martes, 28 de febrero de 2012

Feliz aniversario

MI BODA
     En Diciembre anunciamos que nos casamos, y hasta el día de la boda, tuvimos que sentir la desconfianza de nuestras respectivas familias.   Nadie se lo creía, y para más desconfianza las invitaciones de boda no llegaban; mi hermano Fernando, no tardó mucho en hacerlas, pero la imprenta se enrolló, así que hubo algunos que nunca la recibieron. 
    Era una decisión nuestra, así que nosotros debíamos hacernos cargo de los gastos que supusiese el evento, por lo que fuimos a hablar con mis “futuros suegros” para pedir un crédito en la entidad entonces llamada: Caja Zamora.
   Me imagino que pensarían: Esto sí que es morro, nada más entrar por la puerta, ya entra pidiendo.
        Decidimos que los padrinos fueran: Dionisio, tío de Ana y Carmen, mi tía. En mi casa decidieron que mejor nosotros comprásemos los regalos de la madrina, y después de la boda nos daba lo que nos hubiéramos gastado, personas de poca fe. 
    En el pueblo, se lo empezaron a creer, cuando el repartidor de seur llegó a la puerta preguntando por Carlos Torrijos, que traía un paquete de Cuenca, mi suegra le dijo que no sabía quién era ese señor, si no llega a ser por una tía de Ana vivía al lado y le dijo: ¿pero, no es de Cuenca el novio de Ana?, devuelven el traje de la boda, y entonces habría sido la hecatombe.
   Nuestra primera intención fue el celebrar el acto en el pueblo, por la iglesia, más que nada por no disgustar a las madres de ambos, pero debido al párroco, decidimos buscarnos la vida en otro sitio.   Una tarde, mientras nos santiguábamos frente a un Cristo que hay tras una reja, pasó por allí un cura, y sin más, le dijimos que si el nos casaría, a lo que contestó que sí sin pensarlo y así fue.
   Nos dijo en qué iglesia, y nos preguntó el día y la hora, y a los pocos días, fuimos a hablar con él para ver que papeles había que entregar, yo los tenía que pedir en Cuenca y Ana en Sanzoles, para que los mandasen al obispado y este se los entregaría a él.   Quedamos en pasar la semana anterior para concretar.
   Le preguntamos lo típico, si había que confesarse, como hacer lo de las flores, cosas de esas.    A lo que él contestó:            En confianza si os apetece vosotros veréis, las flores comprarlas vosotros y la señora de la limpieza os las coloca, que los centros están muy caros, y para un rato.
  La tarde del 26 Ana fue a la iglesia para llevar las flores, la sorpresa fue que mis papeles estaban allí, pero los de ella todavía no habían llegado, debió ver a Ana muy nerviosa por la situación, le dijo: no te preocupes que mañana te casas con papeles o sin ellos, de todas formas vamos hasta el obispado haber si están allí, y los cogemos nosotros.   Efectivamente, el cura del pueblo no se quedaba a gusto sin armar alguna, se le había “olvidado” poner a que parroquia iban dirigidos.
   Ya habíamos alquilado un piso (una nevera) a las afueras de Zamora,   no es que hiciese frio fuera (que lo hacía), es que el vaho que salía de nuestras bocas al hablar, se helaba en los cristales.

