Primavera y el párroco, eran
tal para cual.
Ella siempre preguntando
cosas y él, intentando responder sin
tapujos, pero en un lenguaje llano que comprendiera, aunque en ciertas
cuestiones se sentía cohibido y desbordado.
Por las mañanas a primera hora
tocaba misa. Luego mientras ella iba al colegio, Claudio limpiaba la casa y
preparaba la comida. Ella tenía una
gran obligación, estudiar.
A las tres y antes de
ponerse a hacer los deberes, fregaba los cacharros, (si había algo que
Claudio no perdonaba, era la bendita sienta)
A las seis, salían a dar una
vuelta por el campo, él se empeñaba en
hacerle comprender la existencia de dios y ella en enseñarle las cualidades de
las plantas. Por lo que ninguno de los
dos, prestaba mucha atención a las palabras del otro.
Antes de que anocheciese a
cenar, un rato la tele y a dormir, así día tras día excepto sábados y domingos
que se pasaban todo el tiempo discutiendo, a cuenta de las feligresas que iban
a limpiar y adornar la iglesia.
Llegaban las vacaciones
para todos los niños y niñas del pueblo, se acababan las clases y el mismo
Claudio se encargaría de que no olvidase lo aprendido.
Durante el verano, primavera
disponía de demasiado tiempo libre.
Se dedicaba a dibujar sobre
todas sus inquietudes.
Aquellas láminas que solo
ella comprendía, le hacían reflexionar, sobre la conveniencia de seguir
allí.
Los
habitantes de aquel lugar eran personas a la que no llegaba a entender, para
Claudio era una carga y un motivo de enemistad con sus vecinos.
Extendió los dibujos sobre la
cama y los analizó uno a uno antes de tomar una decisión.
Maltratan de la
madre naturaleza diezmando sus montes, ensuciando sus ríos, dejando las mejores
tierras perdidas por no trabajarlas.
Reniegan del sol, la luna
y las estrellas, a cambio de una egoísta devoción a lo intangible. A algo o alguien, de quien solo se
acuerdan cuando tienen que solicitar una ayuda inexistente, un imposible. Para pasado un tiempo, renegar de aquello
tan venerado por algo que el párroco denomina falta de fe.
Poseen armas, con las que salen al campo a masacrar y vuelven con las
animales colgados de su cintura, con el único afán de demostrar su supremacía
sobre el resto de especies.
La pantalla del televisor, es
un nido de arpías criticar posibles defectos, en vez de ensalzar virtudes.
Los informativos (lo que más le gusta ver a Claudio) un simple muestrario de hambre, destrucción y muerte,
siempre infringidas a aquellos que parecen distintos, dejando constancia de la
prueba del poder establecido y de su superioridad.
Desde pequeños se les fomenta
en la codicia, quien más tiene es quien más vale, la educación es un simple proceso
que prescinde del respeto elemental a
todas las cosas y la cultura no se vasa en conocimientos, tan solo en lo que se
aprendió el día anterior y mañana ya estará olvidado.
Convierten a sus mayores
en muebles arrinconados hasta que llega su muerte y entonces, con llantos y un
ataúd ornamentado con flores, interpretan el acto del sufrimiento por su
perdida y ensalzan sus cualidades, como tributo póstumo.
Las palabras dar, compartir, hace tiempo cayeron
en desuso. La propiedad de las cosas es el bien más
deseado, los billetes y monedas, son la única forma de trueque entre personas,
y el valor de los objetos solo lo dispone la oferta y la demanda.
No conocen el sabor a
barro, ni el aroma del fuego de encina. Beben en vasos de cristal, utilizan
cucharas y tenedores de metal. Cocinan en ollas rápidas sobre un fuego
artificial y desprecian los alimentos que quedaron de sobra, tirándolos a la
basura, quitándole importancia a aquello que es tan imprescindible.
El tiempo lo miden en
minutos y horas. Con los días forman semanas, meses y años. Tienen prisa por llegar a ningún sitio. Por saber
lo que hay detrás del horizonte sin preocuparse de mirar debajo de sus pies. El pensar que lo importante solo es aquello
de lo que uno carece. Sobre todo
esto, le hizo recordar a primavera el día en que levantó el vuelo.
