lunes, 20 de abril de 2020

PARCHÍS (13)



        A primera hora de la mañana, alguien llamaba insistentemente al timbre. Era la tía Basilisa, hermana de la madre de Arturo; había venido a la ciudad e iba a verlos con la intención de la acompañasen a la consulta médica para la revisión de sus achaques de dolores de rodillas, que al final siempre se arreglaba con una receta de las pastillas de siempre que ella nunca se tomaba, porque decía que lo mejor para eso era una infusión de tomillo con un poco de miel y un chorrito de aguardiente por la mañana; que así era como entraban en calor las articulaciones de los huesos.
-Berta.- pero pase y desayune tía
-Basilia.- no, no que al final llegamos tarde
-Berta.- pero ¿a qué hora tiene cita?
-Basilia.- a las doce
-Berta.- vamos por favor, que son las diez y la consulta está a cinco minutos
-Basilia.- me voy a sentar pero iros a vestir que luego pasa lo que pasa
-Berta.- también podía haber avisado de que tenía que venir hoy
-Basilia.- parece que les molesto, con lo que yo los he querido siempre (refunfuñando entre dientes)

    Berta entró en la cocina, y mandó a Sara a que le diese un beso a tía, que estaba ya sentada en el sofá.
-Sara.- hola tía como etá
-Basilia.- ven que te doy un beso
       Esos besos de ventosa húmeda, a la niña no le hacían ninguna gracia pero…
      Se limpió con la manga del pijama la cara y con un gesto de asco dijo.- bueno, adiós, y se fue a la habitación a que la vistiera mamá.
    Basilia no paraba de refunfuñar:   Que educación, ni un beso se le puede dar ya a los niños; si le llego a hablar yo a mi tía de tú, me llevo un sopapo, así, así, es como se malcría a estos mocosos.
             Una vez vestida, mientras mamá se terminaba de arreglar, Sara se sentó a jugar en la alfombra. La tía con cara de sota, la examinaba de arriba abajo poniendo faltas.    .- ya ves con pantalones una niña, con esas zapatillas, no tendrán para comprarle unos zapatos y encima sin calcetines, que desastre y así saldrá a la calle, que vergüenza. En parte mejor que no vayan al pueblo, porque vaya bochorno para mi hermana, si tiene que ir así con ella a misa.
      Parchís andaba merodeando alrededor de Sara
.-.-.-  mira y el gato sobándose en la ropa recién puesta, solo para sacudir pelos, que poco respeto hay por las cosas.
     A este que no estaba a lo que tenía que estar, solo se le ocurre que acercarse a rozarse en ella, como un gesto de cariño. Basilia lanzó el pie hacia delante.- Quita micho, a ver si me vas hacer una carrera en las medias.
-Sara.- Pachís, ve aquí bonito, no taceques ma a ella (en voz alta y con toda la intención de que lo oyera)
-Basilia.- pues sí, mejor que no se acerque
     ---  No empezaba muy bien la mañana ---
-Berta.- bueno vamos, nos tocará esperar allí dos horas
-Sara.- ¿y Pachís?
-Berta.- No, donde vamos, no puede venir
-Sara.- jo
-Basilia.- pues sí, solo faltaba, llevar al gato a la consulta del médico
        Ya en la sala de espera, Basilia empezó con los dimes y diretes del pueblo, cosas que a Berta ni le importaban, pero ella raca que raca. La niña sentada sin moverse, sabía que cuando se iba a los sitios no se podía andar corriendo y molestando a los demás; y por fin una idea.
-Sara.- mamá, tengo sed
      A Berta le vino que ni anillo al dedo
-Berta.- vamos Basilia que aún queda tiempo, nos tomamos algo en la cafetería y le compramos agua a la niña
      Pero claro, eso de que tuviese que abrir el monedero, no estaba dentro de sus intenciones.
-Basilia.- no, no, ir vosotras yo espero aquí, que hoy me duelen mucho las rodillas
-Berta.- vamos Sara, ¿quiere que le traigamos algo?
