Bajo el sol abrasador de una
tarde del mes de Julio, esperaba en el jardín, la tan ansiada visita.
Su cuerpo postrado sobre una
silla de ruedas, se adhería a la tela de skay negro, ante la insistencia de la cuidadora de ir a
la sombra. La negación era rotunda,
tenía que permanecer allí, desde donde se divisaba la verja que estaba a punto
de abrirse haciendo chirriar las bisagras de la parada y poco usada puerta de
hierro.
Sus parpados cansados
derrocharon fuerzas cuando el chirrido llegó a sus oídos. Allí llegaba
su hija. Cuanto tiempo sin verla. Que cambiada,
ya no era la misma niña delgadita que ella se había empeñado en mantener en su
mente. Los años no pasan en balde y las carnes que dibujaban su esbelta figura
ya no estaban en su sitio. Cuanto afecta la acción de la gravedad en todas las
cosas (pensó esbozando una leve sonrisa).
Tras un beso en la mejilla, se dirigieron
las dos a la habitación. Lugar apartado de miradas e intrusos de su intimidad.
Que a gusto, tumbarse en la cama de sábanas
fresquitas, quedando la empalagosa silla recluida en un rincón. Que placer
enorme, el poderse despojar de las vestimentas y dejar que la brisa del
ventilador acariciase los poros más recónditos de su piel.
Por
un momento, la hija, callada, sentada junto a ella, observaba su cuerpo
deslucido. Los relieves de su osamenta marcaban cada miembro
exento de masa muscular. Los pliegues de
su piel pretendían disimular el dibujo de sus intestinos y aquellos pechos que
la habían alimentado, ahora no pasaban de ser unos simples velos de tul
intentando camuflar parte de sus costillares.
Una sonrisa fingida, sin
dientes. Labios resecos que intentaban conformar una mentira piadosa con la que
evitar la preocupación. Ojos de mirada seca,
que ya no tenían lagrimas con que enjugarse. Los recuerdos,
Las tristezas y alegrías, se las había llevado el hambre amor y la sed de
tierra.
Cogió su mano y acarició
por última vez sus nudillos escarpados. Sintió el frío de la falta de vida y
las ganas de no seguir padeciendo. Le prometió volver pronto a verla.
La madre, volvió a sonreír irónicamente. Alargó su brazo y del cajón
de la mesita de noche sacó un par de fotos en blanco y negro. En ambas, estaban
las dos juntas años atrás. Le ofreció una de ellas.
.- toma, guárdala. Mejor recordémonos como éramos.
Una historia que cala hondo porque no hay nada más triste y doloroso que las ausencias, olvidos, postergaciones, donde muchas veces ni los recuerdos sobreviven, y si lo hacen, flotan en estado de culpa. Bello aunque triste relato que invita a una profunda reflexión a la relación de familia. Gracias Carlos. Te salud afectuosamente. America Santiago.
ResponderEliminarMuy emotivo, Carlos, estos temas me afligen especialmente. Ver apagarse a los padres, pufff, el dolor más lacerante. Gran poema.
ResponderEliminarLa nostalgia escrita que entristece y no solo nos recuerda aquellos amores sinceros que se desprendieron de todo a cambio de nada, se desprendieron hasta de su vida.
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