jueves, 30 de junio de 2016

Hijo de la tormenta.- 7






        .-Madre, Madre, tengo que hablar con usted.
     No sabía cómo decírselo, pero entienda que siento verdadera envidia de la manera en que él, le lee en los paseos, es tanta la admiración por su forma de interpretar la palabra de Dios, que el verano pasado, siempre esperaba escondida cerca de aquel tronco caído, donde se sentaban haciendo un alto para descansar.    Allí, donde él se esmeraba más,  justo cuando usted, oía su lectura con los ojos cerrados. 
  Si tan solo en eso rato, si usted permitiera, pudiera acompañarlos sin tener que estar oculta tras los matorrales, me haría tan feliz.
              La Madre accedió gustosamente a su petición, no sin antes recriminarla.    .-No está bien escuchar a escondidas a las personas y aún peor, es espiar la elevación las almas.
      No solo ella fue quien accedió a aquel privilegio. 
 Una a una, se fueron sumando y a aquel tronco, se aproximaron otros y unas grandes piedras donde sentarse, y así poder escuchar atentamente las palabras de Simón cuando todavía, lucía el sol en el firmamento.  Luego ellos, como habían hecho siempre, mientras el resto acudía a vísperas, seguían con el paseo, a solas, andando con calma y reflexionando sobre lo leído. 
       En las cosas de pareja, solo caben dos.    Bueno, dos y Dios.

                    Una tarde de regreso a casa, algo se cruzo en el camino de Simón.     Una tranquilidad  nunca antes experimentada invadió su cuerpo.  A través del estallado cristal de su casco, apoyado en el asfalto, pudo ver como una linda mujer se le acercaba y  tendía su mano.      Cuando estaba a punto de aceptarla con todo placer, sor Isabel se interpuso entre ellos. 
       Entonces…  oyó unos gritos, sirenas, y unos destellos amarillos frente a él, enturbiaron su visión, llevándose su consciencia.
         Solo un momento le bastó para entender.   Sobre él, una gran luz.  Alrededor unas personas vestidas de verde y caras ocultas por mascarillas. Su mente de nuevo volvió a desplazarse hacia la nada, e ingrávidas en el ambiente, quedaron las dudas, los temores y las esperanzas.
      La noticia cayó tras los muros como un jarro de agua helada.
    Aquella noche parecía no querer remitir.     Interminable en su negrura, el horizonte se negaba a clarear y el cielo lleno de nubes rastrallaba en su lamento.     Los relámpagos se azotaban entre sí, como látigos endiablados, y los truenos rebuznaban, como asnos en celo, negándose a toda costa a derramar una sola lágrima de duelo. 
      La tormenta, al igual que lo trajo, volvía más fiera que nunca para alojarlo entre sus garras.
              A primera hora de la mañana del domingo, por medio del sacerdote, se hizo llegar al obispado una misiva urgente, en la que solicitaban  a su eminencia les concediera dispensa extraordinaria por motivos familiares,  para así poder acudir al hospital.
          Poco antes de la hora del almuerzo, la Madre superiora ya no podía esperar más la respuesta de conformidad.      Se bajó el velo tapando su rostro, cogió del brazo de una hermana y andando con aire de marcialidad, encaminaron la cuesta abajo.
          Nada se podía hacer más que esperar acontecimientos.
     Simón sumido en un coma profundo y tal vez irreversible, yacía lleno de tubos y cables sobre una cama. Su cuerpo desnudo, lleno de costuras de arañas negras, ocultas bajo quejumbrosos apósitos, apenas pegados a la piel por esparadrapos de papel.
     Ni tan siquiera respiraba por sí mismo, un fuelle insuflaba aire a sus bronquios, mientras la sinfonía de su corazón con desmayados suspiros marcaba el ritmo de la ausencia.      Ya solo cabía esperar, día tras día, noche tras noche.   Dios tomaría la decisión definitiva.
      Entre tinieblas cortantes como carrizos, escondidas espinas de aliagas en flor, las luces y las sombras, las emociones encontradas, el bien y el mal, la risa y el llanto, la realidad y la ficción, lo dulce y lo amargo se disputaban  a quien se negaba con todas sus fuerzas a abandonar el edén.        
            Abstracciones contradictorias deambulando sin rumbo fijo, exentas de ataduras de tiempo y espacio, que fueron renunciando a su existir dejando de nuevo su lugar a la oscuridad más absoluta, hasta que las aguas se fueron calmando y la nada volvió a invadir sus introspecciones extracorpóreas.
   La ausencia de sus sentidos vitales,  no le impidieron percibir una caricia en su mano y acompañado por un suspiro ese tibio beso en la frente, mientras una fría lagrima vertida por la Madre superiora, le recorría la mejilla hasta posarse en la almohada.
     Su inconsciencia, comenzó a cobrar vida y su cuerpo inerte dejó que la energía reprimida, abandonase  la materia, para mostrar su esencia desde otra dimensión.
         A veces, durante breves instantes del día, apoyaba su espalda sobre el marco de la puerta.    Miraba a aquellas monjitas rezando, pasando una a una las cuentas del rosario, sentadas a cada lado de la cama, donde un cuerpo dormía sin hora de despertar. Después, se acercaba hasta la ventana, desde allí podía ver los muros de la huerta, y a veces, creía incluso oír las campanillas, que cada tarde, antes de comenzar el silencio mayor, se hacían sonar varias  veces, como plegaria a la virgen, para su pronta recuperación.
        Pasados cuarenta días y cuarenta noches, por fin despertó del letargo.       Su cuerpo escuálido sin apenas masa muscular, debía coger fuerzas de nuevo antes de ponerse en pie y comenzar con la ardua e inmisericorde tarea, de comenzar de nuevo el aprendizaje de caminar.
         Las semanas y meses pasaban, recluido en aquella habitación de donde solo se ausentaba cuando los celadores en volandas  lo acercaban hasta el gimnasio.      Allí poco a poco, despreciando su destino, aferrándose a un sueño,  agarrado a las barras paralelas, iba avanzando paso a paso hacia la libertad.   Esa, de la que se veía privado por aquellos hierros que lo cubrían de las caderas hasta los tobillos y  predestinados a formar parte de su cuerpo.
     Su esfuerzo repetido y constante, terminó dando sus frutos.    
                  Lentamente, sujeto en dos muletas y siempre con las palabras de aliento de alguna hermana a su lado, apretaba los dientes.  Se dirigía hasta el ascensor, de  allí hasta la terraza y de nuevo paso a paso regresaba a la habitación.  Un leve descanso, un poquito de agua para aclararse la boca y otra vez de nuevo.
       No estaba dispuesto a estrenar la silla de ruedas que esperaba aún embalada en su caja, detrás de la puerta de la habitación.
           Al atardecer, ya en soledad, caía reventado a la cama.   
       La noche antes de dar sus primeros pasos con una sola muleta, entre sueños, pudo ver como sor Isabel, revolvía  desesperada  su celda  buscando quien sabe qué cosa, después sola en medio de la noche se dirigía a la huerta.    Su propia voz lo despertó al gritar…  ¿POR QUÉ?
    Abrió sus ojos en la más profunda oscuridad y allí, sentada a su lado, vigilante, estaba ella.  Siempre a su lado, cuidándolo desde que nació, soplando su cuerpo en las noches de verano, para que no sintiese calor.
   .- ¿por qué? porqué lo hiciste
          .- no es lo que te imaginas, cierra los ojos y podrás ver lo que sucedió
  .- no.   Quiero que me lo digas tú
       .- yo no sabría, confía en mí una vez más, cierra los ojos.
              El sueño siguió donde anteriormente se había detenido.
           Sor Isabel, también sumida en un profundo sueño se acercó al pozo.  En su interior pidiendo auxilio, estaba Simón cuando era niño.  Intentó cogerlo, pero sus brazos no lo alcanzaban. Entonces, con cordeles de los de cerrar los sacos anudó una piedra a sus pies para hacer contrapeso.   Introdujo su cuerpo en el pozo, apoyando sobre el muro su abdomen,  aún así no alcanzaba a conseguirlo.
   En un último esfuerzo posible, la piedra cayó tras ella y entonces despertó al contacto con el agua.  Se fue hundiendo lentamente su cuerpo en silencio, hasta que la piedra tocó el fondo y su alma se elevó con alegría por encima de aquellos muros, al ver que simón no estaba allí.  Todo había sido un mal sueño. Un sueño, que había terminado con su vida.  Tal vez tuvo que perderla, para que al final su niño, pudiera recuperar la suya.
            A partir de entonces, todas las noches se despertaba y abría lo ojos, pero ella no estaba.   Tantas ganas de volver a verla, tantas preguntas sin respuesta, ¿quien era aquella mujer que le tendió su mano?, ¿la muerte?, o  tal vez…  ¿sería su madre?