-Basilia.- si me trajeses un botellín de agua, pero es que no tengo suelto
-Berta.- tranquila, que tampoco voy a salir de pobre
      Pasillo adelante con tranquilidad, iban las dos tan contentas. En el bar, Berta se tomó un café con leche y Sara un zumo, y ya de vuelta, sacaron de la máquina dos botellines de agua, uno  para Basilia y otro para ellas.
       Otro rato más de espera y allá a la una menos veinte por fin la llamaron; nada como siempre fue entrar y salir, cada vez era lo mismo, andar mareando para nada.
      Ya de vuelta a casa, a medio camino.
-Berta.- ¿y a qué hora le sale el autobús de vuelta?
-Basilia.- hoy me toca coger el le las cinco, con darme hora tan tarde al de la una ya no llego
-Berta.- pues habrá que comprar algo para hacer de comida, mira ahí hay un súper
-Basilia.- bueno, bueno, pues si no tienes comida hecha, compra lo que creas, que os invito yo
      Qué santo se habría caído del cielo, esa tarde seguro que se preparaba tormenta.
     Echaron en la cesta una docena de huevos, una bandeja de filetes, unos tomates para ensalada y Sara con disimulo puso un saquito de pienso para gatos.
      Al pasar por caja e ir a pagar Basilia se quedó mirando el pienso.
-Basilia.-  ¿y esto?
-Berta.- pienso, pero si te es mucha molestia tranquila que lo pago yo, aunque no sé si llevo suelto
-Basilia.- no hija ya lo pago, total… (Su cara no era de agrado precisamente)
      En casa Berta hizo la comida y llegó Arturo; saludó a su tía y se puso a poner la mesa; cuatro platos, vasos y cubiertos y las cuatro sillas una a cada lado de la mesa. Eso quería decir que hoy él se había quedado sin sitio.
      Berta siempre se sentaba junto al fregadero, Sara al ser más pequeña al lado de la pared y papá hoy seguro se ponía junto a la nevera, dejando así el sitio de la puerta que era el más amplio para la invitada.
     Esa vez, tenía que ser valiente; cerró los ojos para no verlo y metió sus cuatro patas en el cuenco del agua, una vez dentro, con todo el dolor de su corazón se agachó hasta empaparse bien la barriga, salió de allí y fue a subirse directamente a la silla de la invitada, tras lo cual huyó al salón a secarse en la alfombra y esconderse detrás del sofá.
     Cuando la señora se acomodó con aire altivo, dejando caer sus posaderas sobre la silla.
-Basilia.- Berta, pero si esta silla está empapada
-Arturo.- pero si la acabo yo de poner en su sitio
-Berta.- levante, levante que la seco
-Sara.- papá, que macha (tapando con la mano la sonrisa de su boca)
-Arturo.- caya, caya, (ante la déspota mirada de la tía)
-Berta.- bueno, bueno, no ha pasado nada, el agua se seca; vamos ya está, a comer
     No cabía ninguna duda, el que allí faltaba, seguro que había tenido algo que ver.



domingo, 19 de abril de 2020

PARCHÍS (12)




              El domingo por la mañana, amaneció totalmente despejado;  se preveía un día estupendo aunque no demasiado caluroso por la época del año.
   Lo bueno de vivir en una ciudad pequeña es que el campo siempre está a tiro de piedra y desde su ventana se podían ver los montes verdes y campos ya floridos.
    Cerca de casa (a un kilómetro más/menos) ya a las afueras, había una fuente con asientos de piedra y justo al lado un riachuelo, que es esa época debía de estar rebosante de vida.
      Prepararon una hortera con una tortilla de patatas y pimientos fritos (comida típica) y antes de que picase más el sol, salieron andandito a su jornada campestre.
 Sara llevaba al gato sujeto por una correa, mamá en una mano a Sara y en la otra, la bolsa con la comida y  papá cargaba con una mesa plegable, una manta vieja para tirar en el suelo y un cubo lleno con juguetes de goma y ropa de cambio para Sara.

