Al son de la música, algunas de ellas
acompañadas iban desapareciendo tras la cortina y al rato volvían a aparecer
para seguir con el baile cambiando de
pareja.
Las botellas de alcohol seguían en las
estanterías sin abrir y el grifo de cerveza esperaba a que las jarras metidas
en el congelador estuvieran lo suficientemente frías. La noche apetecía larga y aquellos
brabucones estaban acostumbrados a racionar su sed.
La velada era perfecta. Reinaba una
harmonía, nunca antes conocida en aquel tugurio. Unos cuantos ayudaron a
recoger las mesas, fueron barriendo y fregando el suelo por trozos para que el
resto siguiesen con la diversión y en poco tiempo, allí junto a los hombres del
Bahamas y las chicas de alterne, se encontraban integrados el dueño y los
trabajadores, como si se tratase de compañeros de toda la vida.
Samuel había dejado de bailar. Estaba sentado junto a Weza, en la mesa de al
lado del piano. Los dos estaban ensimismados mirando aquellos dedos
deslizándose sobre las teclas y comentaban la cara de aquel señor mayor que con
los parpados cerrados interpretaba una canción tras otra mecánicamente. De vez en cuando, las notas parecían dar un
traspiés, acompañadas de un caer de cabeza y un nuevo resurgir y apertura de
ojos. Era demasiado tarde y al pobre hombre se le veía cansado.
.- oiga buen hombre –dijo Weza
dirigiéndose al dueño del local- ¿no tendría usted un tocadiscos? Este señor ya
tiene el sueldo bien ganado por hoy.
.- no, no se preocupe estoy bien – contestó
el viejo-
.- de eso nada
–respondió Samuel- si quiere se puede ir a dormir y si quiere quedarse aquí lo
hace como uno más de nosotros.
El tocadiscos comenzó a sonar y
el señor se sentó con ellos en la mesa a tomar con tranquilidad una jarra de cerveza fresquita.
.- si le apetece algo de
comer, solo tiene que pedirlo, a nadie le importará preparárselo
.- no, no. No os preocupéis, no tengo hambre
.- ¿quiere algo que no
sea cerveza?
.- no gracias, los excesos de
juventud me dejaron el estomago para
pocas bromas, pero una cerveza fresca siempre sienta bien y más en tan buena
compañía.
.- fíjese –interrumpió Weza- que ahora mirándolo como
tocaba, me ha recordado a mi abuelo.
.- ¿su abuelo era pianista?
.- no, pero muchas veces, cuando estaba
cosiendo los cestos de anea, también se quedaba dormido, él seguía haciéndolo como si nada y de vez en
cuando, también se le caía la cabeza y la levantaba raudo abriendo los ojos. La familia nos
reíamos y él nos miraba de mal genio y seguía sin decir palabra.
.- y tú joven ¿Qué nos puedes contar de
tu abuelo?
.-yo nada, se me fue la
memoria y estoy esperando a que regrese
.- no te preocupes, a mí se me fue
perdiendo poco a poco. La mente sabe seleccionar lo que tiene importancia y lo
importante algún día volverá a tu cerebro.
.-eso espero
.-ya le digo yo que no se preocupe, pero
es muy joven para entenderlo.
.- una cosa – dijo pensativo – a
vosotros ¿no os gustan las mujeres?
.- sí, porqué
.- porque aún no habéis subido con
ninguna, yo a tu edad ya habría subido dos o tres veces – con una sonrisa
pícara en sus labios –
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