Una mañana, apareció algo nunca antes visto. Era un animal, una perra,
pero muy rara.
Allí, arrinconada por los otros perros, casi sin fuerzas, una piel
blanca cubierta de manchas negras, enseñaba sus dientes afilados.
Llegó la bizca, mandó que todos se fuesen y alejasen de allí a los
perros. Esperó paciente a que se
calmase. Estaba exhausta, las patas le
sangraban por el lago viaje y su cuerpo estaba lleno de magulladuras, algún ser
sin escrúpulos le había apaleado.
Se arrodilló a su lado, pobrecita criatura, que linda.
Sus ojos reflejaban el miedo y la necesidad de amor. Con cuidado metió
sus antebrazos bajo ella, después la aproximó a su pecho y la llevó a casa para
curarla.
Al momento llegó Tarsicio, no sería tarea fácil, los cortes eran
profundos, tenía marcas de palos por todo el cuerpo y se notaba un avanzado
estado de gestación.
Por primera vez, aquellos ojos bizcos pedían ayuda. Mirando a aquella
perra, impotente solicitaba a Tarsicio clemencia para poder curarla y que un
final feliz, fuera el desenlace para ella y sus cachorros.
Tarsicio.- está muy débil, no te
crees esperanzas, puede que sus
cachorros ya no estén vivos y ella tiene pocas posibilidades
Bizca.- hay que intentarlo, sus
ojos me indican que es fuerte y yo la cuidaré día y noche
Tarsicio.- quiero que te pongas en
lo peor, yo nunca he terciado con tanta calamidad junta. Pero tú eres la que
entiendes de animales
Bizca.- yo confío en usted como
arreglador, y luego yo me encargaré de
su recuperación
Tarsicio.- dile a Aporniana que te
prepare un caldo con huesos y unos tallos de cicuta, intenta que
permanezca quieta en esta manta y
cámbiala de posición cada día. Yo cada tarde pasaré a curarla.
La bizca se fue a hablar con Aproniana y Tarsicio a casa a por vendas y
ungüentos. La pequeña dama dálmata, parecía haber
entendido. Inmóvil quedó hasta que los dos regresaron.
Tarsicio estaba trenzando unos cordeles, para atar el hocico y evitar
alguna dentellada.
Bizca.- no le ponga nada, que se
pondrá nerviosa
Tarsicio.- le va a doler y no quiero
problemas
Bizca.- no se preocupe, lo sabe y
aguantará
Tarsicio.- pues manos a la obra,
confío en ti... y en ella
La bizca, puso al animal sobre sus piernas, acariciando su cabeza.
Tarsicio limpió y vendó cada una de las patas que parecían muertas, insensibles
al dolor. Las heridas internas solo las podría curar el
tiempo y los cuidados de la muchacha.
Tarsicio.- se ha portado muy bien,
mejor que cualquier persona. Ahora
túmbala, me queda lo más complicado, tiene el pecho hundido por los golpes y si
alguna costilla se le clava en el pulmón, nuestro esfuerzo será en vano.
Con sumo cuidado, con paciencia, fue colocando uno a uno los huesos que
no estaban en su sitio. El sudor de su frente corría por sus cejas
hasta los pómulos. Él tenía las manos
demasiado ocupadas (imposible limpiarse) y ella permanecía como hipnotizada, con sus
pupilas fijas, clavadas en los ojos de la nueva amiga.
Derrotado, sin aliento, Tarsicio salió a la puerta para poder respirar
aire fresco. Calle arriba se aproximaba
el tuerto, padre de la bizca con cara como siempre agria y de pocos amigos.
Tercio.- ¿Qué es eso de que hay un chucho en mi casa?
Tarsicio.- tranquilízate, tu hija y
yo, ahora no estamos para discusiones
Tercio.- ni yo tampoco, no tengo
nada que discutir, los animales en el corral
(La bizca, salió a la puerta con los brazos en
jarra)
Bizca.- ¿puede dejar de
vociferar? Se estaba quedando dormida
Tercio.- mientras yo viva en esta
casa, aquí no entran chuchos
Bizca.- bien, está bien, he
aguantado tus rarezas desde que nací, nadie tiene la culpa de que madre muriera
y tú te has empeñado en matarnos a todos ¿pues sabes? Muérete tú, pero solo, morirás
solo. Seguro que alguien está dispuesto a acogernos en su casa a la perra y a mí.
Tarsicio.- a mi no me mires de esa
manera
Bizca.- claro, me extrañaba que
te importase
Al final Tarsicio y la bizca, se vieron envueltos en una discusión sin
sentido. Entre tanto, Tercio, había entrado y tras ver a la perra allí tumbada,
sintió como se le caía el alma al suelo. Nunca antes había tenido esa cruel sensación
de impotencia y desagrado hacía su infame comportamiento.
Los ruidos, llamaron la atención de los dos que seguían en la puerta.
Cuando entraron, vieron a Tercio con la perra en sus brazos pasillo adelante.
Bizca.- ¿Qué hace padre?!Ya! Déjela
ahora mismo donde estaba
Tercio.- Ssss, que está dormida
Junto al fuego, había puesto unos sacos doblados, y sobre el escaño, se
encontraba el colchón de la cama estrecha, con la almohada y un par de mantas.
Tercio.- no quiero que andes toda
la noche levantándote a cada momento
Bizca.- gracias padre, no sabes cuánto
te quiero
Tercio.- en cuanto que esté mejor…
al corral y ahora ya puedes pensar lo
que vas hacer con las crías, nunca me gustaron los perros
Tarsicio.- ya era hora que la
persona que llevas dentro volviera a ver la luz
Tercio.- pamplinas, venga y tú a
tu casa, que ya es hora de comer
Los días fueron pasando, la perra mejoraba lentamente, pero había algo,
algo tenía que no le dejaba salir airosa de aquella situación crítica.
La bizca, se dio cuenta que en su tripa, algo no iba bien, la palpó
suavemente y con sus manos, le fue
haciendo expulsar los cachorros que ya muertos, seguían en su interior, hasta un
total de seis.
Al momento como cada tarde llego Tarsicio a realizarle la cura de sus
patas y ver cómo iban las costillas.
Tarsicio.- ¿Cómo ha pasado la mañana
hoy?
Bizca.-bien, mire
Tarsicio.- ¿qué es eso? Ha perdido
los cachorros
Bizca.- no todos. Le quedan dos dentro, estos estaban muertos
y era lo que le hacía tener la temperatura tan alta
Tarsicio.- eres muy lista bizca, no
sabes lo bien que me vendría una mano como la tuya para estos personajes que
tenemos como vecinos
Bizca.- yo solo se curar a los
animales
Tarsicio.- yo te he ayudado a ti y
ves, no ha pasado nada. Además, conoces a algún animal más testarudo que tu
padre.
(Los dos saltaron de carcajadas)
Bizca.- la verdad es que no
La mejoría se incrementaba día a día. Ya sin vendajes, andaba por la
cocina, sabía que era mejor no salir de allí o se vería viviendo en el corral y
por fin, una tarde, ante la mirada de la bizca, Tarsicio y tercio, parió dos
cositas totalmente blancas. Tarsicio y
la bizca piensan; ¿quien se quedará los cachorros? Tercio, mira aquellas bolitas sabiendo, que
ya son dos más en la familia.
La dama dálmata, vuelve de nuevo a ladrar.
Claramente los tres entienden lo que les quiere decir…
… Gracias, Gracias.
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