    No tardaron mucho en llegar; lo primero fue refrescar sus gargantas con el agua tan limpia y fresca que manaba directamente de la montaña. Qué rica estaba. Parchís no se acercaba demasiado, pues al caer el chorro salpicaba y eso no le hacía demasiada gracia; así que papá cogió agua en sus manos y de allí ya pudo beber relajado.
         A pocos metros, a la sombra de unos árboles una hierba verde invitaba a poner la manta y poderse sentar incluso tumbar en ella sin perder de vista la orilla del riachuelo que no llevaba más de dos palmos de agua, pero toda precaución es poca cuando se trata de una niña con ansias de investigar.
       Sara iba poniendo los muñecos en el agua, Parchís recorría la orilla corriente abajo junto a cada uno de ellos y Arturo, los esperaba un poco más abajo, para acercarlos a la orilla con un palo y volverlos a recoger, luego Parchís se encargaba de coger uno a uno en la boca y volver a llevarlos al sitio donde estaba Sara.
Berta hacía tiempo que no estaba tumbada tan a gusto; la hierba hacía un mullido placentero, la temperatura era perfecta, el paraje divino y el murmullo del agua súper relajante; con los ojos cerrados pero sin llegar a dormirse disfrutaba de cada olor que la brisa suave le regalaba, trayéndole recuerdos de su niñez y adolescencia en aquel mismo lugar tantas veces visitado.
    Parchís no tardó en cansarse de tanto caminar abajo y arriba, así que se fue a tumbar al lado de Berta. Esta comenzó a contarle esas preciosas historias, al tiempo que  acariciaba su cuerpo de cabeza a rabo deslizando la mano por el lomo. Parchís miraba embelesado como sus labios se movían susurrando esas palabras que solo él podía oír y que sonaban a melodía de nana, por lo que poco a poco, se le fueron cerrando los parpados, ralentizando el respirar y durmiéndosele el corazón.
       Una situación demasiado idílica como para que durase mucho tiempo; Sara cogió agua en sus manos y ¡zás! No pudo tener otra idea que dejarla caer sobre ellos. Qué graciosa, que risas. No se sabe quién tenía perores ideas si ella o su padre, que seguro fue el inductor. Pero no era cuestión de enfadarse, habían ido a disfrutar de ese día, así que se pusieron a jugar los cuatro en la manta a las peleas. Mamá y Sara intentarían ganar a papá al que ayudaría el gato.  Al poco rato y viendo que papá era más fuerte, Sara decidió ir con papá y que Parchís ayudase a mamá, con lo cual al gato le tocaba algún que otro manotazo. Visto lo visto, prefirió retirarse a un lado y limitarse a observar tranquilo, junto al tronco de un árbol.
     Llegó la hora de comer y después nada mejor que una buena siesta. Entre tanto Parchís junto a la orilla, miraba con asombro los renacuajos que por allí nadaban. Estiraba su pata para intentar cogerlos, pero antes de que esta llegase al agua, la retiraba hacia atrás, (eso del agua no iba con él).
             Las ideas peregrinas, rondaban por las mentes perversas.
     Arturo se levantó y a gatas, sigilosamente se acerco a él por detrás y de un empujón el gato cayó al agua.  Tardó nada en salir y receloso se alejó a varios metros de ellos.
-Berta.- ven Parchís, guapo
-Sara.- ven, no pasa nada
    Ya, ya, el gato no se fiaba ni de su sombra
-Berta.- desde luego, es que no tienes una idea buena
-Arturo.- venga, pero si ha sido una broma
               Aún era pronto así que estarían allí echados otro ratito antes de recoger y comenzar el camino de regreso antes de que empezase a refrescar.
      Parchís, poco a poco se fue arrimando de nuevo a la orilla; toda su intención era lograr sacar a uno de esos animalitos del río y jugar con él en la hierba.
     Mientras los padres reposaban boca arriba y con los ojos cerrados disfrutando del momento, Sara quiso imitar la acción anterior.   Despacio muy despacio dio una vuelta sobre su propio cuerpo saliéndose de la manta, luego a gatas, apoyando las rodillas y los codos para no se apenas vista se fue acercando a Parchís y cuando ya estaba cerca de él, se lanzó a empujarlo.
    Esta vez parchís ya tenía la mosca detrás de la oreja, dio un salto hacia un lado y Sara cayó de cabeza al agua.
    Al oír el ruido, el chapoteo y las voces; los padres se levantaron y se lanzaron a cogerla.
     Ahora era Parchís quien los miraba riéndose. Se acabó el día de campo.    Cambiaron a la niña para que no cogiese frio  y ellos dos con la ropa empapada camino de casa a ponerse directamente el pijama.
         Parchís andaba todo chulo, viendo el pelo de Sara empapado y  lo seco que él iba.