martes, 28 de junio de 2016

Lirio




 .   Te sentaste Como flor
 junto a mis hojas caducas,
 ofreciendo primaveras
 que compartir con mi otoño,
 me brindas tocar el cielo
 acurrucado entre nubes
 y valorar los encantos
 que luces como un clavel,
 sonrisas con que alumbrar
 mis tardes en decadencia,
 muslos tersos, pechos firmes,
 labios carnosos,  ojos tristes,


 .   Eres lirio en juventud
 en jardín del desamor,
 buscas refugio pagado
 a golpes de corazón,
 cuentas con la lozanía
 que en otras se marchitó,
 pero te faltan las canas
 las arrugas de su piel
 por las que suspiro yo,

 .    La experiencia de la vida
  tantos años a su lado,
 los momentos ya vividos
 y esos que aún no han llegado,
 me enseñan a decir no,
 que un espejismo no eclipsa
 al ser, al que siempre he amado.








lunes, 27 de junio de 2016

Hijo de la tormenta .- 6





                Llegada la primavera, una carta del obispado, instaba a la Madre superiora a mantener la cordura y no enturbiar la imagen del convento.
                Como responsable de la diócesis no podía permitir que un hombre, campase a su libre albedrío por un recinto ascético por definición.  
           Un hombre, irresponsable por cierto, que parecía no darse cuenta  de que con su negligencia, estaba poniendo en boca de las personas de bien la decencia de las que allí guardaban clausura, al que ellas, más irresponsables todavía,  abrían las puertas ante los ojos de todo aquel que pasaba por la calle y que permanecía en el interior largo tiempo, según había llegado a sus oídos.
     Era un obispo nuevo, que hacía caso a todos los chismes en vez de escuchar los consejos de su secretario, ya capeado en aquella plaza.
       La Madre estaba que echaba chispas, pero claro, tenía razón.
           Mandó una solicitud urgente, instando a que se aprobase la contratación de un especialista en horticultura a media jornada, un día a la semana, con el fin de sacar un mayor partido al huerto del cual recogían la mayoría de su sustento.    
    Entraría por la parte trasera para acceder a la huerta donde los sábados por la tarde, realizaría su trabajo.
      La solicitud fue aprobada, en realidad lo único que cambió fue la puerta por la que entrar.  Simón firmó el contrato de trabajo, un papel al fin y al cabo.        Él siempre había ayudado en todo, aquel convento era su casa.  Que ahora había que estar contratado para tomar un chocolate,  pues bueno, tendría que ser así.
   Esa primavera el patio estaba a rebosar de rosas aterciopeladas, su fragancia, inundaba los pasillos silenciosos, en el fin de semana nunca faltaba una de ellas bien fresca sobre el montecillo de tierra siempre escrupulosamente limpio bajo el que reposaba sor Isabel.
     Lo que había cambiado la vida en esos pocos meses.    El rostro de Simón, volvía a lucir con esa mirada de niño travieso, con ganas de encaramarse a las nubes para disfrutar del horizonte.  Con una sonrisa de oreja a oreja, recibía a la vida cada mañana y sus manos otra vez de nuevo, eran capaces de abarcar más personas con el fin de prestarles su ayuda.
                 Pero poco dura la alegría en la casa de los pobres.
     Con la llegada del verano y los calores, enfermó sor Enedina.
            Estaba muy mayor y sus piernas se habían cansado de tanto ajetreo.     Sin salir de su celda, esperaba con paciencia que llagase cada sábado para recibir el abrazo de aquel mozo, como si de una gran bendición se tratase.   Este se sentaba a su lado como cuando era pequeño.        Ahora sería él, quien como persona agradecida, aderezada la merienda con juegos, ocurrencias y darle con gusto pacientemente el tazón de leche con galletas, hasta que quedaba bien arrebañado.  
          Dejó de hacerse el chocolate y los churros, ya no sabían igual por más que la señoritinga se esforzase en igualarlo.
       El día de San Juan, lo mandaron llamar.   Su tiempo se acababa y susurrando pidió un beso, un beso especial.
  Simón, a su lado, en aquellos breves momentos que trascurrieron desde su entrada por la puerta hasta que se marchó su alma por la ventana, le dio uno y mil besos.    Su rostro blanco, como el de una virgen, resplandecía lleno de dulzura y sus parpados se entornaron para poder reproducir en su memoria todas aquellas  entrañables imágenes de años vividos.        Los rayos del sol se asomaban por  detrás de las nubes para llenar de vida sus últimos alientos ante la mirada atónita del obispo;    Hoy se había acercado hasta allí para darle la extremaunción por ser la más anciana de toda la diócesis.
