viernes, 30 de septiembre de 2022

Gabriel

 

     Tras nueve lunas pasadas

rompió el llanto, crujió el cielo.

     En sus brazos recogido

impregnado aún de entrañas,

junto al pecho de su madre

duerme su respiración.

 

   Callad, callad, no hagáis ruido,

que Gabriel está dormido.

      Que en sus labios se dibuja

esa primera sonrisa

de recuerdos tan recientes

en el vientre de su madre.

     De los sueños de futuro

cargaditos de ilusión.

 

        Familiares en silencio

    que miran ensimismados

 al ángel recién nacido.

   Gabriel ha llegado al mundo.

         Callad, callad, no hagáis ruido.



martes, 27 de septiembre de 2022

Opacidad

 

 

    Mañana de opaco otoño

luce triste  amarillenta.

    Rebeca sobre sus hombros

la abraza en su caminar.

    La soledad de las calles

acompaña su silbar.

 

          Melodías de verano

que en recuerdo han quedado

conservando la alegría

en esos labios pintados.

 

    Amigos a los que extraña.

Familia que se ha marchado

   a ese lugar de trabajo

  donde encontraron el pan

   en un lejano pasado.

 

El pueblo se está muriendo.

       El bullicio de los niños

ya no se escucha en el parque.

     Los ancianos ya no salen

reuniéndose en la solana.

   Mañana triste de otoño

       al que canta su canción,

           el doblar, de una campana.

 

 


Ojos de Gata@2022.

Tarjeta 56

 


lunes, 26 de septiembre de 2022

El Ocaso Cap. 10 (final)

 

 

 

         En poco tiempo, esa pequeña familia incrementó sus fuerzas.

  Noches trabajando en el exterior y días acondicionando distintas estancias del interior para diferentes fines.

       Aprendían a utilizar todo tipo de cosas, herramientas jamás vistas y cuando se adentraban en lo más profundo vestían con sacos que no sabían de donde provenían.

     En aquel entrono desconocido, su oído, olfato y tacto, se fueron agudizando y sin hablar, solo con el susurro se localizaban en cada momento.

    

    Tago les hablaba de su grata experiencia, que algún día tendrían la fortuna de conocer a sus protectoras.

 Que verían esos colores nunca imaginados;  que existían dos paraísos, uno bajo sus pies y otro en el universo, que accederían a ellos con trabajo, colaboración, ganas, con el fin de ayudar y haciendo el bien.

 

Una vez terminada la estancia que les servía de despensa cogieron unos cestos y se dirigieron hasta la tapia que a Tago le tocó saltar aquella lejana noche.

            Llenaron los cestos con las cenizas más recientes y al volver embadurnaron con ellas suelo y paredes, donde  “como hizo Alynka”  depositarían brotes para lograr que allí reverdecieran.

 

          Luna y Alynka buscaban grietas en los alrededores que poder acondicionar otros moradores,  cuando así lo dispusiese Tago.

 Paseaban tranquilas cuando un llanto rompió el silencio.

   

 Luna.- ¿podemos ir a ver al bebé?

Alynka.- sí vamos, esta es una noche de celebración

    

        - Antes de entrar llamaron a Tago desde el exterior susurrando su nombre-

Tago.- no temáis, (les dijo a sus compañeros) nada malo va a pasar

           -La claridad de la luna iluminaba las sitúelas de dos extraños-. 

      Tago los mandó aproximarse a la entrada pero una de las mujeres no salió;  escondida, apretaba con fuerza contra  su pecho a la criatura.

Tago.- sal, no tengas miedo, solo quieren ver al niño y  alegrarse junto a nosotros por su nacimiento

Alynka.- pasad junto a ella y que se sienta protegida

Luna.- y yo, ¿puedo entrar?

Alynka.- no, espera

 

      Alynka situó delante de ella a Luna cogiéndola por sus hombros y fueron dando pasos lentos hacía el interior.

  Cuando se estaban aproximando se pararon, Alynka entonces desplegó sus alas y la cueva se iluminó.  

       El rostro de aquellos seres no reflejaba ni un ápice de temor; era tal y como lo había descrito Tago en sus bellas narraciones.

Luna.- qué bonito y qué pequeño ¿yo también era así?

Alynca.- pues sí, igual de hermosa y frágil a la vez

          La madre se incorporó y puso su bebé en brazos de Luna.  Esta lo sujetó con toda la ternura,  firmeza y temor para mantenerlo seguro.

