Sin pretenderlo
esa tarde
se acercó lo inesperado,
los pétalos de amapola
que ya se habían
olvidado,
en el fondo de un cajón
que permanecía cerrado.
Apareció entre
las ramas
de aquel rosal ya marchito
que alguien robo “pá” tirarlo,
llenando su juventud
de pena por no encontrarlo.
Reseco entre las
raíces
dejó el amor de latir,
fueron pasando los años
se le olvidó hasta sufrir,
los ojos selló con cal
y se dedicó a
morir.
Un angelical
señor
solitario de por vida,
sus lágrimas derramaba
desde que ella era una niña.
Jamás le prestó
atención
nunca se fijó en la herida
que vertía gotas de sangre
amándola cada día.
Sobre las raíces
muertas
vertió su último aliento,
limpió la cal con su llanto
y alzo sus alas al viento.
Volvió a vivir el amor
la savia estiro sus ramas,
brotaron verdes las hojas
y una rosa lo engalana.
La dama otra
vez florida
pero el tiempo es traicionero,
tanto esfuerzo en el empeño
que la rosa ahora descansa
sobre la lápida fría
del humilde jardinero.
Tristísimo en su hermosura. Precioso poema, amigo.
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