       Entonces comprendió lo que significaba Simón para aquellas monjas y el valor de sus visitas cada fin de semana, visitas que lo único que hacían, era acercarlas aún más a Dios.
      Pasaron los minutos y él seguía allí, abrazado, colmándola de besos y llamándola guapa.  El obispo y su secretario salieron de la celda para que las hermanas la amortajaran, pero él no. Simón se quedó allí, cara a la pared, arrodillado,  esperando.  Ni una voz, ni un gesto, recriminaron que se quedase.  Al igual que hizo en su día con sor Isabel, sus brazos la portaron hasta la parte de atrás de la capilla…   y dos rosas, las más rojas y hermosas, fueron separadas cada sábado de su tallo, para adornar sus moradas.
   Semana a semana, bajo el sol abrasador de las primeras horas de la tarde, Los callos de las manos de Simón empuñaban rabiosos el mango de la azada que peinaba los surcos del huerto y removía la tierra adyacente al tronco de aquel melocotonero.  
                La Madre superiora esperaba sentada a que le apeteciese descansar un poco.   La lectura de las sagradas escrituras se había vuelto de nuevo la acompañante en sus paseos.    Nadie decía con tanta profundidad aquellas frases como él. Su voz parecía susurrar cada palabra y en cada punto al terminar una oración, dejaba ese pequeño lapsus de reflexión, acompañado de la inspiración larga y profunda.       A veces el paseo continuaba hasta casi el anochecer comentando lo leído.
           Ella con la fe como bandera, él gustándose de oír aquella voz llena de ternura y esperanza depositada en el reino de los cielos.
        Los dos solos, para ellos dentro de aquellos muros, no existían los horarios ni el tiempo.    Pasado ya con creces su setenta y cinco cumpleaños, a punto de caer el ochenta, la Madre, ya sabía cuáles eran las exigencias que debía cumplir ante los ojos del señor. Entre ellas no se encontraba la obligación de asistir a la capilla, aunque fuera una hora mayor.     Las vísperas del sábado, al final, darían mejor resultado haciendo reflexionar al alma de aquel jovenzuelo enseñándole de nuevo el camino de la fe.
           Durante la semana, Simón solo salía del trabajo a casa y de casa al trabajo, el sueldecillo le daba de sobra para mantenerse, darse el gusto de llevar algunos pasteles y comprar un pequeño regalito cada vez que una hermana cumplía años.   El resto lo iba ahorrando, ya pronto esa gran ilusión que tenía guardada desde pequeño, se haría realidad.
  El sábado siguiente, a las tres de la tarde, un ruido rojo conducido por una especie de lagartija con casco, bordeaba la tapia rugiendo.
   Abrió la puerta y entre los surcos, dando bandazos llegó hasta la entrada del patio central.        Simón, se había comprado una moto de segunda mano.
              Todas lo rodearon rebosantes de felicidad al ver a su niño con aquel  trasto,  se quito el casco, llevaba todo el pelo de punta empapado en sudor, que cosa más fea, la Madre superiora riendo se acercó a atusarle el flequillo despeinado.     Entonces….   ¿Será pecado??... yo creo que no.
            Ella se sentó de lado en la parte trasera del asiento, con una mano se agarro los hábitos, con el otro brazo abrazó fuertemente el cuerpo de Simón.  Dieron una vuelta por la huerta, a cada bache el ruido del motor se veía ensordecido por un ¡AY!, seguido de una carcajada llena de alegría y satisfacción.
 Que paseo más emocionante, eso tan bonito no podía ser pecado, ni tan siquiera una ofensa.
         Una tras otra fueron realizando el recorrido.
                       Aquella tarde, fue recordada durante mucho tiempo, única e irrepetible. Pensaron que de no ser así, le haría perder el encanto a eso tan excepcional.
     Los días se iban acortando.  Los colores ocres y amarillentos del otoño, suplían a los verdes en la copa de los arboles.     El frío y las inclemencias del tiempo, obligaban a  que el paseo se diera por el interior del convento.     Sentados en aquellas  escaleras de piedra, que cubrían con una manta vieja para evitar que su gélida textura llegase hasta sus huesos y allí charlaban hasta caer el sol.
       El crudo invierno de aquel año, no pudo evitar ni una cita y llegando mediados de marzo el paisaje volvía a lucir con todo su esplendor.
  
