En poco tiempo, esa pequeña familia incrementó
sus fuerzas.
Noches trabajando en el exterior y días
acondicionando distintas estancias del interior para diferentes fines.
Aprendían a utilizar todo tipo de cosas, herramientas
jamás vistas y cuando se adentraban en lo más profundo vestían con sacos que no
sabían de donde provenían.
En aquel entrono desconocido, su oído,
olfato y tacto, se fueron agudizando y sin hablar, solo con el susurro se localizaban
en cada momento.
Tago les hablaba de su grata experiencia, que
algún día tendrían la fortuna de conocer a sus protectoras.
Que verían esos colores nunca imaginados;
que existían dos paraísos, uno bajo sus
pies y otro en el universo, que accederían a ellos con trabajo, colaboración,
ganas, con el fin de ayudar y haciendo el bien.
Una vez terminada la estancia que les servía de despensa cogieron unos
cestos y se dirigieron hasta la tapia que a Tago le tocó saltar aquella lejana
noche.
Llenaron los cestos con las cenizas más
recientes y al volver embadurnaron con ellas suelo y paredes, donde “como hizo Alynka” depositarían brotes para lograr que allí
reverdecieran.
Luna
y Alynka buscaban grietas en los alrededores que poder acondicionar otros moradores,
cuando así lo dispusiese Tago.
Paseaban tranquilas cuando un
llanto rompió el silencio.
Luna.- ¿podemos ir a ver al bebé?
Alynka.- sí vamos, esta es una
noche de celebración
- Antes de entrar llamaron a Tago desde el
exterior susurrando su nombre-
Tago.- no temáis, (les dijo a
sus compañeros) nada malo va a pasar
-La claridad de la luna iluminaba las
sitúelas de dos extraños-.
Tago
los mandó aproximarse a la entrada pero una de las mujeres no salió; escondida, apretaba con fuerza contra su pecho a la criatura.
Tago.- sal, no tengas miedo,
solo quieren ver al niño y alegrarse
junto a nosotros por su nacimiento
Alynka.- pasad junto a ella y que
se sienta protegida
Luna.- y yo, ¿puedo entrar?
Alynka.- no, espera
Alynka situó delante de ella a Luna cogiéndola
por sus hombros y fueron dando pasos lentos hacía el interior.
Cuando se estaban aproximando se pararon,
Alynka entonces desplegó sus alas y la cueva se iluminó.
El rostro de aquellos
seres no reflejaba ni un ápice de temor; era tal y como lo había descrito Tago
en sus bellas narraciones.
Luna.- qué bonito y qué pequeño
¿yo también era así?
Alynca.- pues sí, igual de hermosa
y frágil a la vez
La madre se incorporó y puso su bebé en
brazos de Luna. Esta lo sujetó con toda
la ternura, firmeza y temor para
mantenerlo seguro.
Alynka miró a Luna, eso que
iba a hacer a continuación, debía consensuarlo con ella.
Luna.- mamá, yo creo que sí -no hacía falta decir nada-
Alynka.- ¿estás segura?
Luna.- quién mejor
Alynka.- ¿tal vez tú algún día?
Luna.- yo ya te tengo a ti
Alynka.- ahora debemos salir todos
fuera
Al oír que hablaban su idioma, la poca
desconfianza que quedaba por parte de los hombres desapareció.
En el exterior, Alynka puso sus manos en la parte trasera del
cuello bajo su larga melena. Tago mandó arrodillarse a todos alrededor de
Luna y el Bebé.
Alynka se quitó el colgante y
alzó los brazos sujetando la esmeralda entre sus dedos.
Luna también elevó a las
alturas a la criatura cogido por debajo de sus hombros.
Alynka.- Desde ahora te llamarán Kawamo en recuerdo
de un gran hombre. Todos pronunciaron aquel
extraño nombre y Alynka puso la esmeralda al cuello del bebé.
Luna comenzó a andar con el bebé
en brazos y todos la siguieron. Les mostró el lugar donde se encontraban las
nuevas grutas.
