.-bueno señor Manuel,
hoy ya nos toca ir a hablar con el cura
.- que pesado estás con el cura. El señor cura ya murió, tenía la manía de
cuidar mucho el alma, pero poco el cuerpo. El ayuno no era una de sus
prioridades y la dieta que le puso su médico de cabecera se la saltaba a
diario, la cosa se veía venir y como es natural llegó.
.- entonces ¿dónde
vamos hoy?
.-a ver a una anciana, ronda ya los noventa
y tantos, pero seguro sigue como una rosa.
Había pasado inadvertida para mí,
hasta que por casualidad me fijé en ella.
El día del entierro, estaba allí, alejada,
mirando sin hacerse notar.
Creímos que sería alguien que estaba visitando
a algún familiar.
Transcurrido un tiempo, un día que fui a
depositar un nuevo poema sobre la arena, allí estaba. Al verme se apartó sigilosamente.
Esto me ocurrió en un par de veces y
entonces, fue cuando me decidí a preguntarle quien era.
Pero mejor que te lo cuente ella. Su nombre es Amelia, pero de siempre (ni
ella se acuerda porqué) la han llamado Conchita.
En aquel viejo portal flanqueado por una verja
de hierro como puerta, unos escalones de madera con barandilla de forja, les
invitaban a subir al tercer piso.
A Javier le hizo gracia el llamador que se
alojaba en el centro de la puerta a la altura de los ojos. Una
mano con una bola hecha en hierro, con articulación en la parte superior para
golpeabar sobre un clavo de cabeza ancha.
.- ¿nunca lo habías visto antes?
.- no
.-esto aquí lo llamamos picaporte
Toc, toc.
Una voz gruñona respondió:
.- ¿Quién es?
.- Conchita, soy yo, Manuel, el inspector
.- ¿qué coño querrá ahora la
autoridad? Ya voy, siempre molestando
.-hola, que soy yo
.-pues haberlo dicho, que leche
tanto inspector ni tanta ostia
.-vaya genio
.-Ssssss.
Esta usted echa una moza
.-sí,
y usted un chaval, pero sabemos que es un cumplido los dos. ¿y este mozo tan apuesto?
.-yo me llamo Javi y
vengo a acompañar al señor Manuel
.-en
realidad es al revés. Quiere escribir algo sobre un gran poeta y
quería conocer la historia real de primera mano.
.-me está hablando usted de mi Flavio
.-de quién si no
.-sentaros aquí, ¿hace una palomita,
para endulzar la boca?
.-por supuesto, no faltaría más
.-ahora preparo tres y le cuento
.- ¿qué es eso de una
palomita?
.-un vaso de agua
.-vale, vale
.-pero con un buen chorro de anís.
.-bueno, pues brindemos por tan gran
poeta
.-entonces, ¿usted
también conoció a Flavio?
.-tranquilo, primero el brindis y un
traguito de esta maravilla que nos ha preparado Conchita
.-pues claro que lo conocí.
Era un ser estupendo, siempre
dispuesto para todo.
Tenía cameladas a todas las mujeres del barrio con su palabrería siempre
galante y como no, a mí, la que más.
Piropeaba
a toda señora mayor de treinta con una gracia especial, aderezada con un
peculiar acento andaluz,. Era tan sutil, que hasta los maridos agradecían sus
palabras.
.- ¿entonces era
andaluz?
.- sí, según me dijo una vez, nació en un
pueblo de la provincia de Jaén, pero muy
jovencito se puso a recorrer los caminos de sitio en sitio, hasta llegar aquí.
Curiosamente, solo se le notaba el deje,
cuando él quería que sus palabras sonasen a alago hacia alguien.
Las
noches de los martes de punta en blanco, se acercaba a una taberna de renombre,
allí donde se reunían escritores y poetas de la época, participaba en sus
tertulias. Al final se dio cuenta de
que su inteligencia, no podía competir con los padrinos.
Se olvidó de su sueño de altas esferas.
Después, alguna que otra noche paseaba por las
zonas del artisteo.
Pasó del taburete alto de cafetería
elegante, a apoyarse en la barra cutre de bar trasnochado, entre letristas,
músicos, guionistas y actores, esperando abrirse camino en el difícil y bohemio
mundo de la farándula.
Tras ver fallido aquel intento, se hizo
dueño de ese rincón donde su libertad solo era presa de su poesía. Tras unos
pocos meses, cambio la pensión donde dormía por la compañía de sus cartones.