         La desgarradora palabra (cáncer) se introdujo de puntillas por la puerta del convento.    Sin dejarse ver, disfrazado de climaterio, sin pausa, iba apropiándose de aquel útero ya marchito.
         Cuando detectaron su presencia en el cuerpo de sor Soledad, (la doña) era demasiado tarde.   La cruel metástasis irreversible no dejaba otra opción que la resignación y la espera ineludible de un punto y final.

            Paseaba por los pasillos en las horas de reflexión, pensando en que con el buen tiempo volverían aquellos paseos por la huerta de la Madre, acompañada por Simón.
       Entonces se decidió a contar un secreto que tenía guardado.




domingo, 26 de junio de 2016

Toda una vida





…Un suave cosquilleo
como alas de mariposa
invadió todo mi ser
al regalarte esa rosa

…Después con el primer beso
la vista se me nubló
y de entre tus labios rojos
un te quiero se escapó

…El tiempo nuestro aliado
el noviazgo una ilusión
el matrimonio un deseo
los hijos la bendición

…El abandono del nido
la tristeza en soledad
la llegada de los nietos
la mayor felicidad

…Ahora a solas acostados
con camisón y pijama
mi espalda contra tu espalda
dormidos en esta cama.

…El cosquilleo es distinto
a aquel de aquellos años
que invadió todo mi ser,
¿¿Puedes dejar de rascarme
en toda la pantorrilla
con las uñas de los pies??


sábado, 25 de junio de 2016

Luna nueva


Mujer...
    Que asaltaste mi morada
bajo la luna azabache,
ocultando en la penumbra
de un vestido de satén,
la ropa interior de seda
maquillando la intención,
de hacerme preso en la jaula
con barrotes de pasión.

     Inexperto corazón
que arrastrado por delirios,
hincó la rodilla en tierra
para besarte los pies,
y cuando alzó la mirada
para contemplar tu rostro,
vio un desprecio de arrogancia,
amargo, sabor de hiel.

    Sonrisa hipócrita en gesto,
uñas rasgando en el alma,
tristes coágulos de sangre
llorando quedan la cama.

     Ventana tapiada al día,
puerta con cerrojo echado,
muerto queda de dolor
el que confundió pasión
con estar enamorado.





Imagen de la red





jueves, 23 de junio de 2016

Hijo de la tormenta .- 5




    Un castigo más o menos, nada habría importado.
           Pensando que debía haberse escapado alguna vez para ir a verla, bajó las vertiginosos peldaños de tres en tres. Volvió por el sendero donde más casquijo puntiagudo había para sentir el dolor en la planta de sus pies.
       Llegó al dormitorio y se acostó.   Con la mirada clavada en los desconchones del techo, se juzgó y condeno, como al  peor hijo del mundo.      Ni a volar se atrevió, por estar a su lado.

      Los meses y años siguientes, los pasó envuelto por el manto de la indignación, reprochándose a cada instante su cobardía.      Los resquicios de sus creencias se volatilizaron, las buenas intenciones pasaron al plano de la indiferencia y la antipatía a todo aquello, lo considerado sagrado, se acrecentó hasta el punto del desprecio.

             La mañana posterior  a cumplir los dieciocho años, nadie salió a despedirlo.    Salió por las puertas del maldito internado sin mirar atrás.     En sus manos,  la vieja maleta llena de nada y  atada con el mismo cordel de cuero, el título de bachillerato y un sobre lacrado que contenía una recomendación expresa del obispado para entregar en una fábrica dedicada a la elaboración de nitratos, fosfatos y herbicidas.
     Pensó en dirigirse directamente al convento, pero su orgullo, no le permitió presentarse allí con las manos vacías.
  ¿Tendría suerte?  Bueno, o más bien,  en realidad la carta lo haría todo.
  Entró por la puerta y pidió hablar con el jefe a quien entregaría el sobre.      Esa misma tarde, le enseñaron las instalaciones y aquella misma noche comenzó a compartir piso con dos trabajadores de la fábrica, también estaban solteros, los tres juntos iban y volvían del trabajo.   En la primera semana, la conversación no existía.  
 Sus pensamientos solo estaban en el sábado por la tarde.   Por fin podría ir a visitar a sus monjas sin tener que mendigar un plato de comida.
       Las reglas de la clausura, no estaban hechas para él.  Pensó en saltar la tapia y correr hasta el patio para gritar,      .- estoy aquí…   pero decidió que se debía comportar como un hombrecito hecho y derecho, entró en el portalón, llamó al picaporte del torno y tras el “Ave María Purísima” solo contestó    .- Soy Simón.
         La puerta se abrió de par en par,  y tras ella, como por arte de magia, como si lo estuvieran esperando, se agolpaban todas para abrazarlo.
       Sor Enedina y la señoritinga desaparecieron al momento.  
      Cuando llegaron a la cocina, el chocolate estaba cociendo y la masa de los churros preparada para darse un buen baño en aceite hirviendo.
    ..-¿Estás bien? ¿Cómo te va? ¿Dónde vives? ¿Trabajas? ¿Tienes novia? Todas expectantes esperaban la respuesta a la batería de preguntas.
    .- pues si, por ahora, esta semana bien.    Trabajo, vivo con unos compañeros en un pisito de las afueras y…    NO-TENGO-NOVIA.
                 Los tazones esperaban sobre la mesa a ser servidos, sor Enedina espolvoreaba la azúcar sobre los crujientes churros y sus caras ponían un gesto goloso de celebración.
        Las bocas enmudecieron de repente, la algarabía se convirtió  en un remanso de paz.    Siempre se dijo…   oveja que bala, pierde bocado.
        Una vez terminaron de merendar, Simón se levantó de la silla, echó mano al macutillo que llevaba a bandolera.   Primero sacó el rosario y lo puso en las manos de sor Enedina.  - Tenga, ya le faltan cuentas y yo me pierdo, usted tiene más experiencia en esto de las Ave Marías.  Luego sacó la biblia y la entregó a la Madre superiora       .-tome Madre, creo que estará mejor bajo su custodia, yo soy un poco despistado y al final se me va a extraviar.    Entre el silencio, se dio la vuelta y se marchó a la celda de sor Isabel.   Estaba tal y como él la había dejado el último día.    Se sentó en el camastro y comenzó a descoser la tela que envolvía el sobre. 
     Dentro una cuartilla con cuatro letras difuminadas por el sudor.