sábado, 18 de abril de 2020

PARCHÍS (11)




      Transcurrieron unos días difíciles en su relación; a la hora la comida o la cena Parchís se subía a la silla en pocas ocasiones y cuando lo hacía, Sara no le daba ni un cachito de pan. Cuando Sara estaba con mamá en las habitaciones o la cocina, Parchís aprovechaba para jugar en la alfombra y cuando Sara llegaba al salón, él directamente se marchaba y se entretenía con cualquier cosa que hubiese por el suelo del pasillo.
      Los padres decidieron no meterse por medio, no darle importancia y que ellos lo solucionasen, sería la forma más rápida de que aquello quedase en el olvido.
       El tiempo fue pasando y la tensión se fue relajando entre los dos.  Mamá había cosido a unas horquillas dos lazos rojos con lunares blancos, uno un poco más grande que el otro. 
    Esa tarde de sábado saldrían los cuatro a dar un paseo y luego al parque a jugar en los columpios.  Mamá puso un lazo en la diadema de Sara y el otro en el collar de Parchís. Los dos se sentían orgullosos de ir tan adornados; por fin algo que los volvía a unir, iban como dos hermanos.
        En el parque unos niños jugaban con una pelota pequeña de goma, Sara empujada por su padre, cerraba los ojos al sentir el aire en la cara con el balanceo del columpio, Parchís intentaba subirse por los escalones que daban acceso al tobogán y Berta en el banco, charlaba con unas señoras.
     Un cuchicheo acompañado de risas captó la atención de Parchís:
       .-.-.- que ridículos
     .-.-.- los dos con el lazo
         .-.-.-mírala, la ratita presumida
     .-.-.-mirar el gato, parece sarnoso, ja, ja, ja,

       Parchís se fue debajo del banco y allí a la sombra se sentó junto a una de sus patas a pensar.

