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jueves, 5 de julio de 2018

La Visita





   Bajo el sol abrasador de una tarde del mes de Julio, esperaba en el jardín, la tan ansiada visita.
    Su cuerpo postrado sobre una silla de ruedas, se adhería a la tela de skay negro,  ante la insistencia de la cuidadora de ir a la sombra.  La negación era rotunda, tenía que permanecer allí, desde donde se divisaba la verja que estaba a punto de abrirse haciendo chirriar las bisagras de la parada y poco usada puerta de hierro.
    Sus parpados cansados derrocharon fuerzas cuando el chirrido llegó a sus oídos.    Allí llegaba su hija.    Cuanto tiempo sin verla.   Que cambiada, ya no era la misma niña delgadita que ella se había empeñado en mantener en su mente. Los años no pasan en balde y las carnes que dibujaban su esbelta figura ya no estaban en su sitio. Cuanto afecta la acción de la gravedad en todas las cosas (pensó esbozando una leve sonrisa).
         Tras un beso en la mejilla, se dirigieron las dos a la habitación. Lugar apartado de miradas e intrusos de su intimidad.
               Que a gusto, tumbarse en la cama de sábanas fresquitas, quedando la empalagosa silla recluida en un rincón. Que placer enorme, el poderse despojar de las vestimentas y dejar que la brisa del ventilador acariciase los poros más recónditos de su piel.
               Por un momento, la hija, callada, sentada junto a ella, observaba su cuerpo deslucido.       Los relieves de su osamenta marcaban cada miembro exento de masa muscular.  Los pliegues de su piel pretendían disimular el dibujo de sus intestinos y aquellos pechos que la habían alimentado, ahora no pasaban de ser unos simples velos de tul intentando camuflar parte de sus costillares.
      Una sonrisa fingida, sin dientes. Labios resecos que intentaban conformar una mentira piadosa con la que evitar la preocupación.  Ojos de mirada seca, que ya no tenían lagrimas con que enjugarse.    Los recuerdos, Las tristezas y alegrías, se las había llevado el hambre amor y la sed de tierra.
     Cogió su mano y  acarició por última vez sus nudillos escarpados. Sintió el frío de la falta de vida y las ganas de no seguir padeciendo. Le prometió volver pronto a verla.
  
   La madre, volvió a sonreír  irónicamente.  Alargó su brazo y del cajón de la mesita de noche sacó un par de fotos en blanco y negro. En ambas, estaban las dos juntas años atrás.  Le ofreció una de ellas. 
   .- toma, guárdala.   Mejor recordémonos como éramos.



     
Imagen de la red 

3 comentarios:

  1. Una historia que cala hondo porque no hay nada más triste y doloroso que las ausencias, olvidos, postergaciones, donde muchas veces ni los recuerdos sobreviven, y si lo hacen, flotan en estado de culpa. Bello aunque triste relato que invita a una profunda reflexión a la relación de familia. Gracias Carlos. Te salud afectuosamente. America Santiago.

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  2. Muy emotivo, Carlos, estos temas me afligen especialmente. Ver apagarse a los padres, pufff, el dolor más lacerante. Gran poema.

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  3. La nostalgia escrita que entristece y no solo nos recuerda aquellos amores sinceros que se desprendieron de todo a cambio de nada, se desprendieron hasta de su vida.

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