       Querido Simón;
                   Hijo mío,  este colgante es lo único que dejó junto a ti tu verdadera madre en el portal del convento,  espero lo conserves como oro en paño, perdónala como Cristo nos enseño a perdonar, recuerda, no juzgues y no serás juzgado.
             Que esta medallita y su virgen, te acompañe toda la vida allá donde vayas.

              Efectivamente, en un rinconcito del sobre, se hallaba una pequeña medalla de plata con una virgen.     La giró con rapidez, pero su reverso se encontraba totalmente liso, sin ningún tipo de inscripción.
 Se asomó a la puerta y gritó.- Madre, por favor suba un momento.
        .- mire lo que había dentro de este sobre
               .- no la había visto nunca
      .-este es el sobre que me dio sor Isabel el día que me llevaron al internado
             .- esta debe ser la causa de los registros y tal vez de su muerte, pero porqué ¿Qué importancia puede tener una medalla?  Tiene que tener algo que ver con alguna de las tres nuevas, pero con cual…
         Las dudas habían vuelto a asaltar sus mentes y sus corazones palpitaban frenéticamente.
     .- Madre ¿no seré hijo de alguna monja que ya estuviese aquí?
           .- no, eso lo puedes tener bien seguro, pondría la mano en el fuego sin temor a quemarme.  Mira, vamos hacer una cosa.
Cuando lleguemos a la cocina pones la medalla encima de la mesa.
       Tú encárgate de ver bien la expresión de esa mojigata y yo me encargaré de observar a la doña y la señoritinga.
                  Así lo hicieron, pero ninguna de las tres dio señales de sorpresa o conocimiento de aquello, más bien cosa rara, las tres mostraron incluso indiferencia a aquella medalla.
      Él preguntó      .- ¿y esta virgen…  que virgen es?
        Nadie respondía. Al rato, solo Sor Enedina (demasiado mayor para ser sospechosa)…     .-Espera; Anda, esta es la virgen de la luz.
        Cogió su medallita y se despidió hasta el sábado siguiente.
       Todas las semanas volvería, a partir de entonces sería una cita ineludible.
               Unos meses y en la empresa se le empezó a valorar por su valía.    Estaba dotado de una gran habilidad para el cuidado de las plantas en el invernadero. Su forma de administrar  los sustratos a cada tipo de vegetal daba buenos resultados. 
     Corrió el tiempo y debido a sus eficientes logros, el jefe, incitó a los de laboratorio a ir cambiando algunas  formulas y adaptando su dosificación.  
Gracias a ello, la empresa lanzó al mercado una serie de productos específicos para una gran variedad de hortalizas y legumbres que tuvieron una buena aceptación entre sus usuarios.
          En el convento todas se sentían orgullosas de los avances de Simón, de nuevo se sentía útil y valorado.  No estaba en el trabajo solo por una recomendación.    El nuevo puesto de colaborador en formulación, se lo había ganado con su propio esfuerzo.  



