La oscuridad se hizo dueña
de los pasillos.
El silencio
petrificó aquella sala.
Los barrotes de aquellas sillas
duras y frías, hechas para no dormir en ellas, se clavaban en los huesos del
velador en espera.
Nadie pasaba por allí, tan solo él, para contar los minutos que estaban
por pasar con lentitud.
La
incertidumbre, producto de la mezcla de miedos y esperanzas bailaban al son de
los nervios, alrededor de las columnas que sujetaban la planta superior.
En ella “en la planta de arriba” una
habitación, una cama, una mujer que espera al destino observando como caen las
gotas que una a una van entrando en sus venas.
Sola. Pero
acompañada por su dolor de esperanza y sus dudas de alegría.
Unos pasos agitados recorren el suelo del pasillo
cortando la respiración de quien espera.
Las ruedas de una camilla
acelerada surcan el techo de la sala de espera.
Y de nuevo. El
silencio más crudo impregna las paredes, la agonía abraza su soledad, adueñándose de nuevo de su pecho acelerado.
- Una hora infinita –
Un berrido exultante, hace temblar la
estructura de todo el edificio.
Corriendo
escaleras arriba, va dejando un rastro de lágrimas blancas a cada paso, en cada
peldaño.
Nadie. Ni las normas, ni los doctores. Nadie.
Nadie podrá impedirle el
acceso a esa salita donde le esperan su mujer y su pequeña niña.
Impactante historia Carlos. Me conmovió. Un abrazo querido amigo.America Santiago.
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