   Las risas seguían, mientras uno de ellos apuntaba con el dedo hacia Sara, aunque él ya no podía oír las ofensas que su boca vertía, acompañando a ese gesto burlesco.
     Siguió pensando, eran muchos y muy grandes y si le arañaba o mordía a alguno “que es lo que se merecían” él sería el culpable y encima recibiría las represalias.
       Una voz interrumpió en juego.
.-.-.- Vamos chicos a merendar
     Todos vinieron corriendo a por el bocadillo; Sara y su padre seguían tranquilamente en el columpio.
Mientras quitaban el papel que recubría las meriendas, la pelota fue a caer precisamente cerca de sus patas; sin tiempo a pensar, de un manotazo, la mando una zona del césped donde estaba la hierba bastante alta, luego como un resorte dio la vuelta por detrás y se subió sobre las piernas de Berta.
     Los niños solo tenían ojos para el bocadillo, mientras hablaban como energúmenos con los carrillos llenos y en cada risotada las migas dibujaban su mala educación.
    .-.-.- vaya gato más chulo (comentaba una señora a modo de guasa)
-Berta.- sí, es muy bueno y muy listo
     .-.-.- y muy adornado
-Berta.- pues sí, ¿a qué va guapo?
     .-.-.- bueno mira, los lazos son iguales
-Berta.- pues sí son iguales,  y como se los he hecho yo, pues ya está
    .-.-.- tampoco es para que te pongas así
-Berta.- no, si yo solo digo, que a mí me gusta cómo van
      .-.-.- a ver que yo no digo que vayan mal
-Berta.- pues eso
      Terminaron de merendar y se armó la gorda. La pelota no aparecía. La madre de un niño, reclamaba al resto que la dichosa pelota tenía que aparecer; las demás madres se levantaron eufóricas (sus hijos no eran unos ladrones).
Viendo como se ponía la cosa, Berta cogió en los brazos a Parchís y se fue al columpio a ver como se divertía Sara.
   Como la pelota no aparecía, la señora exigió que cada una de ellas, mostrase el contenido de sus bolsos, a ver en cuál de ellos estaba, lo que propició una trifulca monumental que acabó después de un rato, con cada madre por un lado agarrando de la mano a su niño y tirando de él, al tiempo que resoplaban y marmullaban improperios hacia las demás.
-Berta.- manos mal que por fin se han ido
-Arturo.- manuda han preparado en un momento
-Berta.- pues yo no la he preparado antes de milagro, porque tengo más educación que ellas
-Arturo.- ¿Qué ha pasado?
-Berta.- nada, que una de ellas parecía querer burlarse de los lazos, porque iban iguales
-Arturo.- yo es que no sé cómo te sientas can ellas; porque ya no es la primera vez y un día de estos…
-Berta.- bueno da igual, vamos que ya va siendo tarde
   Nada más bajarse Sara del columpio, Parchís se acercó a ella y le mordió el cordón de la zapatilla tirando de él. Al ver que no hacía caso, le maulló con fuerza y le volvió a coger el cordón tirando.
-Sara.- ¿qué?
        Parchís avanzó unos pasos y cuando Sara comenzó a seguirlo siguió avanzando lentamente con la niña detrás. Los padres ni cuenta, de lo que estaba pasando. Se metieron en el césped y de pronto Sara dijo:
-Sara.- ¡papá! ¡mamá! Mía o que tenía aquí Pachís
   ----- mostrando la pelota en su mano ----
-Arturo.- muy bien Parchís
-Berta.- si es que eres más listo que el hambre
     Dejaron allí entre las hierbas escondida  esa pelota tan cochambrosa y se fueron paseando para casa riéndose del escarmiento que el pequeñajo les había dado a esa pandilla de maleducados.





viernes, 17 de abril de 2020

PARCHÍS (10)