 

   Alynka miró a Luna, eso que iba a hacer a continuación, debía consensuarlo con ella.

Luna.- mamá, yo creo que sí   -no hacía falta decir nada-

Alynka.- ¿estás segura?

Luna.- quién mejor

Alynka.- ¿tal vez tú algún día?

Luna.- yo ya te tengo a ti

Alynka.- ahora debemos salir todos fuera

         Al oír que hablaban su idioma, la poca desconfianza que quedaba por parte de los hombres desapareció.

             En el exterior,  Alynka puso sus manos en la parte trasera del cuello bajo su larga melena.        Tago mandó arrodillarse a todos alrededor de Luna y el  Bebé.    

    Alynka se quitó el colgante y alzó los brazos sujetando la esmeralda entre sus dedos.

         Luna también elevó a las alturas a la criatura cogido por debajo de sus hombros.

Alynka.-    Desde ahora te llamarán Kawamo en recuerdo de un gran hombre.  Todos pronunciaron aquel extraño nombre y Alynka puso la esmeralda al cuello del bebé.

    Luna comenzó a andar con el bebé en brazos y todos la siguieron.    Les mostró el lugar donde se encontraban las nuevas grutas.

 Alynka.- aquí vivirá su pueblo;      mucho trabajo te queda por hacer de aquí en adelante –dirigiéndose a Tago-

 

                  Tago y sus compañeros se dirigieron hasta los habitáculos; donde todos pensaban que nunca volverían.

      Mandaron a los hombres que dejasen los cestos en el suelo, entraron hasta el cubículo donde se encontraba el resto de pieles oscuras y todos partieron hacía su nuevo destino.

         Desde la puerta, se dirigió a los pálidos:

Tago.- ahora todo está en vuestras manos:

    El hacer el bien o hacer el  mal.  Deberéis recolectar las piedras si queréis comer y la única manera de sobrevivir como pueblo, será el ayudaros los unos a los otros, como tantas veces sabéis que ellos, mis hermanos, han hecho en su tenebroso encierro.

           En el nuevo lugar todo era armonía.

Luna se encargaba de enseñar a los niños y niñas a jugar, levantar a un compañero cuando este tropezaba y caía en sus carreras, a reír con ganas y llorar de alegría.   

     A rebuscar cosas que utilizar en ese sitio donde tantas cosas del pasado había, a abrir muy bien los ojos cuando recorrían el cementerio, por si algún día tenían la suerte de que apareciera alguna piedrecita brillante como esa que poseía Tago en el saquito que colgaba de su cuello.

  

            Tago junto a los hombres trabajaban sin descanso haciendo de aquellas cavidades en las rocas  sitios donde vivir con dignidad.     Cada gota de sudor era un paso más engrandeciendo el pueblo  que algún día debería guiar el pequeño Kawamo.

   

        Las mujeres y Alynka hacían ropas y herramientas al tiempo que cuidaban de los bebés que aún eran frágiles pequeños para corretear.

             Cuidaban de los brotes y los animalitos, para que fueran robustos, recolectando aquello que estaba bien crecido y tan solo lo necesario para su alimento diario.

 

            Con su esfuerzo, habían construido pasadizos que comunicaban unas grutas con otras, las rocas picadas en el interior, se utilizaban para tapiar debidamente todas las entradas de los viveros.

 

         Varios años trascurrieron alejados de los aullidos y bloques de cemento;  Sus voces ahora se habían vuelto  sosegadas y sin estridencias y sus cuerpos eran robustos para el trabajo diario.

 

    Llegó la noche elegida por Alinka.   Todos se dirigieron en fila, cargados con gran cantidad de sacos a una gruta hasta ahora desconocida para ellos;    entraron y fueron bajando poco a poco.

    Tras tres días y noches descendiendo llegaron al fondo siguiendo la luminosidad de las alas de Alynka.

     Quedaron apoyados en los salientes de las rocas.

            En el saliente más próximo al abismo, se pusieron: Tago, Luna y Kawamo, cogidos de sus manos.

    En un saliente cercano, aquellas dos primeras mujeres, que comenzaron a construir aquella aventura y el resto se acomodó en una especie de bóveda semicircular que durante ese tiempo habían acondicionado Alinka y Luna para tal fin.

