Una
avanzadilla, se acercó a la isla. Poco después, los otros tres botes que quedaban colgados, tocaron agua para
dirigirse a tierra.
Samuel parecía el príncipe de Bahamas.
En parte orgulloso y por otra parte avergonzado de vestir ropas
distintas a los demás.
Tras bordear a la isla, en el punto opuesto de donde siempre el barco
quedaba anclado, una gran pasarela de madera servía como amarradero. El bullicio en las calles de aquel poblado
era agobiante. Cada dos chabolas un
local con las puertas abiertas de par en par, dentro la gente voceaba empapada
en alcohol. Se podía sentir la violencia contenida.
.-
vamos aligera el paso, en esta calle es mejor no parar demasiado.
Llegaron a un tugurio que permanecía con las puertas cerradas. Al abrirlas se encontraron con un local
engalanado con guirnaldas y adornado por varias señoritas tras la barra.
Una
mesa alargada estaba llena de tablas de cortar, acompañadas de tenedores y afilados
cuchillos. Las jarras de barro llenas
de vino se alineaban en el centro y un persistente olor a carne a la barbacoa hacía que todos se sentasen en
aquellos bancos corridos.
Los
filetones de tamaño considerable empezaron a desfilar. Las bocas callaron, dando buena cuenta de la
carne y el vino.
Al fondo comenzaron a sonar las notas de un
piano desafinado. Las jarras de
alzaban en un brindis por la mejor tripulación y las gargantas entonaban
canciones referidas a los brabucones del mar.
Las jarras de cerveza fría llenaban la
barra. Ellos bebían, bailaban,
cantaban, pero de manera anómala a lo que en ese lugar estaban acostumbrados.
Entre aquellos hombres no había diferencia de grado ni superioridades. No había conflictos ni rivalidades, era como
si todos fueran uno y cada uno velase por todos.
Grandes trozos de tarta de chocolate fueron apareciendo en bandejas tras
las cortinas hechas de cuerda y chapetas
de refrescos. Con la barriga llena, nada
mejor que hacer que embadurnarse con juegos, igual que si fueran niños.
La voz bronca de Guzmán se alzo
con fuerza dejando a todos quietos como estatuas.
.- A
quien se le ocurra manchar el traje nuevo
del resucitado, lo veo colgado del mástil mayor.
Las
señoritas cruzaron sus miradas sin dar crédito a que ninguno pusiese reparo a
tal advertencia. Seguían con sus risas.
Tantos hombres con pinta de tiburones de mar y a ninguno se le había ocurrido
pronunciar una palabra ofensiva o discriminatoria hacia ellas.
Por
primera vez en su vida, las mujeres más deseadas y mejor pagadas de la isla por
sus servicios, estaban de brazos cruzados, viendo como los marineros estaban pasándoselo a lo grande.
.-
vamos chicas, fuera de la barra, - gritó la más mayor –
Se
fue directamente al lado de Samuel.
.- a
ver mi príncipe ¿te importaría bailar conmigo?
.- me encantaría
.-
¡pianista! Algo de arrimarse
Las carcajadas hicieron corro y de las
teclas surgió un bolero que bailar amarraditos
unas con unos y otros con otros, según la persona que tenían más
cercana.
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