Al amanecer, Weza subió a cubierta, se
situó frente a la escotilla, puso el
arma en el suelo junto a sus pies y esperó paciente a que el resto apareciese.
Los hombres fueron saliendo y situándose frente
a él cabizbajos, no podían entender que
después de tantos años, Weza se hubiese saltado las normas.
Samuel intentó acercarse a su amigo.
Dos de los hombres lo empujaron contra unas cajas.
.- si te mueves de ahí te volvemos a tirar
al mar
El último en aparecer fue Guzmán, con
gesto serio y mal humorado.
.- No esperábamos esto de ti. Sabes las
normas, elige un lugar donde abandonar el Bahamas y comenzar de nuevo. Allí
te acercaremos a la costa y sentiremos tu partida.
Samuel intentó adelantarse.- ¡no es justo!
De un empujón volvió a caer sobre las
cajas.
Weza se agachó, cogió el arma y la tiró con
fuerza al mar. En voz alta dijo.- España. -Luego agachó la cabeza y se bajó a
su camarote a recluirse hasta que llegase el día de desembarcar-
Samuel se fue al encuentro de Guzmán,
para intentar explicarle lo sucedido.
.- no tienes razón, él
no ha hecho nada
.- déjame en paz, es demasiado duro
este momento como para darle vueltas
.- pero es que él no ha
hecho nada
.- ¡que lo dejes! – dándole un manotazo el pecho para
apartarlo de su camino –
Se fue hasta la sala de
maquinas, hoy los motores estaban apagados.
Intento explicarles lo ocurrido,
pero hicieron oídos sordos. .-déjanos
en paz
Estaban demasiado contrariados con lo ocurrido
como para escuchar justificaciones sin sentido. Sabían que solo era una forma
de salvar a Weza de ser expulsado. A él lo mismo le daba comenzar en otro
sitio, como si lo querían de nuevo tirar al mar. Samuel haría cualquier cosa por su genio y
devolverle todo lo que había hecho por él.
Era imposible hablar con nadie del tema.
La cabeza parecía quererle explotar, tenía que hablar con él, pero ¿Dónde se
había metido? Recorrió el Bahamas palmo
a palmo, no podía ser que una cosa tan grande se hubiese esfumado.
Bajó las escaleras que conducían a la
bodega. Se sentó en la penumbra
pensando en aquella injusticia que el mismo había provocado. Puso sus antebrazos sobre una caja y
barrió con todo aquello que se
encontraba que se encontraba a su alcance.
Estaba derrumbado, necesitaba oír aunque
fuese por última vez su frese preferida
-zagal esta noche toca- pero el silencio era lo único que sus oídos
percibían.
Con una tiza, sobre aquellas tabas comenzó
a escribir la verdad de lo sucedido. Alguien
bajaría y al leerlo se daría cuenta del
error, luego cogería un bote y se dejaría a voluntad de las mareas hasta donde
el destino quisiese llevarlo.
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