Seis meses habían pasado. A
mediados que aquel que ellos llamaban septiembre, antes de que el frio llegase
y las nieves cubriesen las cumbres, se dio cuenta que era ya hora de regresar a
casa
Primavera.- padre, llegó la hora de marchar
Párroco.- ¿tan pronto?
Primavera.- ya sé quien quiero ser y donde he de vivir el resto de mis días
Párroco.- ¿Puedo ir contigo?
Primavera.- ese, al que llama su dios, le necesita aquí
Párroco.- después de este tiempo a tu lado, no tengo yo muy claro para
qué
Primavera.- alguien ha de cuidar de ese campanario, el que con alegría
recibe al que viene y solemnidad dobla a quien se va.
Esa noche aprovecharon el
tiempo, sentados junto a la mesa, dieron buena cuenta de tazones de cacao con
leche y la caja de pastas. Rememoraron
cada momento que habían compartido. Cambiaron la desolación de la despedida,
por la alegría del recuerdo, una experiencia que no les importaría volver a
repetir.
Al amanecer, primavera abrió
la bolsa que tenía en el armario, se atavió con las ropas propias de su aldea.
Párroco.- ¿no te llevas la ropa? Es tuya
Primavera.- así vine y así me he de
ir
Párroco.- sé que es bobada
insistir, pero cuando tengas un ratito al acostarte, reza como te he enseñado
Primavera.-allá donde voy, tendré
todo lo que necesito, nada he de pedirle
Párroco.- no pidas para ti, pide
por mí
Primavera.- le prometo que lo haré,
aunque no sé si me atenderá
Párroco.- tu hazlo… seguro que sí
Primavera.- no alarguemos más este
momento, mi decisión no es irreversible
Párroco.- adiós mi pequeña, cuídate
mucho y no cambies, no cambies nunca
Primavera.- hasta siempre padre
Claudio se subió al campanario, para
despedirla con aquel repique de campanas que la atrajo hasta allí.
Primavera se fue alejando por la misma calle por la que había entrado.
Llegó a la curva y se sentó, hasta que las campanas dejaron de sonar. Sin volver la vista atrás se dirigió hasta la
montaña para ascenderla.
Una
vez en la cima, descansó en aquella piedra tan recordada. Con una vara, dibujó unas líneas en el
suelo. Miró a un lado, al otro y entendió que hay ciertas cosas que son incompatibles.
Nadie había sabido de la existencia del bello
y pequeño poblado de Valdeluna y nadie debía saber lo ocurrido al otro lado de
aquellos muros naturales, que encerraban la inigualable forma de vida de aquel
valle.
VALDELUNA... Final
Reina la naturaleza
Como madre de las cosas
En mi aldea imaginaria,
Insectos, pájaros, vientos,
Que transportan las semillas
Todas ellas necesarias,
Algunas imprescindibles
Como la lluvia y el sol
Que empujan a despertarlas.
Las manos encallecidas,
Áspero astil de madera,
Ayudan a que los frutos
Broten de la madre tierra.
Trabajo, sudor y polvo
Han curtido su riñón,
El respeto, la paciencia,
Los consejos del abuelo
Son nido en su corazón.
La palabra paz, no existe
Pues nunca existió la guerra,
Tampoco existen los pobres
Pues nadie añora riqueza.
No hay nadie que se
cuestione
Su libertad personal,
Para qué quieren justicia
Si no conocen el mal.
Para que tener un dios
Que te premie con el cielo
Sin conocer un demonio
Que te castigue al infierno,
Dejemos girar la rueda,
El calor para el verano
Y el frío para el invierno.
Un equilibrio constante,
Entre la noche y el día,
Tendrá que existir la muerte
Para que nazca la vida,
Valdeluna, sí que existe,
Pero la tengo escondida.
Mi próxima
historieta sucederá en otro sitio, otros personajes, otras circunstancias.
Entre tanto, valdeluna seguirá allí,
tranquila, ajena a inmundicias que azotan esta desequilibrada sociedad.
Impresionante, C.A.R.L, me ha hechizado el relato y el poema. Crack, eso eres poeta.
ResponderEliminarGracias ISA, el último capítulo siempre da pena.echaré de menos a mis actores, pero creo que es el momento adecuado.
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