 

       De nuevo Alynka, como hiciera antaño, se despojó de sus ropas y colocó su cuerpo en forma de aspa.

              La gran oquedad se iluminó.

        El reflejo del líquido del fondo hacía aún más intensa su luz.

Luna.- este es el paraíso del que os hablaba Tago, pues él ya lo había visto.

Tago.- Kawamo, Tú serás quien deberás guiar a nuestro pueblo a un paraíso mucho más bello que este,  el que está en el universo y al que solo accederán aquellos que hayan seguido el camino del bien.

         -Luna cogió una piedra en su mano y la dejó caer al fondo-.

              Las formas de las ondas recorrieron el interior de la gruta.

  

        Tanta era la emoción, que entre lágrimas de alegría, Kawamo, quiso asomarse mucho más con la intención de ver toda la inmensidad de aquello que se escapaba a su vista.

                 La humedad le hizo resbalarse.  Luna y Tago, se abalanzaron a cogerlo.

                    Tago logró atraparlo con sus fuertes manos y sujetarlo colgando en el vacío, pero Luna en su intento se precipitó al  fondo.

          Alynka, aflojó sus piernas y brazos y se dejó caer tras ella.   Todo quedó sumido en la oscuridad.

                            Una esfera de luz formada por dos haces entrelazados emergía desde el fondo tiñendo todo de rosa y verde.   Fue ascendiendo hasta el exterior dejando una estela que marcaba el camino de salida y dejando a su paso impregnada en las paredes una luminiscencia jamás imaginada ni en los sueños de los maestros.

   Después de dos jornadas, todos salieron al exterior, se protegieron sus ojos con las manos.

    La luna llena lucía más que nunca.    Y junto a ella, un par de nuevas estrellas brillaban.

 

    Primera luna llena de primavera.      La puerta del reino de la luz por fin se abrió.    Nadie esperaba para entrar.

    Un halo de luz salió de ella, era el anciano Kawamo.

                  Alynca había cuestionado e infringido todas las normas, pero gracias a ello, la puerta se había abierto.  

      De nuevo el resplandor había restablecido la textura del resto de alas deterioradas y ahora por fin comenzaba un nuevo ciclo de cien lunas de primavera, para intentar de nuevo cultivar el bien en la humanidad.

         Kawamo se aproximó a Alinka y la despojó de sus alas.   Esta, sin su condición de ángel se dirigió a las tinieblas.

          Luna seguía tendida, dormida sobre la alfombra ya restaurada por la luz.

          Kawamo  la levantó y despertó,  para colocar en su espalda las alas de su madre.

Luna.- no las quiero, ¿ahora qué será de mi madre?

Kawamo.- tú serás quien ocupe su lugar

Luna.- ¡he dicho que no quiero!

         - Alynka se aproximó de nuevo e impregnando las alas con su amor, las puso en la espalda de Luna-

Alinka.- ¿dónde está Alhaba?       Quisiera verlo por última vez

Kawamo.- renunció al reino de la luz.     Se convirtió en un precioso diamante y se lanzó al vacio

Luna.- entonces, ¡está colgado del cuello de Tago!

Kawamo.-  arrodíllate frente a mí  Alynka

        -  Alynka sumisa se arrodilló y bajo la mirada –

Kawamo.- como estaba previsto desde el principio de los tiempos, tú ocuparás un lugar especial y serás maestra de maestros por toda la eternidad.

                         Las puertas del claustro se abrieron y todo fue poniéndose en su lugar, luciendo un esplendor jamás antes visto.    Ella ya no tenía alas, no le hacían falta.

    Cruzo la puerta del claustro de la mano de Kawamo.

    Se dirigieron hasta ese sillón central que siempre había permanecido vació presidiendo aquella majestuosidad.

Kawamo.- ahora siéntate en él

                Al sentarse todo el claustro se ilumino de  verde claro y la alfombra dorada se recogió a sus pies.

       Los maestros ocuparon su lugar, para convertirse en alumnos.

                 Kawamo, traspasó de nuevo la puerta del reino de la luz y la primera luna llena de primavera volvió a su luminosidad normal.

               En la soledad, quedó Luna, tumbada sobre su ala derecha y tapada con la izquierda; esperaba la llegada de Tago con Alhaba al cuello, para guiarlos, cogiéndolos de su mano hacia la luz.

