Sobre unos pocos cartones robados a un
contenedor de reciclaje, descansaba cada noche en los cajeros automáticos envuelto
en un abrigo de paño y la cabeza cubierta por un pasamontañas que solo dejaba
ver sus ojos cerrados.
Considerado como una temeridad
por los clientes de las entidades bancarias que pretendía hacer uso de su tarjeta
de crédito, se veía obligado a cambiar varias veces su ubicación cada noche,
ante la presencia de la policía local para su desalojo.
El cartón de vino, su
único equipaje.
Un balbuceo.-
ya me voy- sus únicas palabras.
Cinco
pares de calcetines superpuestos, el único acompañante de sus pasos.
El frio en sus huesos, la única
pertenencia.
Pero esa noche, todo había cambiado para él.
Oyó abrirse la puerta, pero ningún uniforme apareció.
El cajero era utilizado con
normalidad – como si él no estuviera – tras recoger la cantidad solicitada y la
tarjeta guardada, el cliente volvió a salir.
Al poco tiempo otro cliente
repite la misma operación sin impedimento ninguno.
La tercera persona en entrar
es una mujer.
– Tal vez
esta se asustará o tendrá algún reparo-
No, ni tan siquiera
dirigió la mirada hacia el rincón.
Por fin una noche sin ser desalojado de su único hogar, un simple
cajero automático.
A las
nueve de la mañana unas voces perturban su sueño.
.- ¿Qué tenemos hoy aquí?
Desde las 22:00h del día
anterior, permanecía tumbado sobre una plancha de acero inoxidable, esperando
la firma del forense.
Ni su identidad, ni las
causas importaban. El número de expediente, su única documentación.
Felices Sueños Flavio.
137/2001
Conmovedora historia que se da mucho en la realidad en cualquier parte del mundo, y que triste saber que la sociedad es más indolente cada día. Gracias Carlos por esta bella obra literaria, un tributo a los olvidados y marginados. Un beso. America Santiago.
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