martes, 21 de junio de 2016

Hijo de la tormenta .- 4




                 Todo cambió radicalmente,  sus bromas y risas, tildadas de herejías por las reglas franciscanas,  los abrazos cambiados por castigos  y  la alegre compañía de todas las hermanas, por la más estricta soledad, rodeada de la indiferencia de unos extraños.
                   El niño cariñoso se convirtió en un adolescente rebelde, su negativa a adoptar la palabra de Dios como una obligación y no como una opción de libertad en la que un alma escoge su camino, lo condujo a la confinación forzosa en la fría torre del reloj, un fin de semana sí y otro también.
            En el convento le habían enseñado a amar a dios, a hablarle de forma respetuosa, como a un padre, a utilizar sus palabras para expresarle llanamente  tanto su preocupación por lo que ocurría, como su devoción y admiración.      No podía entender, el porqué, el silencio hipócrita disfrazado de obediencia, era más valorado que la queja razonada buscando el bienestar del prójimo. Porqué se le tenía que otorgar a él como padre la responsabilidad de las acciones de los que se consideraban sus hijos, como si el mandato divino solo se basase en infringir vejaciones a los más débiles.
         Las primeras veces de encierro, fueron un castigo, después, se convirtieron el mejor regalo.      
       Aislado, con un vaso de agua y un cacho de pan para sábado y domingo, componía sueños e interpretaba melodías que silbaba imitando el diverso canto de los pájaros.
   Por sus alrededores, las parejas abrazadas paseaban al atardecer sin ser conscientes, de que cada uno de sus caricias y movimientos eran vigilados desde las alturas.
       Cosas normales que él manipulaba para construir disparatadas historietas que contar a sus compañeros y poder volver el lunes a clase, incluso haciendo sentir envidia de su castigo.
  Llegada la noche, allí bajo el firmamento, sentado en lo más alto, asomado al abismo junto a la gran campana de bronce miraba a través de la oscuridad, y a lo lejos, sobre los tejados, podía ver el suave resplandor de los faroles de la plaza. Sabía que justo al lado, estaba su casa, sus madres, su Dios, y a él, con las palmas de sus manos unidas, se dirigía en voz baja, pidiéndole perdón, clemencia para aquellas mujeres, si es que algo habían hecho mal al educarlo y que se cumpliera pronto el deseo de poder volver a abrazarlas.
             Se aproximaban los primeros días de vacaciones, por fin disfrutaría de la compañía de las hermanas. Sus compañeros de internado, marcharon, claro tenían familia, pero él quedó allí, muerto de asco, subiendo cada noche a la torre para soñar con un imposible y sus palmas ya nunca se volvieron a juntar para rezar.
       Pasado un tiempo, la ropa se le había quedado pequeña y los monjes la dieron a esos que estiraban su mano pidiendo limosna los días de fiesta por la mañana en la puerta de la iglesia, personas más necesitadas y de menor estatura que él.    De aquellos años de infancia, de aquel sitio donde quedaron sus primeros años tan solo conservaba la vieja maleta bajo la cama, La deslucida biblia de la Madre superiora que guardaba en un cajón, a la que por causas injustificadas ya no hacía ningún caso, el consumido rosario de sor Enedina, al que le faltaban ya algunas cuentas, pero daba igual, solo estaba de adorno sobre su mesita de noche y como no, la carta de sor Isabel, aguardando a cumplir sus dieciocho años para abrirla.    Era una promesa,  la llevaba en un tipo de escapulario hecho de tela, bien cosido por los  cuatro costados y colgado del cuello por un cordel,  siempre junto a su pecho. 
       Solo le quedaba, acatar las normas establecidas, refugiarse en aquellos libros de texto y algún día poderles dar la satisfacción del deber cumplido.  Al tiempo que sus calificaciones subían,  crecía el desprecio por aquel monasterio y los monjes que lo habitaban.
            Una mañana, al terminar las clases, la vida decidió golpearlo bruscamente.         El padre prior lo llamó a su despacho, se le veía disgustado, pensando en dejar la conversación para después de haber comido. El muy zampón, al que ese día le iba a tocar ayuno, lo mandó sentar y comenzó a hablar con su déspota tono de voz.
           .- Anoche, cuando todas las hermanas dormían, ocurrió algo muy grave en el convento.
         Esa mañana, en maitines, habían echado en falta la presencia de sor Isabel, fueron a su celda y allí no estaba.     No aparecía por ningún sitio, extrañamente se había esfumado sin motivo.
       Después de buscarla por cada rincón, las preguntas anidaban en el  ambiente:
      ¿Habría decidido abandonar esa forma de vida?  ¿Se habría ido a visitar a Simón? ¿Volvería o se olvidaría de ellas para siempre?  
             Pero a media mañana, un grito conmocionado dio la voz de alarma, al ir a sacar agua, una hermana la encontraba en el pozo del huerto, ahogada.
        .- Arréglate, ponte el pantalón, la camisa y los zapatos nuevos mientras como, y yo mismo te acompañaré a despedirla.
     Antes de que llegase al comedor, Simón ya bajaba corriendo, interponiéndose entre él y la puerta, al tiempo que se abrochaba los botones de la camisa.
     
          Con paso agudo encaraban la empinada cuesta, cruzaban la plaza, sus tacones reverberaban en el portalón y nada más abrirse la puerta sus delgadas piernas avivaban el ritmo hasta llegar a  la celda por unos atajos bien conocidos.
       Allí estaba, esperando, tumbada con las manos sobre el pecho en aquel bajo camastro,  compañero durante años,  acólito fiel de tantas noches en vela cuando a Simón le daban guerra los gases, cuando con rabia mordisqueaba aquel aro de goma resarciéndose del dolor a cuenta del romper de sus encías, horas eternas si tenía décimas por algún virus, o simplemente cuando alguna pesadilla le hacía estar intranquilo. 
          Siempre alerta, expectante al mínimo ruido, a su respiración, incluso al prolongado silencio.
               Envuelta en un sudario de algodón, sobre unas parihuelas la acercarían hasta un hueco hecho en la tierra, justo detrás de la capilla, allí donde le darían sagrada sepultura.     La voz de Simón, hizo temblar aquellos muros.
  .- NO, ELLA EN PARIHUELAS, NO.
      El padre prior alargó su brazo con la intención de detenerlo.
    La Madre superiora con la mirada  exaltada agarró aquella mano y le hizo retroceder.   El chiquitín de la casa, ya hecho un mocetón, la recogió con sus brazos y se encaminó pasillo adelante, tras él, el resto de monjas. Al pasar por el patio central, hincó sus rodillas en la hierba donde tanto habían jugado. La Madre superiora le ayudó a incorporarse y proseguir el lento desfile procesional en su último viaje. Ellas, tan solo ellas; ningún familiar ni siquiera lejano acudió a despedirla.     Tal vez, no era él, el único solo en la vida.