       En la siguiente luna nueva, los de piel oscura salieron fuera de sus hogares para admirar el universo. 

           Esa noche cientos de estrellas fugaces cruzaron la inmensidad. Seres brillantes que descendían a todos los continentes para cumplir su misión.

           Tago alzo en sus brazos al Joven Kawamo.

   Luego alzó sus brazos vacíos, con sus manos abiertas.

            Ante el asombro de todos, el saquito colgado de su cuello desprendió una inmensa luz blanca hacia el universo, que los afianzaba en la verdad de Alynka.

                - los integrantes de su pueblo eran de nuevo, merecedores de poseer alma -

 

FIN

 

Carlos Torrijos @ 2022.



viernes, 23 de septiembre de 2022

El Ocaso Cap. 09

 


 

 

Tago.- yo quiero que mis hermanos también la tengan alma de esa

Luna.- ¿pero entonces? ¿las piedras que caen?

        Alynca recordó que el tiempo es distinto y que antes de abandonar las tinieblas debían de pasar un tiempo de reflexión y purgatorio.  Aquellos que  tuvieron conciencia del mal y no lo evitaron,   los que no hicieron el bien solo por egoísmo, las últimas almas que existieron son las que ahora llegan desde el universo.

 

Tago.-  y si yo muriese y se abriese para mí  la puerta de la luz, se harían fuertes de nuevo todas las alas de los ángeles y os podrían ayudar a salvar a mis hermanos y enseñarles como a mí me habéis enseñado  y entonces tendrían alma y podrían unirse conmigo en el reino de la luz.

Luna.- no, eso no, tú no te puedes morir

Alynka.- hay que pensar.  Tú muerte no es la solución

Luna.-   antes moriría yo

Alynka.- dejar de decir bobadas y a dormir

    Aquel día los tres soñaron, los tres tuvieron pesadillas, los tres despertaron sobresaltados Viendo aquella misma imagen:     Tago estaba sobre una gran piedra hablando a sus hermanos y un Halo de luz blanca parecía envolverlo ante la admiración de todos.

 

     La noche siguiente, sin dudarlo en la noche de cuarto creciente se despojó de sus vestimentas y salió a ayudar a sus hermanos.

               Fue acompañándolos hasta la puerta uno a uno portando sus cestos.   Ellos solo agachaban la cabeza, ni lo miraban, era una visión sin respuesta emocional. 

  Tal vez el miedo, quizás la constatación de las historias que otros habían dicho vivir.

       El último llegaba demasiado cansado.

     Tago se lo cargó al hombro sujetándolo con el brazo y  con la otra mano agarró el cesto.

    Esta vez no lo dejó tendido en la puerta, entró hasta el habitáculo, lo depositó en el suelo y volvió a salir rápido desapareciendo en la noche.

    Tago ya se aproximaba a la roca donde estaban ocultas Alynka y Luna.   

       Su rostro, el de Tago, radiaba exultante de felicidad.

 

 

Alynka.- ¿qué tal te encuentras?  Vendrás cansado

Tago.- podría haber estado ayudando mucho más tiempo

Luna.- Que bien que hoy ninguno de ellos quedó atrás y podrán estar tranquilos

Tago.- en realidad esos cestos no pesan apenas;     ahora entiendo que los cuerpos alimentan más que las almas

Alynka.- por favor cállate ya; siempre que piensas en voz alta me dan más ganas de quitarme estas alas

Tago.- no, no se te ocurra hacer eso nunca

Luna.- no podrían estar en nadie, mejor que en ti

Alynka.- si  tuviera la potestad de colocarlas en alguna otra espalda… 

Tago.- las deberías poner en Luna

Luna.- de eso nada, las pondría en ti, que eres quien las merece

 

          Hasta el amanecer, estuvieron jugando, corriendo y riendo entre las rocas.   El firmamento estaba cargado de nubes, pero no parecía fueran a descargar.        De vez en cuando se tumbaban boca arriba e intentaban encontrar formas con que nutrir sus sueños, esas que el viento iba modelando con cambios constantes.

 

    Cada noche Tago salía a acompañar a los recolectores, pero solo ayudaba a los más necesitados.        Esa era su función en aquella comunidad y si él realizaba esa labor, ya no serían necesarios y lo que no era útil ya se sabía lo que pasaba con ello.