No pocas veces, le ofrecí mi techo y mi
cama, pero mi mirada enamorada, le hacía decir no. Su único amor eran las letras y por
deferencia a mi amor, dormía bajo cartones por no dar pie a ilusiones
infundadas.
Ahora a mi edad, ya no me importa confesar
que alguna que otra tarde-noche, aliviamos nuestras penas y necesidades en mi
alcoba; eso sí, nunca mostró la intención de cruzar esa línea.
Todos conocían mi profesión, él cuidaba
mi esquina de intrusas mientras recitaba sus poemas y yo, mirándolo con dulzura,
vigilaba que nada turbase su sueño esperando a que apareciese algún cliente.
.- ¿entonces usted era….?
.-sí, dilo, puta, los dos eráramos iguales,
libres a pesar de la marginación.
Pero
no te confundas majo. Tuve muchos
pretendientes con buenas intenciones, pero lo que sentía por él, jamás sentí
por ningún otro.
Yo
tenía muy clara la diferencia entre la pasión y el dinero.
Solo él, llenó de amor mi cama, aunque muchos
otros pasasen por ella.
Bueno, a lo que íbamos que estábamos
hablando de él no de mí.
La
verdad es que por aquel entonces, la gente era más desprendida se aceraba a
echarle monedas y paraba a oír sus
poemas más que en sus últimos tiempos, en los que ya las personas parecían ir
con prisa a todos lados.
Yo ponía mi parte en que siempre fuera hecho
un figurín.
Le
lavaba la ropa y se la colgaba en el
armario bien planchada.
Subía a cambiarse cada tres o cuatro días. Siempre estábamos discutiendo, porque al día
siguiente de habar dormido con ella puesta estaba toda arrugada, siempre lo
amenazaba con lo mismo, me haría la tonta y no volvería a lavar ni planchar su
ropa. Que así, cuando vistiera hecho
un adefesio se daría cuenta.
Él se sonreía, me miraba con ojos
picaros pero llenos de ternura mientras se afilaba la punta de la nariz, se acercaba, me daba dócil un beso en la
frente y cogiéndome por la cintura, me recitaba cerca del oído en voz baja, con
ese acentillo tan gracioso que tan solo para mí guardaba:
Manos que cuidan mi ropa
poniéndole la pasión,
que quisiera para el alma
cualquier roto corazón.
Como mi niña bonita
podría dejarme a un lado,
si sabe, que ella me quiere
y yo siempre la he amado.
Luego al llegar a la puerta, se daba
la vuelta y con sus suaves manos secaba mis lágrimas y me besaba los labios
(porque yo siempre fui muy llorona)
Y ya ves, fuimos envejeciendo juntos el
uno al otro.
Yo tenía suerte, el piso lo heredé de mi
madre y cuando llego la hora de dejar la calle, tenía un dinerillo ahorrado,
para seguir mal viviendo y aquí sigo.
Me
apoyaba en la barandilla del balcón y lo oía con la boca abierta lo bien que
recitaba sus versos. Algunos parecían dedicados a mí, pero nunca me
lo dijo. Nunca me quiso romper el corazón y yo jamás me sentí celosa de aquella
rival invencible, su gran amor:
La poesía.
.-es una historia preciosa,
a su manera, fueron los dos felices
.-muy felices, pero cuando partió,
se me escapó la vida y aún muchas tardes abro el balcón y lo escucho, mientras
plancho su ropa ya desgastada por el roce de la plancha, esperando para que
suba a cambiarse.
.-no se preocupe Conchita, si lo oye, es
porque él está ahí, nunca se marchó de ese rincón ni de su lado
.-pues eso mismo pienso yo
.-gracias, muchas
gracias por habernos atendido y que siga usted tan guapa
.- mira el jovenzuelo, tan zalamero
como él, solo le falta el acento.
.-hasta otro día Conchita y cuando termine
el curso, tranquila, yo me encargo de que venga personalmente a leerle lo que
haya escrito
.-le doy mi palabra
.-pues escríbelo pronto, que no
quiero que vayas a leérselo a una lápida
.-de usted depende el
esperarme y sé que lo hará
.-vamos, fuera de aquí, que ya me
estoy poniendo tierna y no quiero que nadie vea lo fea que me pongo
.-vale, vale nos vamos.
Bajando las escaleras:
.-el próximo día será el colofón de esta
historia y a partir de ahí, te las tendrás que arreglar tu solito
.-si señor Manuel,
después de hoy ya sé que enfoque quiero darle a mi artículo.