      Antes de comenzar el camino de regreso al internado, la Madre requirió a Simón para que acudiera a su despacho.  
  El prior quedaría en el portal esperando con gesto malhumorado, todas lo habían mirado como lo que era, un intruso que les había robado el ver crecer a su  niño.   Sí,  de acuerdo que el traslado era requerimiento del obispado,  pero que esfuerzo le suponía dejarlo ir de visita, aunque solo hubiera sido en días señalados o una vez al mes.
           Los dos permanecieron callados un buen rato.
.- tienes que saberlo Simón.    Sor Isabel estaba intranquila, tal vez por la proximidad de tu dieciocho cumpleaños o por cualquier otra cosa que nunca mencionó.  Su mente sufría unas amnesias que se repetían cada vez con más frecuencia,  todas nos dábamos cuenta, aunque ella se esforzase por disimular.   Sabemos que volvieron a rebuscar en su celda, una hermana vio como la estaba colocando a media mañana.
    Yo le pregunté y me dijo que no me preocupase, que tal vez era que se estaba volviendo mayor, pero por más que lo intenté nada conseguí  que me contara.    Cuando tú te fuiste, se volvió aun más reservada, la soledad del recogimiento era su mejor compañía y apenas hablaba con nadie. Algunas noches la oíamos levantarse y pasear descalza pasillo arriba y abajo. Un par de veces me levanté para ver si le pasaba algo pero ella seguía andando con los ojos clavados en los dedos de sus pies y ni siquiera me contestó,  así que nunca sabremos que era aquello que rondaba en su cabeza,
          Anoche, a las hermanas de sueño más ligero, les pareció oír voces a lo lejos, al intentar prestar atención, todo era silencio, por lo que pensaron que  sería un sueño.
 Pero esta mañana esas voces cobraron sentido, forma y nombre. Nos queda la duda del cómo y porqué. Pero eso, solo Dios lo sabe.
               Ahora vete y vive tu vida de muros afuera, pero por favor, no nos olvides nunca y si alguna vez puedes y quieres, acércate a vernos y que te veamos.


                Aquella noche en el cuarto del internado, aunque algunos compañeros intentasen arroparlo y darle cariño, se sintió más solo que nunca,  culpable de no estar allí para protegerla,  de no haber podido averiguar quién podría ser la arpía oculta que alborotaba sus cuartos.    De tal vez, no haber rezado lo suficiente, para ganar su protección.   Culpable.    Sí.    Incluso de haber nacido.
      Se levantó.  Descalzo y semidesnudo se dirigió a esa cuadrada torre donde tantas noches había pasado por obligación.  Allí, junto a su soledad sollozando duelo, pidió explicaciones al alma, miró el resplandor de las luces de la plaza de nuevo, sintió un gran deseo de dormir en el  convento, junto a ella, bajo un metro de tierra.  
  Asomado al abismo, junto a la campana de bronce, de pie sobre las almenas puso sus brazos en cruz. Volaría hasta su lado, juntos, surcarían la inmensidad de  los cielos sobre los tejados, bajo aquel estrellado y cruel  firmamento.





sábado, 18 de junio de 2016

autor o personaje


...Hoy me acordé de ustedes.
Mi única pretensión es hacer una pregunta:
¿¿que en más real?? el autor o el personaje.
Para Evento: VIDA Y OBRA DE CERVANTES.
Apartado de: Poesía;
Título: Miguel Quijano ó Alonso de Cervantes
Autor: Carlos Torrijos Pareja – C.a.r.l.
País: ESPAÑA
Derechos Reservados / Copyright.
…Molinos de aspas al viento
convertidos en gigantes,
loco escritor que se duerme
siendo caballero andante.
…Amigo que nunca tuvo
al que contar sus hazañas,
escudero al que encontrar
esperando en la mañana.
…Armado de escudo y lanza
conquista a su bella amada,
a la que escribe poemas
que aloja bajo su almohada.
…Personaje introvertido
que se esconde tras la pluma,
para ser un gran señor
viniendo de baja cuna.
…Palabras que ocultan sueños
en las frases de una prosa,
Quijote, que fue clavel,
por no atreverse a ser rosa,
…Levántese, que ya es la hora,
despierte de su letargo,
han pasado cuatro siglos
y sigue siendo admirado.


