En aquel cuarto, donde
una pisada incorrecta o un tropezón, provocaría el que se descascarillase el
techo de la planta baja. Se encerraban los misterios de la vida y de la muerte.
Los interrogantes que el infinito escondía tras de sí. La posibilidad de la
culminación del amor y el fracaso de la las sombras. La supremacía del
intelecto, sobre las sombras de la ignorancia.
Tan solo un ventanuco, abría sus brazos a
los rayos del sol y a la curiosidad e la luna. Tan solo por él, entraba aire
fresco y limpio, cuando se abría por necesidad para evacuar los gases
infernales que corrompían sus vías respiratorias, tras alguna mezcla inadecuada
de productos químicos.
Allí, durante horas, el ayudante del
aprendiz de sueños, el acompañante del moldeador de ángeles. El admirador del
alma de luz. No tenía la obligación de
entender nada y nada que aprender. Solo estar allí y recordar en el futuro.
Entonces comprendería todo lo que aprendió con su presencia.
Los virus de la paciencia,
bondad, amistad.
Las enfermedades de la humildad y
la solidaridad.
La inconsciencia y la credulidad en lo que es justo.
Todo sin saberlo, fue lentamente inoculado
en su mente en aquel cuartucho. Los libros
de Fulcanelli y los relacionados con signos cabalísticos, así como todo lo esotérico,
debía de esperar. El pequeño ayudante tenía la mente ocupada en
componer poemas de amor adornados con simples melodías y precarios acordes de
guitarra.
Una noche del mes de octubre, involucionó a
una realidad, a eso que nunca había querido ver. Los papeles firmados, implosionaron
en la penumbra de aquella carpeta, que quedó cerrada para siempre.
Sus alas se batieron desbocadas
hacia ninguna parte, con el único deseo que nunca hubiese vuelta atrás. Los caminos
de la sin razón, tenían miles de bifurcaciones que no conducían a ninguna
parte, pero eso daba igual con tal de alejarse de la verdad. Nada
había que lo retuviese. El aprendiz al que ayudar, también había
volado y los recipientes con el azufre reseco, dormían amontonados sobre la
mesa junto a unos pergaminos quemados por el vaho emitido por el ácido sulfúrico.
Hoy se mira las manos. Del
lejano cuarto, nada queda en ellas. Las pone
en su pecho y entonces SÍ.
Su corazón sigue impregnado con aquello que
sin saberlo, sin apreciarlo como una enseñanza. Los vapores de aquellas palabras que parecían
un cuento de hombres locos y con barbas, aquellas sensaciones en las noches
estrelladas, sin querer dormir, con el único afán de estar ayudando sin ayudar
a nada, le habían ido calando como lluvia fina hasta llegar muy dentro, tan
dentro, que jamás perderán su esencia.
Admiro el arte con que escribes porque logras que el lector se sumerja en tu mar de pensamientos, sentimientos y emociones, trasmitiendo sensaciones de nostalgia, melancolía y en otras de placidez y felicidad. Escribes con vida y me encanta. Gracias por compartir querido amigo Carlos Torrijos. America Santiago.
ResponderEliminar¿Somos? ¿Estamos? No lo sé, al menos lo intentamos.
EliminarArtistazo tú, Carlos Torrijos!!
ResponderEliminarun simple ayudante de aprendiz.
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