Sara se despertó muy temprano; Berta aún con los ojos cerrados fue hasta su habitación y de la mano la llevó hasta su cama y las dos se volvieron a acostar otro ratito.
Con la persiana entreabierta para que entrase algo de luz, mamá no tardó en quedarse de nuevo dormida; Sara miraba el techo con la intención de no dormirse, pero el silencio junto al aburrimiento la vencieron y así las dos disfrutaron de un nuevo y lindo sueño.
Esos minutos que en su percepción habían sido cortos, se habían elevado a la enésima potencia; vaya horas, las once y las dos en la cama (tampoco es que nadie les metiese prisa)
-Berta.- vamos Sara que nos hemos quedado dormidas
-Sara.- mamá un poquico más (rodeando su cuello con los brazos)
-Berta.- lo nunca visto. ¿Pero aún tienes sueño?
-Sara.- no sé, se etá mu bien
-Berta.- vale cinco minutos y a desayunar, voy a preparar y ahora vengo a buscarte
     Sara lo que quería era estar en la cama con su mamá, estar allí sola sin el abrazo no tenía sentido.
-Berta.- ¿pero ya?
-Sara.- sí, a sayunar
-Berta.- ¿quieres una tostada con mantequilla y mermelada?
-Sara.- Ummmmm ¿y tú?
-Berta.- claro, yo también.
    Una vez terminado el desayuno y el aseo personal, todo parecía estar dentro de la normalidad.  Sara jugó un poco con Parchís se fue a buscar el ratoncito”quería probar a ver, si al ponerlo en la palma de su mano se movía, como en la palma de papá”. Pero el ratón, no aparecía.
-Sara.- ¿y datón?
   Parchís como es normal, ni caso.
-Sara.- ¡mamá! ¿Y datón?
-Berta.- no sé, estará en la cama de Parchís
-Sara.- no tá
-Berta.- pues lo habrá escondido en algún sitio, luego o buscamos

    Habría que irse al salón a jugar con el resto de juguetes. 
      Qué alegría, allí estaba el ratoncito; al ponerlo en su mano… ¡buag! Qué asco. Estaba mojado y olía fatal.
-Sara.- mamá, huele mal, ven corre
     Berta fue a ver qué pasaba, se esperaba cualquier cosa menos lo que se iba a encontrar
-Sara.- qué asco
      Berta lo cogió con cuidado por la punta del rabo y lo llevó al cubo de la basura
-Berta.- que cosa más asquerosa, vamos Sara, vamos a lavarnos bien las manos.
       Sara y parchís se dijeron todo, con una simple mirada.
      Mamá, puso en la alfombra los cubos de las letras, para que Sara siguiese aprendiéndolas poco a poco.
   Parchís se mantenía a una distancia prudencial, por miedo a las represalias no le fuera a tocar alguna galleta.
   Mientras Sara jugaba con las letras, él se entretenía dando manotazos a la cajita donde había traído papá al ratón.  Sara lo miraba y pensaba, más tarde pensaba y lo miraba.  Se levantó de la alfombra y le quitó la cajita, se la llevó a la cocina, la puso en su cama y se puso en cuclillas para mearla (maldito pañal); eso no iba a quedar así. Con sus manitas la rompió un lado y luego la echó al cuenco del agua.
   Parchís la miraba pensando en algo nada bueno, alzando el lomo y enseñando los dientes.
   Sara le repetía gestos diciendo: acércate, acércate, con una mano y con la otra preparada para darle, pero ninguno de los dos daba un paso al frente.
Tras unos minutos de tenso duelo, entró mamá en la cocina.
-Berta.- ¿Qué pasa que estáis tan callados?
      Sara se fue al salón a seguir jugando sin abrir la boca; Parchís prefirió tumbarse un rato, era el sitio más seguro donde podía estar en esos momentos.




miércoles, 15 de abril de 2020

PARCHÍS (09)



   Un día de estos que Arturo volvía del trabajo, se paró frente a un escaparate que estaba lleno de animalitos de trapo.  Le llamó la atención un pequeño ratón gris de larga cola y grandes bigotes.   Aunque estaba cerrado, aún estaba el dueño tras el mostrador repasando papeles, así que dio con sus nudillos en el cristal, para llamar su atención.
El señor enseguida salió y abrió la puerta con mucha amabilidad.
…--- dígame caballero
-Arturo.- perdone que le moleste; quería saber el precio de ese ratoncito
…--- bien barato; los muñecos grandes a diez euros, los medianos a cinco y los pequeños a dos.
-Arturo.- ¿el ratón?
…--- ese es de los pequeños
-Arturo.- pues si no le importa, me vende uno
…--- un momento que se lo saco del escaparate, es el último que me queda. Pero pase, no se quede en la puerta.
        El señor cogió una barra con una pinza en su extremo y lo sacó de entre todos los demás poniéndolo en el mostrador.
-Arturo.- perdone que le siga molestando; ¿Cuánto vale esta cajita?
…--- nada, ya me imagino que es para regalar
-Arturo.- bueno pero si tiene que cobrármela…
…---- nada, nada, me da a mí que usted va a ser un buen cliente
-Arturo.- pues buenas noches y hasta pronto
…--- Aquí estamos para lo que necesite.