Alynka.- aquí vivirá su pueblo; mucho trabajo te queda por hacer de aquí en adelante
–dirigiéndose a Tago-
Tago y sus compañeros se dirigieron hasta
los habitáculos; donde todos pensaban que nunca volverían.
Mandaron a los hombres que dejasen los
cestos en el suelo, entraron hasta el cubículo donde se encontraba el resto de
pieles oscuras y todos partieron hacía su nuevo destino.
Desde la puerta, se dirigió a los pálidos:
Tago.- ahora todo está en
vuestras manos:
El hacer el bien o hacer el mal. Deberéis
recolectar las piedras si queréis comer y la única manera de sobrevivir como
pueblo, será el ayudaros los unos a los otros, como tantas veces sabéis que
ellos, mis hermanos, han hecho en su tenebroso encierro.
En el nuevo lugar todo era armonía.
Luna se encargaba de enseñar a los niños y niñas a jugar, levantar a un
compañero cuando este tropezaba y caía en sus carreras, a reír con ganas y
llorar de alegría.
A rebuscar cosas que utilizar en ese sitio
donde tantas cosas del pasado había, a abrir muy bien los ojos cuando recorrían
el cementerio, por si algún día tenían la suerte de que apareciera alguna
piedrecita brillante como esa que poseía Tago en el saquito que colgaba de su
cuello.
Tago junto a los hombres trabajaban sin
descanso haciendo de aquellas cavidades en las rocas sitios donde vivir con dignidad. Cada
gota de sudor era un paso más engrandeciendo el pueblo que algún día debería guiar el pequeño
Kawamo.
Las mujeres y Alynka hacían
ropas y herramientas al tiempo que cuidaban de los bebés que aún eran frágiles
pequeños para corretear.
Cuidaban de los brotes y los animalitos,
para que fueran robustos, recolectando aquello que estaba bien crecido y tan solo
lo necesario para su alimento diario.
Con su esfuerzo, habían construido pasadizos
que comunicaban unas grutas con otras, las rocas picadas en el interior, se
utilizaban para tapiar debidamente todas las entradas de los viveros.
Varios años trascurrieron
alejados de los aullidos y bloques de cemento;
Sus voces ahora se habían vuelto
sosegadas y sin estridencias y sus cuerpos eran robustos para el trabajo
diario.
Llegó la noche elegida por
Alinka. Todos se dirigieron en fila,
cargados con gran cantidad de sacos a una gruta hasta ahora desconocida para
ellos; entraron y fueron bajando poco a poco.
Tras tres días y noches descendiendo llegaron
al fondo siguiendo la luminosidad de las alas de Alynka.
Quedaron apoyados en los
salientes de las rocas.
En el saliente más próximo al abismo, se
pusieron: Tago, Luna y Kawamo, cogidos de sus manos.
En un saliente cercano, aquellas dos primeras
mujeres, que comenzaron a construir aquella aventura y el resto se acomodó en
una especie de bóveda semicircular que durante ese tiempo habían acondicionado
Alinka y Luna para tal fin.
De nuevo Alynka, como
hiciera antaño, se despojó de sus ropas y colocó su cuerpo en forma de aspa.
La
gran oquedad se iluminó.
El reflejo del líquido del fondo hacía aún más
intensa su luz.
Luna.- este es el paraíso del
que os hablaba Tago, pues él ya lo había visto.
Tago.- Kawamo, Tú serás quien
deberás guiar a nuestro pueblo a un paraíso mucho más bello que este, el que está en el universo y al que solo
accederán aquellos que hayan seguido el camino del bien.
-Luna
cogió una piedra en su mano y la dejó caer al fondo-.
Las formas de las ondas recorrieron el
interior de la gruta.
Tanta
era la emoción, que entre lágrimas de alegría, Kawamo, quiso asomarse mucho más
con la intención de ver toda la inmensidad de aquello que se escapaba a su
vista.
La
humedad le hizo resbalarse. Luna y Tago,
se abalanzaron a cogerlo.