viernes, 17 de junio de 2016

Hijo de la tormenta .-3



                              La celda de Sor Isabel estaba patas arriba, alguien había revuelto todo, pero no faltaba nada.  En fin, la persona debía buscar algo ¿pero qué?, ¿quién?  Solo podía ser una de las nuevas.
      Como es natural, todas las miradas se fueron focalizando sobre la señoritinga.
                 Desde luego que era presumida e insolente, caprichosa y vengativa, ¿pero qué la habría impulsado a hacer eso?, ¿Qué cosa buscaría en un sitio donde nada especial había?  
       Pasados unos días, Simón sin encomendarse a ningún santo, se fue a hablar con ella, y pedirle explicaciones de lo ocurrido.
             Ella juró y perjuró hasta la extenuación, que no había sido, toda su aptitud altiva cayó derrotada por la impotencia frente a la acusación tan empecinada por parte de aquel mocoso, y ella, sin saber cómo defenderse de algo que no había hecho.   
         Sus lágrimas imploraban perdón, por mostrarse tan arrogante desde el primer día, lo que sin duda había forjado el motivo  en la creencia de su culpabilidad.
           Simón, de repente dejó de gritarle, vio como la señoritinga, atalaya erguida, yacía a sus pies exhausta.
 Averiguaría quien había sido, pero antes debía librar de sospechas la imagen de aquella desdichada.
      Se fue hasta el despacho de la Madre y confesó su culpa.
       Él había desordenado todo jugando, era un pirata malo y aquella celda un barco que desmantelar.
    Una gran reprimenda y la promesa de un castigo ejemplarizante, hicieron que la joven también se inculpase de los mismos hechos.
    Al final, por mentirosos los dos se vieron confinados en la cocina durante un tiempo, fregarían todos los cacharros y después serian los encargados de limpiar las pocilgas.   Los trabajos menos gratos  en aquel recinto.
   La verdad es que acabaron haciendo buenas migas entre los dos.
          Ella no paraba de rezongar por todo y él se reía de sus gestos malhumorados, lo que la encendía aún más.      Poco a poco se fue acostumbrando a que las cosas, hay que aceptarlas como vienen.
     No había más remedio que hacerlas, pues mejor con alegría y el tiempo pasa más rápido.
        Llegó el día de retiro que solía coincidir con el último domingo del mes y como no, también la hora del capítulo de culpas.
          La madre superiora, esperaba oír una confesión de alguna de ellas, pero nada ocurrió, sin ningún otro particular exhortó a todas y se dirigieron en silencio hacia el comedor dando por zanjado tan desagradable acontecimiento.
      Todo ya, parecía olvidado.    El tiempo había cicatrizado las rencillas y el convento había vuelto a ser una balsa de aceite.
 Pero…    Antes de comer, Simón corría hacia donde se encontraba la señoritinga. Había vuelto a ocurrir, esta vez en su habitación.
      Tenían que colocar todo antes de que alguien se diera cuenta e investigar entre los dos quien era la causante de esos desmanes y el motivo de su despropósito.
               Esa mañana, todas habían permanecido acompañadas en sus quehaceres, excepto la madre superiora que  había estado en su despacho.   Pero cómo controlar si alguna se había ausentado en algún momento, sin ni siquiera levantar sospechas.
          Todas sus pesquisas eran inútiles, repasaron una y otra vez todo lo que había en el cuarto, algo que les pudiera dar una pista sobre lo que se estaba buscando.   Allí no había nada peculiar.
           Antes de darse por vencidos,  pensaron en quemar el último cartucho.       Decidieron detallar todo lo ocurrido a sor Isabel para saber que podían estar buscando y así tener un punto de inicio en el que pensar.   Algo común entre los dos aposentos, algo debería haber que pudiera causar los registros.
         Cuando sor Isabel se enteró de lo sucedido, montó en cólera.     Lo único que podía unir las dos estancias era Simón.    Si a alguien se le ocurría tocar a su criatura, la despellejaría viva con sus uñas.
        Aunque ella pretendía salir al patio y reunir a todas, entre los dos, la convencieron para que no lo hiciese.  Así no se conseguiría nada, había que descubrirla con cautela, sin levantar sospechas de sus intenciones.   Buscaron y buscaron, pero tampoco encontraron nada a lo que poder dar una relevancia.
         Habían pasado ya los meses establecidos.       El día en que las postulantes, pasaban a ser novicias, era una jornada especial.  
Acudieron varias personas a contemplar el primer paso dado hacia la unión con Dios.    La solemnidad de un acto tan emotivo, parecía levantar los techos y ensanchar las paredes de la pequeña capilla.
                Sus descripciones bautismales fueron abandonadas junto con los mundanos pecados y las virtudes teologales se encunaron en sus almas con unos nuevos nombres:

·         La doña……………..…...  Soledad
·         La señoritinga……….…..  Angustias
·         La  mojigata………….….  Amparo

            Pasado un tiempo, la noche en que Simón cumplía los años, como siempre, se ausentaba de su celda.  Sor Isabel salía al portal y acurrucada, envuelta en una áspera manta, esperaba para ver si alguna mujer merodeaba por los alrededores hasta que empezaba a oír  las pisadas de las hermanas despertando por los pasillos.
Tras los portones, asomando su nariz por la rendija, vigilaba cada  sombra deambulante, esperando apareciese quien no sabiéndose observada, aportara alguna luz, sobre la procedencia de Simón.
       Antes de romper la claridad, ella entraba de nuevo, sabiendo que otro año más, estaría a su lado.
                  Esa mañana, al ir hacia la capilla, para maitines y laudes recordó algo que había quedado arrinconado en el pasado, lo que solo ella sabía, eso que nunca contó, ese detalle, tal vez, pudiera ser por egoísmo, había incluso borrado de su memoria, eso, que se hallaba escondido donde nadie jamás lo encontraría.
   Su mente, desde hacía tiempo, había comenzado a tener lagunas cada vez con más frecuencia, los miedos a veces se apoderaban de ella, apreciaba como momentos del día se habían evaporado de su consciencia y se sentía confundida.    Otras, bueno,  simplemente pensaba que no debía darle importancia;  trastornos transitorios del cuerpo y la mente, en una situación que con los años, debe de que pasar cualquier mujer, llegada la pérdida de su condición  de fertilidad.
                         Pasó el noviciado, las tres aceptaron proseguir con el  juniorado.
                 Aun quedaba un largo camino por recorrer hasta aceptar sus votos definitivos.         La vida entre aquellos muros había dado y madurado sus frutos.    Las dudas y resquemores de los primeros meses habían pasado a la historia y  la liturgia establecida dentro de la orden formaba parte de sus vidas
                       Sin remedio, llegó el momento tan temido.  Simón se acercaba a la pre-adolescencia.     Entonces, una vez terminada su etapa escolar, como condición pactada en la carta de la concesión de su tutela, debería abandonar el convento, marchar al internado del monasterio de los monjes franciscanos, allí seguiría estudiando y permanecería hasta alcanzar la mayoría de edad.
             En su maleta, entre la ropa, la biblia de la madre superiora, el rosario de sor Enedina y una carta dada por sor Isabel, la cual no debía de abrir según lo prometido ante dios, hasta el momento en que por fin, cumpliese los dieciocho años.