Entró en casa y dejó la caja sobre el mueble del pasillo antes de entrar a la cocina; allí Berta y Sara estaban poniendo los platos en la mesa.
-Arturo.- Que tal la tarde renacuajas
-Berta.- bien ¿y tú? ¿Muy cansado?
-Arturo.- no, este trabajo se lleva bien
      Sara extendió los brazos con las palmas de las manos hacia arriba.
-Sara.-  ¿y pá mí?
-Arturo.- hoy no he traído nada
-Sara.- y poqué
-Berta.- todos los días no te va a traer cosas
-Sara.- siiii
-Berta.- noooo
-Arturo.- he traído una cosa, pero es para compartir
-Sara.- pa mí y pa mamá
-Arturo.- es para Parchís, y para ti también un poquito
-Sara.- a ver, dodeta
-Berta.- no, primero a cenar
     Con cara de pocos amigos, Sara se sentó a la mesa y Parchís enseguida se subió a su silla.  Que sería aquello que papá había comprado para Parchís. Y si era algo de comer los gatos ¿también podría comerlo ella? Qué raro.
         Por fin la hora del postre; se aproximaba el momento de descubrir la sorpresa.
-Berta.- Que quieres Sara, yogur o medio kiwi
-Sara.- ya no más
-Arturo.- pues si no comes postre no hay sorpresa
-Sara.- bueno, meyo yogú
-Berta.- vale nos lo comemos a medias
-Sara.- vale
        Arturo fue a por la cajita, de ella sacó el ratoncito y lo puso junto a Parchís para ver su reacción. Lo olisqueó, le dio unos lametazos y después lo cogió con la boca y se lo llevó a su cama, donde se tumbó a su lado.
     Enseguida fue Sara y se puso a acariciarlo; era muy suave y le hacía gracias el rabo tan largo que tenía.
    Papá lo cogió en la palma de su mano y parecía que se movía solo, lo que provocaba el asombro de Sara y el descontento de Parchís.
Papá permanecía sentado en el suelo y Sara de pie a su lado. Parchís se fue a los pies de Sara, pero esta estaba demasiado distraída como para hacerle caso en ese momento. Después fue a ponerse sobre las piernas de papá, pero tampoco le hizo ni una caricia. Se puso junto a las zapatillas de mamá, pero esta estaba demasiado ensimismada con los gestos y las risas de Sara, por lo que ni se percató de su presencia. Así que decidió volverse a su cama y hacerse el dormido.
    Pasado un rato se fueron a dormir dejando el ratoncito de nuevo en la cama junto a Parchís.
    En un primer momento prefirió no hacerle ni caso; luego lo acercó a su lado para que no tuviese frio “era tan pequeño”; Sí, pequeño, un intruso que le había quitado las caricias y los mimos de Sara y su familia. Clavó sus uñas en su cuerpecito y cuando se disponía arrancarle la cola de un mordisco, vio en la oscuridad que la puerta de la cocina estaba entre abierta; así que lo cogió con su boca, lo llevó hasta el comedor y lo dejó junto al cesto del resto de muñecos de Sara después de rechupetearlo y marcarlo con un abundante pis. Ese juguete él ya no lo quería.






lunes, 13 de abril de 2020

PARCHÍS (08)