       Era un día de perros, 27 de febrero de 1988, nevando, ella con un vestido negro, con la espalda al aire, y yo también de traje negro (de paño) con florecitas verdes que me había hecho mi padre y corbata  de la misma tela.
   Entramos juntos en la iglesia después de unos vinos cada uno por su lado, hasta que llegamos al altar le fui repitiendo: Todavía estás a tiempo, piensa que esto es para toda la vida, y que por mi parte no hay vuelta atrás.
  A lo que ella respondía una y otra vez: Calla que me doy la vuelta y te quedo aquí.   Luego le dio el ramo a la madrina (le debía de estorbar, ya que antes se lo había dejado olvidado en un bar) y comenzó el evento.
 La verdad es que no me enteré de mucho, me pasé todo el rato mirando  la imagen de las Angustias que estaba frente a nosotros, y pendiente de mi hermano Fernando, que andaba con la cámara de fotos a vueltas, para inmortalizar el acontecimiento.
 Luego, terminada la ceremonia, entramos en la sacristía para formalizar los papeles, que mala gente, allí estaban los primeros para firmar como testigos mis dos hermanos mayores (Ricardo estaba en Zaragoza), Ana y yo no me acuerdo de que firmásemos en ningún sitio, así, que si hay algo que reclamar ellos se entiendan.
  Como es natural no podía faltar la sesión de fotos y felicitaciones en la puerta de la iglesia, nos reíamos de frio, (sobre todo ella) lo que estaba cayendo, deseando de terminar y a la gente parecía no importarle, y sobre todo a uno (el chileno) que con sus gafas de sol (unos días antes le habían puesto el ojo morado de un guantazo) y su chaqueta blanca, debió aprovechar para hacerse publicidad y posó en casi todas.
  Hasta la hora de la cena para no estar deambulando por la ciudad, habíamos encargado unos aperitivos en el bar que frecuentábamos diariamente, y resguardados de las inclemencias del tiempo pasamos el rato en compañía.
      Lo típico a cenar, todo el mundo parecía pasárselo bien, todos, menos nosotros, que aburrimiento, debía ser debido a que somos así de raros, al final, un poquito de “baile” por llamarlo de alguna manera, amenizado por dos compañeros, el chileno con la caja y el gordo con la trompeta, solo les faltaba la escalera y la cabra, pero la buena voluntad es lo que vale y después, cada mochuelo a su olivo.
  Mis padres, mis tíos y primos de Tarancón, junto con mi tía Carmen (la madrina) decidieron volverse a Cuenca aunque fuese ya tarde para andar de viaje, directamente, no tenían ganas de pasar más frio, Pablo, Fernando, y Tere, se quedaban a dormir en el congelador antes mencionado.
  Llevamos a mi familia hasta la salida de Zamora, nos despedimos de ellos, le dimos a mi tia unas pastillas especiales para el mareo(paracetamol) y una vez se habían ido montamos en el coche y ZAS. sin gasolina,  llamamos a un taxi, y empezó la movida, mis hermanos, querían dejar a Ana en el coche esperando, porque en el taxi solo cogíamos cuatro, ellos se iban para casa, y yo a por la lata de combustible  a la gasolinera, como es natural después del cachondeo fuimos todos juntos.  Entre una cosa y la otra, se pasó un buen rato, la noche estaba como para pasarla al raso, así que cuando llegamos al Hotel, ella se metió en la bañera con agua caliente para entrar en calor y allí se quedó dormida, yo me tiré encima de la cama sin ni siquiera abrirla y ahí se acabó mi noche de bodas, debió de salirse del agua cuando empezó a enfriarse, y se metió en la cama, pero yo, ni me enteré.
 A la mañana siguiente, bajamos a desayunar aprovechando que justo enfrente, estaba la salida del autobús que tenía que coger Fernando para regresar a Barcelona, tanto nos confiamos, que el autobús se marchó, y tuvimos que coger el coche y salir arreando a pillarlo en el primer pueblo que paraba (Toro) no sin antes avisarle por radio, para que esperase, (el dichoso autobús, corría más que nuestro R7).
  Cuando regresamos a Zamora ya era justo para que Pablo y Tere cogieran el suyo para Cuenca, así que sin pensarlo, decidimos irnos con ellos un par de días a mi ciudad natal.
  Lo normal, llegamos y dimos una gran alegría a mis padres que no se lo esperaban, después de cenar lo habitual, subimos a casa de Pablo a charlar un rato, cuando volvimos a casa como es natural entramos intentando no hacer ruido para no despertarlos, pero, justo al sentarnos en la cama para quitarnos los zapatos, las patas de la cama cedieron y cayó al suelo, quedando inclinada, nosotros por no armar mas barullo, dormimos así y ya la arreglaríamos por la mañana, como siempre y debido a lo mal pensada que es la gente, hubo cachondeo, basta que no hagas nada para que todo el mundo crea que lo has hecho en plan salvaje.
   En fin no se puede decir que fuera el día más feliz de nuestra  vida, ni una noche de boda rompedora, ni la luna de miel paradisiaca, despedida de solteros no hicimos, tan solo, un intervalo en la continuación de nuestras vidas.   nada cambió y nada tenía por qué cambiar.





                                                                         C.A.R.L.

El baúl de los recuerdos “9”

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