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sábado, 7 de julio de 2018

Mejor callado





                Ese sujeto al que todos preguntaban y a nadie respondía.
         Ese en cuya mente, maquinaban los engranajes del porqué de las cosas, creando conceptos que quitasen la razón a sus convicciones.
                El que guardaba todo para sí, por el temor a estar en posesión de la verdad y contagiar su entorno cercano con filosofías apáticas y razonamientos irrefutables.
          Por fin un día se decidió a exorcizar el contenido de su olla exprés y compartirlo. Intentó buscar a alguien que para  su tranquilidad  nada le importase afectivamente y que este fuese quien lo cuestionase.
       Paseó por las calles, hasta encontrar una placa que le fuera agradable a la vista.     Entró al portal, subió  por las escaleras y llamó el timbre del segundo A.     Un señor de pelo cano y amable en sus formas le abrió la puerta. Tras un brevísimo intercambio de palabras, fue acompañado hasta una habitación con escasa claridad e invitado con un gesto a acomodarse en un diván, mientras el anfitrión cogía cuaderno y bolígrafo.
                   Semana tras semana, cada martes se buscaba alguna escusa, para en secreto acudir a la cita ineludible del psicólogo.  La rutina se medía con precisión. Siempre el paciente exponía sus pensamientos durante diecisiete minutos, para a continuación, contar el doctor con otros veintitrés, para así rebatirlos de forma coherente y otros diez, en que dar consejos de aptitud e invitar a realizar tareas que adoptar cada mañana, para impulsar alma y cuerpo hacía la positividad.
           Cuatro meses y medio habían pasado.  Las teorías del enfermo cada vez encontraban nuevos refuerzos en sus exposiciones, mientras se agotaban los argumentos para rebatirlas.
              Ese fin de semana, el refutado doctor participaba como ponente en un congreso, donde colegas de todo el país, se daban cita anualmente.
                Desde el estrado, dio a conocer las teorías de su paciente. Tras ello solicitó la presencia de todo aquel que quisiera rebatirlas.
           Una media docena de ellos, fueron pasando por el atril dando sus conclusiones, para más tarde formar una mesa redonda que se prolongaba hasta altas horas de la noche, donde las preguntas y respuestas se sucedían con fluidez.
               Una vez de nuevo en casa, el doctor pegaba bajo su plateada placa, que lucía exultante en el mármol de la entrada   -- VACACIONES –
        Una maleta y carretera, hasta llegar a un pequeño pueblo de montaña, donde reinaba la tranquilidad y la naturaleza era la única compañía en aquella época del año.
     Entre paseo y paseo, iba escribiendo páginas de lo que pretendía fuese un tratado sobre la incoherencia de eso que hasta entonces para él, había sido coherente.

           Pasados catorce días, la ciudad se despierta con la fatídica noticia:   -- una escopeta de caza, queda tendida, un suelo lleno de sangre y cenizas resultantes de papeles quemados, únicos testigos del inesperado suceso –
       Al medio día, llegaba al tanatorio el cadáver para ser reverenciado por familiares y amigos.
     Junto al cristal, frente a la caja destapada un hombre de mediana edad al que nadie conocía, observaba a la vez que pensaba:
        .- Lo sabía, nunca debí de contarlo. Yo al fin y al cabo lo tengo asumido y convivo tranquilo con ello.
    Tú te empeñaste en negarlo y en la lucha de valores, te tocó perder a ti.



    










1 comentario:

  1. Que fuerte y trágico relato. Muere el hombre, sucumbe la filosofía, y al final la vida sigue igual. Me encanta todo lo que escribes en "ironías de la vida". Gracias por compartir...Un beso, hasta pronto querido amigo Carlos Torrijos. America Santiago.

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