Durante los siguientes días, Sara se empeñaba en poner pruebas a Parchís que demostrasen su gran inteligencia.  Extendía sobre la alfombra los cubos de letras, números y animales, con los que el gato se dedicaba a jugar dando manotazos al azar y asustándose cada vez que alguno se volteaba.
        Berta con el frigorífico abastecido de lo necesario, comenzaba a recordar aquellas recetas que sabía, eran las preferidas de Arturo, el que cada día al volver a casa se permitía el pasar por el kiosco a comprar algo para Sara. Poquita cosa y no siempre golosinas; mejor juguetitos de usar y tirar, algo que no le estropease la dentadura ni el estomago.
Parchís había crecido mucho en poco tiempo, ya comía algo de pienso y sobras de la comida de ellos. Ya tenía su puesto en la mesa; siempre sentado en una silla junto a Sara, que le iba dando cachitos de lo que ella comía y cuando se despistaba hablando, ya le avisaba él tocándole con la patita en la pierna.
  
     Esa noche Parchís parecía nervioso; le habían puesto en un rincón de la cocina una cestita de mimbre con su manta, un cuenco grande con agua y otro más pequeño para el pienso, y al lado un recipiente cuadrado con arena, para que allí, se fuera acostumbrando hacer sus necesidades.  Olisqueaba todo y miraba pidiendo explicaciones de por qué aquel cambio.
      Como de costumbre cada uno se fue a su habitación a dormir, pero esa noche a él lo dejaron tapado en su nueva cama.  
     Después de tapar a Sara y antes de darle el beso de buenas noches, les tocó estar un rato explicándole que cada uno tenía su sitio para dormir y que el gato tenía que hacerlo en la cocina, porque si no, cuando fuera un poco más grande se subiría a las camas y las llenaría de pelos.  

   Cuando ya estaban a punto del primer sueño, Parchís se puso a maullar, arañando la puerta de la cocina. Arturo ya desesperado, bajo para dejarle las cosas claras. Tuvo la paciencia de calentarle un poco de leche y darle el biberón para que se durmiese con la barriga llena; luego lo tapó y se volvió a la cama sin hacer ruido para no despertar a Sara.
  Cuando entró en la habitación, también Berta se había quedado “roque” y con mucho cuidado se acostó pensando en dormir ya tranquilo el resto de la noche.
     Entre la oscuridad, el silencio, el cansancio y cuando las alas de los sueños se empezaban a desplegar, un grito, seguido del llanto de Sara, los volvió a sobresaltar.
   Los dos saltaron de la cama como centellas y se dirigieron a ver qué pasaba.
    La niña había oído un ruido extraño en su habitación y estaba aterrorizada. Allí no había nada, pero ella insistía en que sí que había oído un ruido.
Mamá la cogió en sus brazos y se la llevo a su cama (esa noche dormirían los tres juntos). Papá estuvo mirando a ver si se hubiese movido algo o caído alguna cosa de la estantería, pero nada estaba diferente a lo habitual.
   Bueno iría a beber un poco de agua y a ver si de esta vez ya quedaba la noche tranquila.
    Según se dirigía a su habitación, iba apagando luces y al llegar a la habitación de Sara, allí estaba Parchís, quieto en medio de la habitación.
   Según fue a cogerlo para llevarlo de nuevo a la cocina, este le maulló con genio enseñándole los dientecillos. Luego se metió debajo de la cama y de allí saco un pequeño juguete; uno de esos a los que se le da cuerda para que mueva sus ruedecitas. Por cualidades de la vida, seguro que eso había provocado el ruido que asusto a Sara. Una vez a la vista, le propinó un manotazo, lo que hizo que de nuevo se pusiera en funcionamiento por unos segundos. Parchís se quedó mirando a Arturo y antes de que este llegase a acariciarlo, se fue andando con aire chulesco hasta la cocina, donde se acostó en su cama.
        Arturo, llegó a la habitación y les contó lo sucedido.
              “ese gato era listo, pero listo de verdad”
   Por fin los tres, bueno mejor dicho los cuatro, pudieron dormir tranquilos.