Fui a verte
A media mañana, cogía calle adelante con
paso parsimonioso. Había decidido ir a
visitar a un viejo amigo “bueno amigo por decir algo” solo una vez y brevemente
había estado frente a él.
Sería una cosa rápida, un
instante mirándolo bastaría para hacer acto de presencia. Tras la puerta en el
rincón, un recipiente vacio y seco – vaya decepción – ni agua con la que persignarse
antes de encaminarse entre alargados y vacíos bancos pasillo adelante.
Un cartel
iluminado llamó su atención. Indicaba que estaba libre en ese preciso momento. Solo
se lo pensó un momento y abrió la puerta. Un señor allí sentado lo mandó pasar y
cerrar la puerta. A su derecha una celosía
y junto a ella un reclinatorio.
Directamente el visitante,
decidió sentarse en una silla que estaba frente al confesor y entre ellos una
pequeña mesa donde dejó el bolso de mano.
Sin preámbulos de ningún tipo,
comenzaron la tímida escueta conversación.
.- buenos días, la verdad es
que no se qué hago aquí, me apeteció entrar a hablar con usted
.- ¿tienes algún pecado que confesar?
.- mire, hace que no me confieso,
¿digamos veinte, treinta, cuarenta años?
.- pues ya tienes un montón de ellos, hay que confesarse al menos una vez
al año
.- no me considero
creyente, aunque la verdad me gustaría. Tan solo he venido a ver a San Antonio
y al ver que estaba libre, he entrado
.-Dios, no nos pone ninguna obligación, solo dice lo que debemos de
hacer, luego cada uno tiene libertad con su conciencia. Nos dice que hagamos el bien con nuestros
semejantes, que asistamos a misa, que no hagamos las cosas solo porque él las
manda, sino porque salga de nosotros el hacerlas.
.- con respecto al
comportamiento, yo la conciencia la tengo tranquila
.- ¿te arrepientes de algo para darte la absolución?
.- es que no tengo nada de lo que crea
deba arrepentirme. ¿Para qué le voy a decir que voy a ir a misa,
si no lo voy a hacer?
----Las manos de ambos se entrelazaron sobre la mesa---
.- Adiós y gracias, me ha sentado bien hablar un rato con usted
.- vuelve cuando quieras.
Entonces se dirigió a buscar la
imagen de su amigo. Allí estaba. Como la vez anterior, nada se dijeron.
Al salir, una pequeña limosna en
el cepillo de la pared, como testimonio de su asistencia. Untó sus dedos en el
granito seco por si quedaba algún resto antes de hacer la señal de la cruz santiguándose
como forma de despedida mirando hacía el altar mayor.
De vuelta, andando un poco más deprisa, un sentimiento de saber haber
hecho aquello que debía hacer. La simple esperanza egoísta de que algo ocurra, que le haga saber
que al menos su amigo se ha percatado de su presencia y agradece que haya
estado allí.
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