Carlos,
se marchó, simplemente iba a por pan al súper de al lado de casa. Pasaron dos horas. Apareció en casa con Jose el farmacéutico, bueno
en un lugar que debería ser su casa, porque allí estaba Ana esperándolo.
Aquel sitio era un salón, decorado con
muebles antiguos, parecía estar justo dentro del súper, como una estancia
anexa. A través de un ventanal inexistente, en ningún momento perdía la hilera
de cajas de vista.
Ana preguntó: .- ¿cómo has
tardado tanto?
.- pues resulta que cuando me disponía
a pagar, he visto allí una furgoneta, aparcada junto al bordillo de una acera. Había una pareja con un infernillo en la parte
de atrás, pero en el suelo. Las dos
puertas estaban abiertas y era como una especie de vivienda ambulante.
Resulta que la señora
llevaba un aparato para poder oír y no le funcionaba bien. Dentro (en la
furgoneta) había un micrófono y el marido entraba a hablar para ver si
funcionaba, mientras yo le revisaba los jack, que iban conectados: uno al
amplificador y otro a un audífono.
Nada, era una bobada, un mal
contacto, pero al final se lo he dejado funcionando.
Los dos lo miraban con cierta extrañeza.
Entonces, Jose entro en la conversación.
.- ¿pero qué dices
Carlos? Hemos estado juntos tomando un par de cañas
.-estás tonto, yo, unas cañas, pero si no bebo
.-que no es me lo
hayan contado, que he estado yo contigo
.-Ana, díselo tú; si no pruebo el alcohol desde hace años.
Ana lo miraba con
incredulidad de lo que estaba pasando.
.-
pero vamos a ver. ¿Nos quieres hacer creer que yo no he estado contigo?, ¿Que
en el súper, había una furgoneta aparcada y que en ella había una pareja
cocinando en el suelo, discutiendo porque no funcionaba no se qué aparato de
oír?
.-claro que estaba allí, ya os lo he dicho, en una especie de calle al
lado de la acera. Joder, que el aparato he
estado arreglándolo yo. O es que me queréis hacer creer que estoy
loco.
De
repente irrumpió en el gran salón, saliendo de detrás de unos amplios y pesados
cortinones un señor mayor. Debía de ser
el dueño del súper. Se puso a vocear. Todo
aquello tenía que ser olvidado. Nadie
nunca podía saber lo sucedido en aquel sitio y que para dejarnos marchar tendríamos
que salir por una especie de gatera (a modo de tunelillo cuadrado) que estaba
justo frente a la caja.
Primero
salió Ana. Luego Jose, el gran culpable
de todo aquel des alisado. Arrastrándose
como una rata por aquella especie de cloaca, con un resplandor de luz al fondo.
Entonces,
una ligera imagen aérea, mostro la panorámica de que aquello era un sueño. El tal
Carlos no era otro si no yo.
Podía haberme despertado en
ese momento, pero consciente de lo que estaba ocurriendo decidí seguir soñando
y así al mismo tiempo analizar lo que iba sucediendo para sacar alguna reflexión
de ello.
En ese momento me negaba a
salir por ese agujero. Yo no me arrastraba ante nadie. A la vuelta de una esquina a un metro y
medio escaso se encontraban unos peldaños de piedra bajo una puerta.
Yo pretendí salir por ella. De pie, con la cabeza alta y mi razón como
bandera, pero dos esbirros de aquel señor poderoso me lo impidieron, dejándome allí.
En
aquel lugar confinado.
Cerca
había un patio, un corral de gallinas, un poco antes, unas oficinas con sus
mesas, sus secretarias y en la pared,
unas puertas que daban a un aseo.
Pedí permiso
para entrar. Ninguna pareció
prestarme la más mínima atención. Era
como si no existiese, pero una de ellas alzó su mirada impidiéndome la entrada.
Salí de allí con la intención
de ir a orinar al patio. Ya no podía aguantarme más.
Aparecieron a mi lado dos
nuevos personajes. Pretendían hacerme entender que confundía los
sueños con la realidad, que en mi enfermedad, alternaba momentos reales con ocasionales
pautas ficticias y que a lo largo del tiempo, había llegado al grado de
mezclarlas con tal naturalidad que no era capaz de diferenciar la realidad de
la ficción.
Yo no
estaba loco, solo ellos, eran los equivocados. Querían hacerme creer que mi estado no era
normal por alguna extraña razón que no llegaba a entender.
Tranquilicé mi indignación, respiré hondo y
me puse a pensar en cómo deshacer ese entuerto.
Aquel era un mundo de
locos. Si yo no lo estaba, de ningún
modo me entenderían, pero si era capaz de hacerles creer que lo estaba,
entonces sería una persona normal para ellos.
Me empezaría a comportar
compulsivamente. Me
haría mis necesidades encima. Todo lo que era realidad lo interpretaría
como sueño y aquello que yo sabía que era un sueño lo asumiría como realidad.
Pero……
¿Como diferenciar lo que para mí era real de lo que ellos consideraban delirios?
Era sencillo. Seguiría
dormido para poder seguir controlando la situación y cuando el despertador
sonase, entonces sabría que el abrir los ojos y vestirme, era cuando empezaba a
soñar.
Sonó el despertador. Intenté seguir en mi estado, para alargar
aquello de lo que me faltaba el final.
Seguía sonando. Ya tenía que faltar poco tiempo. Tenía
que aprovechar los últimos minutos para averiguarlo.
La
voz de Ana restalló en mis oídos:
.-vamos Carlos, que hay que vestir a Raquel
Me levanté y en mi mente guardé lo soñado,
para no olvidar la incertidumbre de mi estado cuando todos creían en mi locura.
Todos menos yo.