Tras recorrer varias fisuras en las rocas,
encontraron un conjunto de grietas ideal, justo lo que Alynca llevaba buscando tiempo.
A partir de entonces, una a una de las lápidas
que aún permanecían en ese cementerio fueron trasportándolas hasta el lugar, También los cachos de mármol y granito que por
allí estaban esparcidos; todo lo que pudiera servir dando igual su
forma.
Poco a poco las fueron
colocando hasta convertir su nueva casa en un lugar limpio y seguro.
Los cachos más puntiagudos, los colocaron en
los alrededores a forma de defensa, en caso de alguna vez ser descubiertos.
A base de golpes fueron tallando herramientas con
las que picar y escavar en las profundidades, así como utensilios de toda clase.
De
la cueva olvidada llena de vestigios antiguos, fueron seleccionando por tipo de
material y forma.
Los conocimientos de Alynca en para qué y cómo
se usaba cada cosa, daban una gran ventaja a la hora de su utilización.
En la grieta más profunda, la primera, en la
que se acumulaban los desechos pestilentes alejados de la luz; mucho más al
fondo de donde ellas habían llegado, unos constantes ruidos parecían
producirse; un inframundo que siempre quisieron
conocer.
Pasadizos estrechos que había
que agrandar, para poder entrar por ellos, capas y capas de ropaje para
soportar el frío desconocido desde tiempos remotos.
Escavaron y escavaron, día
tras día, noche tras noche sin salir. Las paredes parecían sudar; estaban llenas de animalitos trasparentes y
muchos brotes blancos de los que se alimentaban.
El sudor de las paredes se parecía mucho a eso
que Tago conocía como alimento, pero este no quemaba en la garganta.
Alynka en los momentos de descanso les
contaba cosas de eso llamado agua que caía del cielo, de la nieve que se
acumulaba en las cumbres. Les hablaba de los ríos y de los mares, de los
peces y de los pájaros.
Les dibujaba en el suelo como
eran los arboles con sus ramas y las flores.
Del amor entre machos y
hembras que cuidaban de sus pequeños, de la felicidad, de la risa, de cómo
curaban a los enfermos y de que al final de la vida, enterraban con dignidad a sus muertos.
-Todo parecía un cuento de hadas-
Pero a veces, también les hablaba de las
máquinas, las fábricas, el humo de las
chimeneas, del peligro del que muchos avisaban,
ese al que nadie ponía remedio.
De aquello llamado dinero, unos
papeles que tenían más valor que la vida, de las guerras por el poder y el
poder de las guerras.
De la
destrucción de la conciencia y la supremacía del mal sobre el bien; del
egoísmo que fue el principio del caos que ahora existía.
Golpeaban con fuerza la piedra. En uno
de sus golpes el suelo crujió y se agrietó bajo de sus pies.
Alynca.- rápido, para arriba
Luna.- ¡corre Tago!
- En unos segundos el cacho
de suelo se precipitó al vacío-
Pasaron unos pocos segundos
y se pudo oír un ruido fantástico.
Alynka descendió unos metros, era lo que
ella durante ese tiempo había estado imaginando.
Alynca.- bajar con mucho cuidado
Luna.- mira a ver si ese
saliente es seguro
Tago.- a mí me da mucho miedo,
prefiero morir viendo el firmamento
Alynka.- sí, es seguro y demasiado amplio para los dos
Luna.- vamos Tago, que estando
con nosotras no debes tener miedo
Los
dos bajaron hasta el saliente y se pusieron en él de rodillas, miraron hacia
abajo pero ese pozo no tenía fondo, ni paredes, ni nada de nada, era como el
universo pero al revés y sin estrellas.
Alynca se puso en el hueco en forma de aspa
boca arriba; sujetándose con las
manos y los pies a sus bordes.
Agitó sus ajas y…
Todo se ilumino, por las
paredes y el suelo de aquella inmensidad se deslizaban animales de distintos
tamaños entre raíces que se entrelazaban entre sí.
El agua brotaba por las grietas e iba
discurriendo hasta una gran balsa que desde fondo reflejaba el brillo de las
alas de Alynka, formando haces de luz
que daban aún más esplendor a la belleza ya existente.
Tago y Luna, miraban a todos
lados sin perderse ni un detalle.
Debían de salir e ir a por más utensilios,
necesarios para descender a aquel paraíso lleno de alimentos.
Alynka.- ¡no!
Ese paraíso, mejor no tocarlo.
Era el tiempo de recopilar, cortar, coser,
trenzar y recopilar todo lo necesario, para portar agua, brotes frescos y animalitos
con los que alimentarse sin tener necesidad de acercarse a los habitáculos y
soportar los desagradables aullidos. Pero sin necesidad de profanar aquella
maravilla de la naturaleza.
Ya
sabían cómo encontrar el alimento viviendo en la oscuridad, pero Alynka, quería
dominar la cruel luz para que la balanza volviese a equilibrarse entre el bien
y el mal, aunque tal vez representados de
forma inversa y esto sirviera como motivo de humanización a los ahora deshumanizados.
Hicieron una serie de paneles
y los colocaron de forma que hacían circular el aire a gran velocidad de forma
que el flujo cálido llegado del exterior
entrase a la estancia donde habitaban a temperatura más agradable.
A una distancia prudencial de la entrada de
la grieta, donde no llegaba el calor pero se colaba de vez en cuando un rayo
disperso de luz, alynka dejo unos brotes
cubiertos con restos de animalitos ya masticados.
Esperaba mostrarles el milagro
de la vida en colores.
Poco tardaron en admirar
como de aquellos brotes blanquecinos salían dos hojitas verdes.
.-
¡Prohibido totalmente tocarlas!
Sentados, esperaban cada día a que el haz de
luz diese en las hojas y pacientemente veían como se hacían más grandes y
emergía del suelo un diminuto saliente
que se iba alargando, del cual como por arte de magia brotaban nuevas hojas.
Los relatos de Alynka, eran maravillosos,
demasiado fantásticos para expresarlos en palabras.
Los tres se cogían las manos, juntos cerraban
los ojos y Alynka les hacía visionar
aquellas bellas imágenes.
El
momento era inminente, la expectación ante el acontecimiento indescriptible.
Los sépalos verdes se empezaban a separar
dejando salir unos suaves pétalos rosados aún encogidos entre un suave dormitar.
Luna.- mamá, mamá, mira ya sale
Alynka.- espera, se paciente
Tago.- ya se, esto es a lo que
llamas flor
Alynka.- efectivamente, pero ahora
toca esperar un poco más
Los pétalos fueron
abriéndose y separándose hasta formar un círculo de color. Allí en el centro unos pelillos amarillentos
parecían querer jugar con el haz de luz.
Alynka.- podéis mirar, pero sin
tocar, no le hagáis daño. Todo ser vivo
tiene su sensibilidad, aunque nosotros no la entendamos.
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