Nazario, recorría
las calles gritando;
.- Madres e hijos, todos a la plaza
Virtudes.- ¿Que pasará ahora para tanto alboroto?
Restituta.- Bueno, pues habrá que ir.
Una vez en la plaza, Nazario
enfurecido, esperaba subido en una piedra, para que todos escuchasen lo que
tenía que decir y comprobasen su monumental enfado.
Pidió silencio y comenzó a
hablar con voz desafiante.
.- esta mañana, cuando he llegado al huerto, a la orilla del camino,
estaba mi azadón. Sí mi azadón pero roto, algún mal nacido, debe haber estado
jugando con él.
Ese astil, no era un simple
palo, lo había hecho con estas manos, estaba suavizado por los callos de mis
dedos y enjugado por el sudor de mis entrañas.
Nadie, nadie ha osado nunca a
tocarlo, nadie nunca, había deshonrado de esta manera las herramientas de
trabajo, herramientas que son como un alargamiento de nuestros miembros,
herramientas que estos niños parecen no entender que nos dan de comer.
Aporniana.- bueno, que parece que los
niños hayan matado a alguien
Nazario.- prefería yo, haber
perdido una mano, con la otra aún podría levantar el azadón y hacer justicia
Aproniana.- venga baja de ahí que te
va a dar algo, que solo es un astil
Nazario.- no solo era un astil, era
el astil de mi azadón
Aproniana.- coño que me vas a hacer
hablar mal, bajas o te bajo yo de un
varazo
(Una vez abajo, obedeciendo la orden de la
matriarca)
Nazario.- pues esto a alguien le va
a costar un disgusto
Aproniana.- que te calles ya, que me
estas levantado dolor de cabeza con tanto grito inútil
Nazario.- pues algo habrá que hacer
Aproniana.- que te calles o te
cerceno el gaznate con mis manos.
Este medio día, espero
al responsable en mi casa. Espero que a nadie se le ocurra avizorar en los
aledaños si veo a alguien acechando mi puerta, se le van a quitar las ganas de
husmear lo que no le importa.
Ahora cada uno a lo que tenga
que hacer.
Nazario.- y yo hoy con que cavo el
huerto
Aproniana.- que pesado. Hala majo
pues hoy no cavas, aprovecha la mañana y haces otro astil y lo suavizas y lo
sudas y haces lo que te dé la gana, cómo si te lo quier… me voy a callar
porque…
Aproniana, se sentó en la
cocina, de vez en cuando asomaba su mirada disimuladamente por el ventanuco
para ver si se acercaba alguien o algún/a entrometido/a merodeaba por allí.
Cuando los rayos del sol
proporcionaban la verticalidad a las sombras, un mozalbete, entro por aquella
puerta sin ni si quiera llamar por miedo a ser visto.
Aproniana.- pasa, pasa, estoy aquí en
la cocina, aunque antes de entrar se llama a las puertas.
Hipólito.- perdone señora Aproniana
Aporniana.- mira por donde, hace
nada, me hablaba el maestro de ti
Hipólito.- fui yo, pero fue sin
querer
Aproniana.- sin querer, ven aquí,
acércate que te voy a dar yo queriendo
Hipólito.- ay, ay, ay,
Aproniana.- pero calla, si aún no te
he tocado
Hipolito.- ya, pero…
Aproniana.- me has caído bien,
muchacho previsor
Ahora siéntate y cuéntame lo
que pasó.
Hipólito.- pues verá usted, bajamos
ayer por la tarde casi todos, cuatro niños y tres niñas
Aproniana.- ¿casi todos?
Hipólito.- bueno siete, el caso es
que nuestra intención era la de pasar un rato junto al arroyo y si eso y tal,
darnos un baño
Aproniana.- ¿Un baño? ¿Con las
chicas?
Hipólito.- no, solo si eso y tal,
pero a la que íbamos.
Aproniana.- sí, sigue que va a ser mejor
Hipólito.- resulta que el agua
estaba un poco fría y allí estaba el huerto, sin nadie y el sitio donde Nazario
planta los tomates a medio cavar
Aproniana.- qué casualidad, pero
sigue
Hipólito.- con el fin de ayudar y
que se llevase una sorpresa esta mañana, no la del mango, otra
Aproniana.- ya me lo imagino
Hipólito.- el caso es que nos íbamos
turnando con el azadón, para terminarle los surcos que le quedaban. Oiga y las
chicas también cavaron
Aproniana.- claro ¿y por qué no?
Hipólito.- bueno sí, pero menos
profundo. El caso es que cuando ya
estábamos a punto de terminar, yo derrochaba la poca fuerza que me quedaba y en
ese momento, ¡ZÁS! y eso es todo
Aproniana.- ¿Cómo que zás y eso es
todo?
Hipólito.- verá quiero decir que una
piedra se interpuso entre el azadón y el suco y el mango hizo ¡ZÁS! Y no lo
supimos arreglar, pero que conste que lo intentamos atar con un cordel, pero
nada
Aproniana.- o sea, que tú fuiste el
que rompió el mango del azadón
Hipólito.- bueno… yo o la piedra,
eso no se sabe
Aproniana.- y ahora ¿qué le digo yo a
Nazario?
Hipólito.- hombre pues yo preferiría
que no le dijese nada
Aporniana.- pero, te tendré que poner
un castigo
Hipólito.- lo que quiera, pero no le
diga que he sido yo
Aproniana.- no se lo voy a decir yo,
se lo vas a contar tú
Hipólito.- que no, que no, que me
desuella vivo
Aproniana.- a él y a todo el pueblo. Mañana de mañana en la plaza, subido a la
piedra, para que se te vea y oiga claro y alto
Hipólito.- ¿pero usted lo ha
pensado? Mejor piénselo de nuevo y póngame
otro castigo menos espectacular
Aproniana.- hazme caso. Tú premio por
querer ayudar será su castigo por ver solo el desastre en tu intento de
colaborar.
A la mañana siguiente, todo
quedó claro. Tras contar lo sucedido, Aproniana ejerciendo su matriarcado tomó
la palabra.
.- dejemos a los niños, que
sean niños y los mayores empecemos a demostrar la sensatez que pretendemos que
ellos tengan.
La pena es que estas manos, no
sepan descavar lo cavado. Trabajo y sudor que por cierto, estos niños te
han ahorrado.
De lujo, maestro.
ResponderEliminarLa naturaleza es sabia. aprendamos de nuestros ancianos, donde reside el mayor grado de experiencia.
EliminarOtro día para recordar en Valdeluna, muy bien contada la historia.
ResponderEliminarun orgullo contar entre mis lectores con gente sana como tú.
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