martes, 13 de marzo de 2012

a otro componedor

  Amigo Carlos;
           Espero que entiendas que el titulo de “componedor”  no lo utilizo por devaluar tus composiciones, todo lo contrario, subo las mías un peldaño, para poder entrelazar nuestras melodías.
      También hoy a mí, como tú dices, me gustaría componer la canción más hermosa del mundo, pero no quiero componerla con sueños, en ella desearía contar realidades.
    Esto conlleva, el retrasar algún tiempo el inicio de las bases armónicas,  el ritmo de nuestra sociedad, es demasiado difuso, poco cemento y demasiada arena para hacer una masa compacta que nos permita fraguar unos cimientos robustos sobre los cuales levantar un edificio seguro.
    Como presidente provincial de un partido político, puedes tener acceso a que te publiquen artículos en los diarios, ya lo sé, que saldrán en un rinconcito de alguna página interior, pero podrás marcar pautas que creas apropiadas para que ese sueño pueda convertirse en realidad en el futuro.
      Puede ser que todo tu esfuerzo caiga en saco roto, pero no lo creo, seguro que alguien, se hará eco de tus propuestas y las tomará como suyas aunque solo sea para dar guerra, da igual, el caso es que salgan a la luz y se sepan aprovechar por el bien común.
      Dentro de unos años, podrás tener un respaldo social más consolidado, y en las urnas obtendrás el veredicto de lo que piensan los que te hayan leído.
     Mientras tanto haremos canciones para los nuestros, y por supuesto que aunque no tenga nada que ver con lo que hablamos, estas sí que serán las canciones más hermosas del mundo.

Orejas de burro

       Debemos de entender que no estamos en Europa, tampoco en la unión europea, NO, formamos parte de la comunidad ECONOMICA europea, que no es lo mismo;   en esa palabra reseñada en mayúsculas está el meollo de la cuestión.
      En ese foro nos advierten que debemos de hacer los deberes, que nuestro examen tiene una nota insuficiente para pasar de curso y nos culpan como alumno del resultado del mismo.
     Las orejas de burro reposan sobre nuestras cabezas, gracias a los prestigiosos profesores y tutores que nos han guiado en nuestros proyectos y animado con perspectivas de un aragüeño futuro.
      Saca pecho para imponernos una cifra de déficit, aquel que hace poquito, se pasaban sus cifras por el FORRO, pero claro quién se atreve a decirle nada al director del instituto.
       No podía faltar, el aspirante a nada, el segundón de siempre, que a la sombra del fuerte, solo sabe esperar un tropiezo que no ocurre, arrimándose todo lo que puede para salir en la foto  y poder decir que manda algo.
     A su lado, en la trastienda,  como siempre el pelota de la clase, ese que además de no haber hecho nunca los deberes, ahora está con la soga al cuello, regido por un tecnócrata, tras tener que salir el líder de los guapos por la puerta de atrás, pero demasiado importante como para ponerlo en boca de nadie.
     Los alumnos del norte, son los enchufados, no hay quien se preocupe de sus notas y del sur solo quedan tres, dos ya están repitiendo curso de por vida y el tercero en disputa (nosotros) sigue creyéndose que es una superpotencia.
         Analicemos pues el elenco que componía el resto del claustro, los que evaden cualquier responsabilidad y nunca fueron examinados para obtener ese cargo;  esos que ahora nos rebajan la calificación y nos suben la prima de riesgo, los mismos que pronosticaban una subida anual del 3% durante toda la primera década el siglo XXI;  esos que un año antes de la caída de los grandes bancos, incitaban a los inversores a comprar bonos respaldados por hipotecas basura;  los que ponían a nuestras cajas de ahorro como ejemplo de eficacia social y transparencia; esos espectros sin escrúpulos, que siempre ganan a costa de cualquier cosa, vendiéndose al mejor postor.
      Con esa cantidad de mentes preclaras a nuestro alrededor ¿quién es capaz de no suspender?   Eso sí, tienen razón en una cosa: cada uno puede que tenga lo que se merece, y nosotros nos merecemos suspender, no por haber hecho mal los deberes, no;    por imbéciles, por habernos creído las milongas que nos contaban, por creer que el estado de bienestar lo pagaban otros y sobre todo por pensar que los poderosos iban a permitir que el poder se repartiese entre la clase trabajadora.
      Al final nuestro mayor error, fue decir que vivíamos bien, si no lo hubiésemos aireado, a nadie le hubiese importado.