Los complejos desde niño
que
no se si he superado,
las
espinas del camino
que
en mis pies se han ensañado.
Desamores olvidados
de aquella
mi adolescencia,
la
crueldad del destino
la que
colmó mi paciencia.
El querer y no poder
creer
en algo supremo,
el tener
la sensación
que
lo mío le es ajeno.
La depresión, compañera,
que
lametea mi herida,
el no
querer despertar,
preferir
soñar la vida.
Las frases sin argumentos
pronunciadas
en velorios
de aliento
de parafina,
tanto
esperar el momento
que
envidio a quien lo culmina.
Tanto he cambiado, que horror,
¿carezco
de sentimientos?,
o es
que mis alas de ángel
se las
ha llevado el viento.
Después de haber derramado
aguaceros
en papel.
Arroyos
sobre las teclas,
ríos
en mi soledad,
océanos
de impotencia
que
hicieron mi alma temblar.
Tantas
lagrimas vertidas,
que
se me olvidó llorar.
Es hermosísimoooo Carlos, triste pero hermoso. Cuánto siento este poema. No es siempre, pero a veces, lamentablemente ocurre, poeta. Nos quedamos secos. Abrazo de tinta.
ResponderEliminarQuerida amiga, lo que bien se aprende, enseguida se recuerda.
ResponderEliminarsolo hizo falta un tiempo para recordar la lección.
Se me olvidaba qué, te había olvidado. ¡Y llodé! Precioso
ResponderEliminarBendito aquel, que sabe llorar. pues sus lagrimas por tristezas o alegrías, darán alas a sus sueños y luz a su alma.
EliminarGracias mi estimada poeta y reina Isabel.
La niñes de los huesos encorvados ayudan a cultivar otros huesos, esos que te llenan de alegría, cuando otros pequeños ojos disfruten de tu compañía.
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