         Tras varios días de dar vueltas y vueltas a su mente y de hablar sus reflexiones con Alynka y Luna, llenó un cesto con animalitos y otro con brotes.        Se puso en la puerta y a cada uno,  según llegaba,   antes de entrar les hacía abrir la boca, metía en ella un animalito unos pocos brotes,  les hacia masticar y tragar como Alynka hizo con él.

     

     -Tenía una gran duda que le rondaba por la cabeza.-

Tago.- tengo una cosa en la que me tenéis que ayudar

Luna.- quieres que te ayudemos con los más débiles

Tago.- no, no es eso

         -La mirada de Alynka se perdió en ningún sitio-

Tago.- ¿donde miras?

Alynka.- yo creo que eso sería una solución

Luna.- no entiendo

Alynka.- pero ningún ser se alimenta de su misma especie

Tago.- claro, eso estaría mal.

 

          La nueva alimentación aunque escasa, empezaba a causar efecto positivo y ya se ayudaban entre ellos como condición impuesta por Tago.

            Ya no llegaban a la puerta uno a uno, lo hacían en grupo y se esperaban entre sí.

              Luego,  se acercaban a los cestos de comida;    y respetaban la ración que se les había asignado.   Tago de pie a su lado, les hablaba de respeto y colaboración, que la ayuda que hoy habían prestado, mañana la solicitarían ellos, de que nada es inútil si está en el sitio correcto.

  Alynka y Luna también lo escuchaban ocultas en un sitio cercano.

       Tenían que indicarle más pasos con los que avanzar y organizar su autosuficiencia depositando su confianza en unos pocos de ellos.

       

       En el sitio donde un día se puso aquel primer brote que dio una flor, el color verde ya cubría el suelo y las paredes,  círculos de colores lucían diferentes brillos y tonalidades;   también se marchitaban, siguiendo así su curso de vida y reproducción.

 

Tago.-  esta noche entraré al habitáculo

Luna.- ¿para qué?

Tago.- a ver si todo sigue igual y a escoger a alguno de ellos para que me ayude en la continuación con lo que iniciasteis vosotras

Alynka.- entonces no podrás salir

Tago.- esperare a que pase el día y anochezca de nuevo, podéis estar tranquilas todo irá bien

 

     Entró en el habitáculo; los pálidos retrocedieron ante la presencia de Tago, era cierto, estaba de nuevo allí, no era una invención lo contado durante tantos días.

    Se amontonaron en un rincón.

         Las luces tenues seguían parpadeando en lo alto de las paredes.

    El molino dejaba de dar vueltas, los niños se escondían tras el montón de escombros.

     En la planta inferior las mujeres atemorizadas pararon al verlo, dejo de girar el elemento con forma de estrella de cinco puntas y todo quedo a oscuras;  el mismo miedo les hizo volver a empujar con fuerza y ponerlo de nuevo en movimiento para que la luz volviese.

        En un cubículo anexo cerrado con una gran puerta su antiguo hogar. 

    Sin luz y en un espacio reducido descansaban las pieles oscuras.   Encerradas, para que no tuviesen contacto con las mujeres pálidas. 

    Pudo ver con sorpresa como los hombres regurgitaban algo del alimento ingerido para dárselo a las mujeres y los niños.     Los que tenían alguna herida, eran cuidados con delicadeza por las mujeres y los niños escuchaban atentos las palabras de quienes repetían lo que Tago les había dicho esa noche.

        Hoy sería el mismo Tago, el que les hablaría; lo haría contándoles una especie de cuento que todos oían con gran atención.

 

       Al anochecer escogió a dos hombres, el más fuerte y el que se veía más débil aún siendo joven.   Dos mujeres, una de ellas estaba embarazada.     Entre todos escogió a dos niños y dos niñas, tal vez los que habían escuchado sus palabras con más atención.

     

              Los acompañó hasta la Grieta que fue el hogar de Alynka en su gestación y crianza de Luna, hasta que llegó Tago.

                --Ya no olía tan mal—

             Era profunda y tenía una gran boca, que tendrían que tapiar dejando solo aberturas para que entrase algo de luz indirecta.

          Allí ya había muchos animalitos y brotes de los que poder alimentarse.

 

         Alynka y Luna se acercaban cada noche al recinto de hormigón;    sin ser vistas dejaban el cesto con alimentos junto a la roca desde donde Tago cada noche les había hablado tantas veces.