado a sí mismo, mordiendo
su labio inferior cono gesto de ilusión, aspirando con fuerza el aroma de la
vida.
¿Porqué no hacer esto todos los días?
Pero no, uno es imbécil y solo lo hace de…
… cuando en cuando.
Imagen firmada de la red
Si cada día dedicáramos un momento para nuestro exclusivo y único momento de bienestar, la batería anímica estaría siempre cargada positivamente. Me encantó tu escrito. Un beso Carlos...gracias amigo. America Santiago.
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