Tago logró atraparlo con sus fuertes manos y
sujetarlo colgando en el vacío, pero Luna en su intento se precipitó al fondo.
Alynka, aflojó sus piernas y brazos y se
dejó caer tras ella. Todo quedó sumido
en la oscuridad.
Una esfera de luz formada por dos haces
entrelazados emergía desde el fondo tiñendo todo de rosa y verde. Fue ascendiendo hasta el exterior dejando una
estela que marcaba el camino de salida y dejando a su paso impregnada en las
paredes una luminiscencia jamás imaginada ni en los sueños de los maestros.
Después de dos jornadas, todos
salieron al exterior, se protegieron sus ojos con las manos.
La luna llena lucía más que
nunca. Y junto a ella, un par de nuevas estrellas
brillaban.
Primera luna llena de
primavera. La puerta del reino de la
luz por fin se abrió. Nadie esperaba para entrar.
Un halo de luz salió de ella, era el anciano
Kawamo.
Alynca
había cuestionado e infringido todas las normas, pero gracias a ello, la puerta
se había abierto.
De nuevo el resplandor había restablecido la
textura del resto de alas deterioradas y ahora por fin comenzaba un nuevo ciclo
de cien lunas de primavera, para intentar de nuevo cultivar el bien en la
humanidad.
Kawamo se aproximó a Alinka y la despojó de
sus alas. Esta, sin su condición de ángel se dirigió a
las tinieblas.
Luna
seguía tendida, dormida sobre la alfombra ya restaurada por la luz.
Kawamo
la levantó y despertó, para colocar en su espalda las alas de su
madre.
Luna.- no las
quiero, ¿ahora qué será de mi madre?
Kawamo.- tú serás
quien ocupe su lugar
Luna.- ¡he
dicho que no quiero!
- Alynka
se aproximó de nuevo e impregnando las alas con su amor, las puso en la espalda
de Luna-
Alinka.- ¿dónde
está Alhaba? Quisiera verlo por última vez
Kawamo.- renunció
al reino de la luz. Se convirtió en
un precioso diamante y se lanzó al vacio
Luna.-
entonces, ¡está colgado del cuello de Tago!
Kawamo.- arrodíllate frente a mí Alynka
-
Alynka sumisa se arrodilló y bajo la mirada –
Kawamo.- como
estaba previsto desde el principio de los tiempos, tú ocuparás un lugar
especial y serás maestra de maestros por toda la eternidad.
Las puertas del claustro se abrieron y todo
fue poniéndose en su lugar, luciendo un esplendor jamás antes visto. Ella ya no tenía alas, no le hacían falta.
Cruzo la puerta del claustro de la mano de Kawamo.
Se dirigieron hasta ese sillón central que
siempre había permanecido vació presidiendo aquella majestuosidad.
Kawamo.- ahora siéntate
en él
Al
sentarse todo el claustro se ilumino de
verde claro y la alfombra dorada se recogió a sus pies.
Los maestros ocuparon su
lugar, para convertirse en alumnos.
Kawamo, traspasó de nuevo la puerta del
reino de la luz y la primera luna llena de primavera volvió a su luminosidad
normal.
En la soledad, quedó Luna,
tumbada sobre su ala derecha y tapada con la izquierda; esperaba la llegada de
Tago con Alhaba al cuello, para guiarlos, cogiéndolos de su mano hacia la luz.
En
la siguiente luna nueva, los de piel oscura salieron fuera de sus hogares para
admirar el universo.
Esa
noche cientos de estrellas fugaces cruzaron la inmensidad. Seres brillantes que
descendían a todos los continentes para cumplir su misión.
Tago alzo en sus brazos al Joven Kawamo.
Luego alzó sus brazos vacíos, con sus manos
abiertas.
Ante el asombro de
todos, el saquito colgado de su cuello desprendió una inmensa luz blanca hacia
el universo, que los afianzaba en la verdad de Alynka.
- los integrantes
de su pueblo eran de nuevo, merecedores de poseer alma -
FIN
Carlos
Torrijos @ 2022.